Gustavo Gabriel Otero
Cada nueva versión de L’Elisir d’amore‘ de Gaetano Donizetti confirma la universalidad de la sencilla historia que funciona en muchos ámbitos donde se encuentre un pueblo de campesinos que se pueda embaucar fácilmente, una joven pizpireta y un enamorado al cual las cosas le salen bien por casualidad pero que cree que es por mediación de un profesional del embuste. En este caso la puesta de Laurent Pelly, ya vista en París en 2006 y adquirible en DVD, muta la locación original por un pequeño pueblo de Italia alrededor de 1950. En un principio nos encontramos con un montículo de fardos de pasto, donde Adina lee, una enfardadora, la vista de los campos y de torres de electricidad. La llegada de Dulcamara, a una pequeña trattoría, se produce en un camión, milagro técnico mediante. En el segundo acto Chantal Thomas nos muestra otra escena campestre con fardos de pasto. La presencia de un telón con avisos del elixir de Dulcamara, a la manera de los viejos cines de tercera categoría, de motociclistas y hasta de un tractor nos hablan de las posibilidades técnicas del teatro y del preciosismo de la recreación de ese pueblo rural.
El vestuario luce perfecto para la época que quiere recrear y la iluminación de Jöel Adam resulta el complemento ideal para dar marco a cada escena. Se destacan las luces durante el aria principal de Nemorino por el bellísimo clima que producen.
El movimiento de los cantantes es permanente, no hay momentos estáticos en ningún lugar de la representación. Cada escena está milimétricamente pensada y coordinada con la música. En una puesta que sirve para demostrar que cuando hay creación y respeto, no importan los cambios de época, y que la ópera gana como espectáculo cuando hay teatro y no se convierte en un concierto con trajes. También Pelly demuestra que es una falacia que los cantantes no pueden emitir si están acostados, de espaldas o sin mirar al director. Claro que para ello se necesita un elenco sólido musicalmente que pueda dedicarse a actuar pues no tiene vacilaciones canoras.
Esto se dio esa noche en la Bastilla con una Anna Netrebko deslumbrante como Adina. Rol que encara con total seguridad musical, agudos y sobreagudos brillantes, gran potencia, exquisitos pianísimos y un fraseo admirable.
A su lado el tenor Charles Castronovo demostró su altísimo profesionalismo como Nemorino. La noche anterior cantó el Vincent de Mireille de Gounod y en la función que reseñamos salió a reemplazar a Giuseppe Filianoti, imposibilitado de actuar. Dos roles diferentes en dos días y ambos cumplidos en forma sobresaliente. Admira el manejo de su voz, sus recursos y posibilidades actorales, su fraseo y su estilo de canto. Su momento solista resultó perfecto y personal a la vez.
George Petean resultó un querible Belcore de sólidos recursos vocales y el Dulcamara de Paolo Gavanelli derrochó histrionismo y calidad vocal, aunque se echaran de menos mejores graves. Adecuada la Giannetta de Jaël Azzaretti y bien amalgamado el Coro.
Paolo Arrivabeni desde el podio ofreció una chispeante versión musical, con tiempos ágiles y cuidado desempeño. Abriendo varios de los cortes tradicionales en una muy buena decisión ya que esos momentos ayudan a comprender más acabadamente la trama.
Cada nueva versión de L’Elisir d’amore‘ de Gaetano Donizetti confirma la universalidad de la sencilla historia que funciona en muchos ámbitos donde se encuentre un pueblo de campesinos que se pueda embaucar fácilmente, una joven pizpireta y un enamorado al cual las cosas le salen bien por casualidad pero que cree que es por mediación de un profesional del embuste. En este caso la puesta de Laurent Pelly, ya vista en París en 2006 y adquirible en DVD, muta la locación original por un pequeño pueblo de Italia alrededor de 1950. En un principio nos encontramos con un montículo de fardos de pasto, donde Adina lee, una enfardadora, la vista de los campos y de torres de electricidad. La llegada de Dulcamara, a una pequeña trattoría, se produce en un camión, milagro técnico mediante. En el segundo acto Chantal Thomas nos muestra otra escena campestre con fardos de pasto. La presencia de un telón con avisos del elixir de Dulcamara, a la manera de los viejos cines de tercera categoría, de motociclistas y hasta de un tractor nos hablan de las posibilidades técnicas del teatro y del preciosismo de la recreación de ese pueblo rural.
El vestuario luce perfecto para la época que quiere recrear y la iluminación de Jöel Adam resulta el complemento ideal para dar marco a cada escena. Se destacan las luces durante el aria principal de Nemorino por el bellísimo clima que producen.
El movimiento de los cantantes es permanente, no hay momentos estáticos en ningún lugar de la representación. Cada escena está milimétricamente pensada y coordinada con la música. En una puesta que sirve para demostrar que cuando hay creación y respeto, no importan los cambios de época, y que la ópera gana como espectáculo cuando hay teatro y no se convierte en un concierto con trajes. También Pelly demuestra que es una falacia que los cantantes no pueden emitir si están acostados, de espaldas o sin mirar al director. Claro que para ello se necesita un elenco sólido musicalmente que pueda dedicarse a actuar pues no tiene vacilaciones canoras.
Esto se dio esa noche en la Bastilla con una Anna Netrebko deslumbrante como Adina. Rol que encara con total seguridad musical, agudos y sobreagudos brillantes, gran potencia, exquisitos pianísimos y un fraseo admirable.
A su lado el tenor Charles Castronovo demostró su altísimo profesionalismo como Nemorino. La noche anterior cantó el Vincent de Mireille de Gounod y en la función que reseñamos salió a reemplazar a Giuseppe Filianoti, imposibilitado de actuar. Dos roles diferentes en dos días y ambos cumplidos en forma sobresaliente. Admira el manejo de su voz, sus recursos y posibilidades actorales, su fraseo y su estilo de canto. Su momento solista resultó perfecto y personal a la vez.
George Petean resultó un querible Belcore de sólidos recursos vocales y el Dulcamara de Paolo Gavanelli derrochó histrionismo y calidad vocal, aunque se echaran de menos mejores graves. Adecuada la Giannetta de Jaël Azzaretti y bien amalgamado el Coro.
Paolo Arrivabeni desde el podio ofreció una chispeante versión musical, con tiempos ágiles y cuidado desempeño. Abriendo varios de los cortes tradicionales en una muy buena decisión ya que esos momentos ayudan a comprender más acabadamente la trama.
Agradecemos a la jefa de prensa del teatro, Pierrette Chastel las facilidades concedidas para poder presenciar este espectáculo.
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