Foto: Adriano Heitmann/Immagina Copyright: Warner Classics
María Santacecilia (ERS) / DW
Buenos
Aires, década de los 40. Dos niños prodigio del piano se conocen en casa de un
violinista y empresario que celebra veladas de música de cámara los viernes por
la tarde. Los pequeños, Daniel y Martha, de 7 y 8 años respectivamente, juegan
a esconderse bajo el piano. Martha recibe clases del pianista de origen
calabrés Vicente Scaramuzza. A Daniel le enseña los secretos del instrumento su
propio padre, que también estudió con Scaramuzza. Pocos años más tarde, ambos
abandonan Argentina para hacer una brillante carrera internacional. Martha y
Daniel se reúnen hoy domingo 5 de junio de 2016 en Berlín para festejar el 75 cumpleaños de la primera. La música
ha dominado las vidas de ambos y la música protagonizará la celebración: la Sonata para dos pianos KV 448 de Mozart y los Conciertos números 1 y 2 de Beethoven. El escenario de la
Philharmonie de Berlín albergará el encuentro de estos dos músicos enormes, que
en los últimos años han intensificado su relación humana y musical, tras
décadas de llevar vidas paralelas. "Nuestra relación es musical, claro,
pero entre nosotros también existe un amor humano. Mi gran esperanza es que
podamos tocar juntos tanto tiempo como nos sea posible.
Esta es mi mayor
alegría y la felicito de todo corazón por su cumpleaños", dice Daniel
Barenboim con motivo del festejo. Los fondos recaudados en el concierto será
destinados a las obras de reforma que actualmente se llevan a cabo en la Ópera
Estatal de Berlín, entidad que dirige Barenboim y cuya reapertura en la sede de
la avenida Unter den Linden está prevista para el 3 de octubre de 2017.El mismo
Juan Perón recibió a la pequeña Martha Argerich y le procuró la beca que llevó
a la joven a Viena, a estudiar con Friedrich Gulda. “Por él lo hubiera hecho
todo”, confesó Argerich a Olivier Bellamy en la biografía que este le dedicó.
Europa se convirtió en su lugar de residencia y aprendió el francés a la
perfección. En su primera juventud, Argerich viajó a Nueva York para conocer a
su ídolo, Vladimir Horowitz, con quien no llegó a encontrarse. En aquella
ciudad sufrió una crisis que la llevó a dejar de tocar el piano durante dos
años. “Es como quien está acostumbrado a correr a diario y, de repente, deja
incluso de andar porque es incapaz hacerlo. A los 17 años me parecía llevar la
vida de una persona de 40, viajando, dando conciertos… No estaba contenta con
mi forma de tocar y no recibía clases de nadie en concreto”, recuerda Argerich
en la película Bloody Daughter (2012) un documental sobre la relación de la
pianista con su hija Stéphanie Argerich, directora del filme.
En Nueva York
quedó embarazada de Lyda, su primera hija, circunstancia que la llevó de vuelta
a Europa. Su carrera prosiguió con brillantez: ganadora del Concurso Chopin de
Varsovia en 1965, giras internacionales, colaboraciones con los mejores
músicos, grabaciones…. En su vida personal contrajo matrimonio en dos
ocasiones, la primera con el director Charles Dutoit, padre de Annie, su
segunda hija, y con el también pianista Stephen Kovacevic, padre de Stéphanie.
Pero no es Martha Argerich una mujer apegada a las convenciones sociales y así
lo refleja Stéphanie en su documental Bloody Daughter. El mundo interior de Argerich
parece afectar sus relaciones de pareja y dominar todos los aspectos de su
vida. Su relación con su propia identidad sexual marca también su evolución
vital: “(Mi madre) siempre se sintió andrógina. Con los años, la maternidad y
las experiencias personales, fue siendo consciente de su condición femenina”
Martha
Argerich tuvo una estrecha relación con su padre durante su niñez. “¿Por qué no
se deja peinar…? Porque se le van los rulitos… Tiene mucho carácter, pero
respeta las miradas severas de su papá. Es muy cariñosa y diplomática. Dice las
cosas sin decirlas. Y pone tal picardía dentro de su ingenuidad, que la hace
deliciosa”, escribe al dorso de una fotografía de la pequeña su progenitor, que
apuntaba meticulosamente detalles de la vida cotidiana de Martha. “Todas las
fotos de mi infancia las tomó mi papá en el Jardín Botánico de Buenos Aires.
Casi todos los días me llevaba allí a dar un paseo y hacía trucos de magia para
mí. Me contaba muchas historias. Siempre estaba conmigo,” recuerda Argerich en Bloody
Daughter. Sin embargo, la relación con su
madre fue compleja y “poco física”, según la pianista.
Compositores
como Mozart, Beethoven, Chopin, Schubert, Schumann, Debussy, Ravel, Bartok,
Prokofiev y Rachmaninov han sido los compañeros de viaje de Martha Argerich. De
Chopin dice que es “un alma inalcanzable, un alma difícil de tocar”, con
Schubert guarda “una relación difícil” y es con Schumann con quien asegura
tener un vínculo especial: "Su música es espontánea e inesperada, siempre
descubro en él cosas que me despiertan nuevas sensaciones", confiesa
Argerich. El vigoroso y a la vez delicado pianismo de la argentina parece,
efectivamente, encajar bien con los recovecos y aristas de la obra del músico
alemán.
A
Martha Argerich no le gusta tocar sola. Desde hace años se sube a los
escenarios acompañada por amigos como el también pianista Nelson Freire, el
violonchelista Mischa Maisky y los jóvenes talentos que reciben sus consejos en
el marco del Martha Argerich Project que cada
año tiene lugar en la ciudad suiza de Lugano. El día de su 75 cumpleaños no
será una excepción: se subirá al escenario de la Philharmonie con Daniel, su
amigo de la infancia.
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