Crédito: Javier del Real – Teatro Real de Madrid.
José Noé Mercado
Es una de las figuras actuales del belcanto. Considerado como el mejor tenor ligero de todos los tiempos, al menos desde nuestra época, es muy cotizado en todos los teatros y festivales de mayor importancia en el mundo. Está en apogeo. Su carrera es ejemplo de especialización y conciencia vocal. El peruano Juan Diego Flórez visitó la ciudad de Guadalajara, Jalisco, México para ofrecer un concierto con arias operísticas y canciones latinoamericanas. Venía de ofrecer otra presentación en Caracas, Venezuela, y se alistaba para ir a cantar en La sonnambula de Vincenzo Bellini, en el Metropolitan de Nueva York, al lado de la soprano Natalie Dessay, conciertos en Europa, la ópera Zelmira de Gioachino Rossini en el Festival de Pesaro, Tonio en la Hija del Regimiento en San Francisco y el Conde Almaviva en el Barbero de Sevilla en Los Ángeles, entre otros compromisos. Su agenda lo mantiene verdaderamente activo y ocupado. Aún así, abrió un espacio para conversar y me recibió en su camerino, en el Auditorio Telmex, un día antes de su concierto.
¿En qué momento vocal te encuentras y qué está pasando en este momento en tu carrera profesional?
Canté I Puritani en Bologna, Italia. Me fue bastante bien. Y, claro, si uno puede decir que está muy bien después de Puritani, que es una ópera muy difícil de abordar si uno la canta a tono y casi sin cortes, quiere decir que en realidad está bastante bien. Es una obra muy arriesgada, que hay que dominar poco a poco. La había cantado ya en Las Palmas y en Viena, pero hasta ahora, digamos, me he sentido plenamente satisfecho con el resultado. Y nada. Sigo con mi repertorio, con belcanto. Sigo visitando a Rossini de vez en cuando y eso me mantiene en buen estado de salud vocal. También estoy cantando Donizetti y Bellini. Ahora voy a hacer La sonnambula en el Met de Nueva York. Igual estoy haciendo óperas nuevas paulatinamente: Purcell, Gluck, dentro de poco Les pêcheurs de perles de Georges Bizet. Aproximadamente una ópera nueva cada año.
Ahora que hablas de Rossini, Bellini y Donizetti, ¿cómo se te ocurrió grabar el cedé de arias de Rubini, el concepto de dedicar el disco a un intérprete? ¿Fue idea tuya o de la disquera?
Normalmente, yo propongo el tema de mis discos. Pero esta vez fue una persona que ya no está quien propuso el tema. Y yo creo que es un poco de lo que hace la Bartoli, por ejemplo.
O Andreas Scholl, si pensamos en el disco de Senesino…
Eso. Creo que más que Cecilia, lo que inspiró a esta persona fue el disco de Andreas Scholl. Por eso hicimos este trabajo dedicado a Rubini. Sólo que había dificultad en encontrar todas las arias que fuesen para mi voz, porque se hizo un disco de arias que él había cantado. No solamente escritas para él, sino que también había cantado, para poder tener variedad.
¿Y de La sonnambula con Cecilia Bartoli, una mezzo cantando el rol protagónico, qué nos puedes comentar? Según se sabe, se le hicieron transposiciones para que ella pudiera cantar algunas partes. ¿Eso te afectó a ti?
No. Eso fue para sus arias y no me afectó a mí. Lo que sí me afectó un poco fue la bajada de la afinación, porque fueron instrumentos de época. Yo, que he cantado La sonnambula 100 veces, me sentí afectado en las posiciones vocales. Fue como cantar desafinado. Entonces me costó un poco: si yo no hubiera cantado antes la obra me habría adecuado más fácil. Pero como es una ópera que he cantado bastante y la tenía en voz, fue un poco difícil adaptarme para esa grabación. Pero es un disco diferente, no es lo que escuchamos en el teatro y ése es su atractivo, con una orquesta de la época y con decisiones estéticas particulares.
¿Supongo que tienes otros proyectos discográficos tienes en puerta?
Sí. Voy a grabar un disco de arias sacras. Otro también dedicado al barroco tardío, arias virtuosas. Aunque aún no sé cuál va a salir primero.
Hace algunos años, en ciudad de México, me decías que en tu repertorio no tenías aún nada para hacer llorar o sufrir al público. Sólo abordabas personajes alegres, simpáticos, que nos hacían reír. En ese sentido, ¿qué ha pasado con tu repertorio y con tu evolución vocal?
Sí, bueno, en mi repertorio hay personajes simpáticos como el Conde Almaviva de Il barbiere di Siviglia que me encanta interpretar. Pero también hay otros personajes que, si se cantan bien, te tocan profundamente, como Arturo en Puritani, Elvino en La sonnambula o el mismo Orfeo. Lo que pasa es que es una forma diferente de tocar al público. No es un “Mimííííííí”, que hace llorar a todo el mundo. Ahí el que no llora no tiene alma o la tiene de criminal. En el repertorio en que yo me desenvuelvo, el sentimiento es, digamos, menos agresivo. Es mucho más refinado. Entonces depende de qué busca la sensibilidad del público. Por ejemplo, al lamento de Orfeo “J’ai perdu mon Euridice” no puedes darle acentos verísticos para llegar a la gente. Ahí tienes que llegar con la línea solamente. Y el canto es lo que está dentro de esa línea que te va a emocionar.
¿Por tus características vocales te has quedado con ganas de interpretar algún papel? Pienso, por ejemplo, en el Duque de Mantua del Rigoletto en España que decidiste no cantar, aunque lo probaste en Lima, Perú.
Sí. En Rigoletto ocurrió eso pero no porque tenga problemas con la orquestación, porque la orquesta es bastante ligera cuando canta el tenor. Lo que pasa es que se trata de una obra que siento un poco baja para mi voz. Digamos que tendría que cantar en la zona central de mi voz. Y en estos momentos de mi carrera estoy, más bien, cantando repertorios agudos y muy agudos. Eso de Rigoletto, entonces, es como salirse del camino y no me parece conveniente por el momento. Creo que en el futuro sí cantaré bastantes Rigolettos, más Mozart, varios Elisir d’amore, óperas un poco más centrales para mi voz, porque es inevitable que pase el tiempo. Y no afirmemos que uno pierde los agudos, pero digamos que es necesario darles descanso. No puedes estar siempre en el repertorio extremo de agudos y sobreagudos.
Me hiciste recordar una frase que también pronunciaste en tu debut en México, en 2003: la voz no gana con los años, como mucha gente piensa, sino que pierde. Elasticidad, agilidad, frescura, agudos. Ahora que sigues siendo joven, pero cada vez con mayor experiencia, ¿cómo asumes esa situación?
Bueno, por eso creo que siempre hay que tener la voz en fitness. Hay que ejercitarla siempre para mantenerla e irla mejorando en lo posible. Porque sí, con los años se va perdiendo juventud en todo, no sólo en la voz. Entonces la técnica es muy importante para mantener la voz fresca. Siempre es importante ejercitarla para que, digamos, lo que uno hace por ella contrarreste la normal evolución de la vida, que nos hace perder en lugar de ganar.
Aunque experiencia interpretativa sí ganas con los años…
Claro. Pero la experiencia interpretativa muchas veces llega cuando ya lo vocal, lo físico, ha bajado. Un aspecto sube, otro baja. Lo ideal sería que los dos suban. Ahí están, por ejemplo, cantantes como Alfredo Kraus, que lograron mantener características vocales de juventud en su edad madura. Mantenerte con los años, ése es el reto. Y para mí es muy importante, sobre todo porque en mi repertorio la gente quiere escuchar los agudos, la coloratura, la frase larga y con muchos matices. Eso es lo que yo canto y para lograrlo dependes mucho de la juventud y la frescura vocal. Si uno no se mantiene en forma, todos esos elementos se pierden. Y en mi caso es muy importante retenerlos porque es lo que requiero en mi repertorio. Si yo cantara, no sé, Traviatas, sería distinto. Ahí no se necesita tanto, porque no es un repertorio muy agudo, no hay sobreagudos y no es una línea particular de lucimiento. Si yo cantara Bohème, necesitaría otros elementos: volumen, centro vocal, mucha expresión, ligar, pero sin coloraturas ni agudos de por medio.
Seguramente has escuchado comentarios que te ubican como uno de los grandes tenores ligeros de la historia operística, si no es que el mejor. Lo han dicho, incluso, figuras de la talla de Luciano Pavarotti y Plácido Domingo. ¿Qué significa esto para ti?
Me siento muy honrado de que algunos grandes cantantes de la historia hayan hecho comentarios favorables sobre mí, porque son mis ídolos. Cuando yo comencé a estudiar en el Conservatorio de Lima, para mí Plácido Domingo o Luciano Pavarotti eran ídolos inalcanzables. Y que ahora comenten y hagan declaraciones elogiosas sobre mí y sobre mi canto es algo que no te lo terminas de creer. Esos son premios que valen más que cualquier otra cosa. Ahora bien, yo soy una persona muy autocrítica y perfeccionista, que siempre está viendo un poco lo negativo para tratar de mejorarlo. Porque, en efecto, creo que uno siempre debe mejorar en su canto mismo, en la actuación, en todo lo que envuelve a la ópera. Eso es para mí lo más importante, porque uno tiene una responsabilidad muy grande con el público. Sí sé que se habla mucho de que soy el mejor de mi repertorio o que Pavarotti dijo que soy su sucesor y todo eso. La gente me va a ver al teatro con muchas expectativas y para mí eso es tan importante que siempre trato de estar al top. Para poder lograr que la gente esté contenta en la función y se vaya satisfecha a casa después de vivir una experiencia musical, de arte, conmigo.
¿En qué momento vocal te encuentras y qué está pasando en este momento en tu carrera profesional?
Canté I Puritani en Bologna, Italia. Me fue bastante bien. Y, claro, si uno puede decir que está muy bien después de Puritani, que es una ópera muy difícil de abordar si uno la canta a tono y casi sin cortes, quiere decir que en realidad está bastante bien. Es una obra muy arriesgada, que hay que dominar poco a poco. La había cantado ya en Las Palmas y en Viena, pero hasta ahora, digamos, me he sentido plenamente satisfecho con el resultado. Y nada. Sigo con mi repertorio, con belcanto. Sigo visitando a Rossini de vez en cuando y eso me mantiene en buen estado de salud vocal. También estoy cantando Donizetti y Bellini. Ahora voy a hacer La sonnambula en el Met de Nueva York. Igual estoy haciendo óperas nuevas paulatinamente: Purcell, Gluck, dentro de poco Les pêcheurs de perles de Georges Bizet. Aproximadamente una ópera nueva cada año.
Ahora que hablas de Rossini, Bellini y Donizetti, ¿cómo se te ocurrió grabar el cedé de arias de Rubini, el concepto de dedicar el disco a un intérprete? ¿Fue idea tuya o de la disquera?
Normalmente, yo propongo el tema de mis discos. Pero esta vez fue una persona que ya no está quien propuso el tema. Y yo creo que es un poco de lo que hace la Bartoli, por ejemplo.
O Andreas Scholl, si pensamos en el disco de Senesino…
Eso. Creo que más que Cecilia, lo que inspiró a esta persona fue el disco de Andreas Scholl. Por eso hicimos este trabajo dedicado a Rubini. Sólo que había dificultad en encontrar todas las arias que fuesen para mi voz, porque se hizo un disco de arias que él había cantado. No solamente escritas para él, sino que también había cantado, para poder tener variedad.
¿Y de La sonnambula con Cecilia Bartoli, una mezzo cantando el rol protagónico, qué nos puedes comentar? Según se sabe, se le hicieron transposiciones para que ella pudiera cantar algunas partes. ¿Eso te afectó a ti?
No. Eso fue para sus arias y no me afectó a mí. Lo que sí me afectó un poco fue la bajada de la afinación, porque fueron instrumentos de época. Yo, que he cantado La sonnambula 100 veces, me sentí afectado en las posiciones vocales. Fue como cantar desafinado. Entonces me costó un poco: si yo no hubiera cantado antes la obra me habría adecuado más fácil. Pero como es una ópera que he cantado bastante y la tenía en voz, fue un poco difícil adaptarme para esa grabación. Pero es un disco diferente, no es lo que escuchamos en el teatro y ése es su atractivo, con una orquesta de la época y con decisiones estéticas particulares.
¿Supongo que tienes otros proyectos discográficos tienes en puerta?
Sí. Voy a grabar un disco de arias sacras. Otro también dedicado al barroco tardío, arias virtuosas. Aunque aún no sé cuál va a salir primero.
Hace algunos años, en ciudad de México, me decías que en tu repertorio no tenías aún nada para hacer llorar o sufrir al público. Sólo abordabas personajes alegres, simpáticos, que nos hacían reír. En ese sentido, ¿qué ha pasado con tu repertorio y con tu evolución vocal?
Sí, bueno, en mi repertorio hay personajes simpáticos como el Conde Almaviva de Il barbiere di Siviglia que me encanta interpretar. Pero también hay otros personajes que, si se cantan bien, te tocan profundamente, como Arturo en Puritani, Elvino en La sonnambula o el mismo Orfeo. Lo que pasa es que es una forma diferente de tocar al público. No es un “Mimííííííí”, que hace llorar a todo el mundo. Ahí el que no llora no tiene alma o la tiene de criminal. En el repertorio en que yo me desenvuelvo, el sentimiento es, digamos, menos agresivo. Es mucho más refinado. Entonces depende de qué busca la sensibilidad del público. Por ejemplo, al lamento de Orfeo “J’ai perdu mon Euridice” no puedes darle acentos verísticos para llegar a la gente. Ahí tienes que llegar con la línea solamente. Y el canto es lo que está dentro de esa línea que te va a emocionar.
¿Por tus características vocales te has quedado con ganas de interpretar algún papel? Pienso, por ejemplo, en el Duque de Mantua del Rigoletto en España que decidiste no cantar, aunque lo probaste en Lima, Perú.
Sí. En Rigoletto ocurrió eso pero no porque tenga problemas con la orquestación, porque la orquesta es bastante ligera cuando canta el tenor. Lo que pasa es que se trata de una obra que siento un poco baja para mi voz. Digamos que tendría que cantar en la zona central de mi voz. Y en estos momentos de mi carrera estoy, más bien, cantando repertorios agudos y muy agudos. Eso de Rigoletto, entonces, es como salirse del camino y no me parece conveniente por el momento. Creo que en el futuro sí cantaré bastantes Rigolettos, más Mozart, varios Elisir d’amore, óperas un poco más centrales para mi voz, porque es inevitable que pase el tiempo. Y no afirmemos que uno pierde los agudos, pero digamos que es necesario darles descanso. No puedes estar siempre en el repertorio extremo de agudos y sobreagudos.
Me hiciste recordar una frase que también pronunciaste en tu debut en México, en 2003: la voz no gana con los años, como mucha gente piensa, sino que pierde. Elasticidad, agilidad, frescura, agudos. Ahora que sigues siendo joven, pero cada vez con mayor experiencia, ¿cómo asumes esa situación?
Bueno, por eso creo que siempre hay que tener la voz en fitness. Hay que ejercitarla siempre para mantenerla e irla mejorando en lo posible. Porque sí, con los años se va perdiendo juventud en todo, no sólo en la voz. Entonces la técnica es muy importante para mantener la voz fresca. Siempre es importante ejercitarla para que, digamos, lo que uno hace por ella contrarreste la normal evolución de la vida, que nos hace perder en lugar de ganar.
Aunque experiencia interpretativa sí ganas con los años…
Claro. Pero la experiencia interpretativa muchas veces llega cuando ya lo vocal, lo físico, ha bajado. Un aspecto sube, otro baja. Lo ideal sería que los dos suban. Ahí están, por ejemplo, cantantes como Alfredo Kraus, que lograron mantener características vocales de juventud en su edad madura. Mantenerte con los años, ése es el reto. Y para mí es muy importante, sobre todo porque en mi repertorio la gente quiere escuchar los agudos, la coloratura, la frase larga y con muchos matices. Eso es lo que yo canto y para lograrlo dependes mucho de la juventud y la frescura vocal. Si uno no se mantiene en forma, todos esos elementos se pierden. Y en mi caso es muy importante retenerlos porque es lo que requiero en mi repertorio. Si yo cantara, no sé, Traviatas, sería distinto. Ahí no se necesita tanto, porque no es un repertorio muy agudo, no hay sobreagudos y no es una línea particular de lucimiento. Si yo cantara Bohème, necesitaría otros elementos: volumen, centro vocal, mucha expresión, ligar, pero sin coloraturas ni agudos de por medio.
Seguramente has escuchado comentarios que te ubican como uno de los grandes tenores ligeros de la historia operística, si no es que el mejor. Lo han dicho, incluso, figuras de la talla de Luciano Pavarotti y Plácido Domingo. ¿Qué significa esto para ti?
Me siento muy honrado de que algunos grandes cantantes de la historia hayan hecho comentarios favorables sobre mí, porque son mis ídolos. Cuando yo comencé a estudiar en el Conservatorio de Lima, para mí Plácido Domingo o Luciano Pavarotti eran ídolos inalcanzables. Y que ahora comenten y hagan declaraciones elogiosas sobre mí y sobre mi canto es algo que no te lo terminas de creer. Esos son premios que valen más que cualquier otra cosa. Ahora bien, yo soy una persona muy autocrítica y perfeccionista, que siempre está viendo un poco lo negativo para tratar de mejorarlo. Porque, en efecto, creo que uno siempre debe mejorar en su canto mismo, en la actuación, en todo lo que envuelve a la ópera. Eso es para mí lo más importante, porque uno tiene una responsabilidad muy grande con el público. Sí sé que se habla mucho de que soy el mejor de mi repertorio o que Pavarotti dijo que soy su sucesor y todo eso. La gente me va a ver al teatro con muchas expectativas y para mí eso es tan importante que siempre trato de estar al top. Para poder lograr que la gente esté contenta en la función y se vaya satisfecha a casa después de vivir una experiencia musical, de arte, conmigo.
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