Crédito: Agathe. Poupeney / Opéra National de Paris
Gustavo Gabriel Otero
Mireille en París: Una declaración de principios estéticos. La temporada 2009-2010 de la Ópera Nacional de París se abrió con el estreno, para esa sala, de Mireille de Gounod en lo que resulta toda una declaración de principios estéticos de su nuevo director, Nicolas Joël, para diferenciarse de las propuestas musicales de su antecesor, Gerard Mortier, un confeso enemigo de la ópera francesa del siglo XIX. La temporada incluye también Werther, Los cuentos de Hoffmann y Platée en una bien distribuida selección de títulos galos.
Este inicio de temporada incluyó la transmisión televisiva en directo y posteriormente la radial. Es por ello que poco cabe agregar a lo que miles de personas en el mundo pudieron ver y escuchar. Pero la ópera como teatro cantado que es, implica necesariamente la presencia viviente del público y ninguna grabación, antigua o moderna, o transmisión podría nunca igualar la experiencia estética de la participación en vivo. Dejemos a los obstinados cultores de la necrofilia lírica con sus históricas grabaciones, sus recuerdos agigantados y sus depresiones por un mundo que cambió, y también a los que por razones de lejanía o presupuesto no pueden más que seguir, a la distancia y con envidia, las temporadas de los principales teatros líricos del mundo por medio de la televisión, la radiofonía e internet, para adentrarnos en el mágico, único e irrepetible mundo de la ópera en vivo. Lo que televisivamente o radiofónicamente nos pareció muy bueno se convirtió en excelente ante la presencia real en esta función final de Mireille. Sus puntos más altos fueron la perfecta preparación musical, el extremo cuidado de la dicción francesa, el elevado nivel vocal y la producción escénica respetuosa y a la vez moderna. Marc Minkowski dirigió la obra con tiempos ligeros, con perfecto espíritu francés y con delicadeza. Haciendo de una ópera de menor cuantía una verdadera revelación. Es de destacar la esmerada preparación musical, la notable respuesta de la orquesta y el amor que en todo momento puso el maestro Minkowski para con la obra. La partitura que desde el foso los músicos le entregaron al director en el saludo final es la muestra pública por parte de la orquesta de la conformidad con un trabajo de conjunto con un resultado de gran valía. Debe agradecerse al maestro la recuperación para la consideración pública de esta obra poco frecuentada de Gounod.
En el protagónico Inva Mula demostró su elevado nivel de compromiso actoral, una vocalidad sin fisuras y unas posibilidades canoras que van desde la delicadeza de la niña amante de los inicios de la obra, al dramatismo de su travesía por el desierto.
Charles Castronovo mostró en su Vincent un artista de perfecto estilo francés que puede cantar con voz plena y homogénea.
Frank Ferrari (Ourrias) tuvo la presencia ideal para encarnar al pérfido personaje y cantó con pasión y buen gusto. Con notable volumen y homogeneidad en el registro Alain Vernhes fue Ramón el padre de Mireille. Taven está a mitad de camino entre una bruja y una anciana sabia, Sylvie Brunet la compuso con un notable y verdadero registro de mezzosoprano. Sólido el resto del elenco, del cual se destacaron Anne-Catherine Gillet (Vincenette) y Sébastien Droy (Andreloun), y con justeza la labor del coro preparado por Patrick Marie Aubert. Presenciar una puesta del equipo comandado por Nicolas Joël y conformado por Ezio Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (vestuario) implica ver una concepción respetuosa, ambientes amplios y vestuario en estilo. En esta oportunidad el equipo incluyó, también, a Patrick Ségot en el diseño de la coreografía y a Vinicio Cheli en la iluminación. De ninguna manera defraudó el estilo que es habitual en Joel con una puesta respetuosa y moderna a la vez. La acción dramática se desarrolló correctamente y, en general, los protagonistas jugaron escena bien adelante en el escenario. En el primer acto un trigal sencillo y a la vez perfecto dio marco a la escena con el agregado de una proyección detrás. Unos pocos elementos dieron lugar al segundo: sólo se agregó una carreta y unas banderines de colores. Un gran muro de piedra fue el escenario de la primera parte del tercer acto que luego mutó en la orilla del Rodano con la visión de las dos orillas, el agua, el cielo y la luna. El cuarto acto se desarrolló en el exterior de una casa de piedra con un fondo azul y unos bancos de madera para la fiesta. Resultó de excelencia el efecto del amanecer. El desierto se resolvió con una proyección de luz amarilla y blanca y en el final se ven los campos, la escalera de piedra que da entrada a la iglesia y una pequeña torre con una cruz.
Agradecemos a la jefa de prensa del teatro, Pierrette Chastel las facilidades concedidas para poder presenciar este espectáculo.
Este inicio de temporada incluyó la transmisión televisiva en directo y posteriormente la radial. Es por ello que poco cabe agregar a lo que miles de personas en el mundo pudieron ver y escuchar. Pero la ópera como teatro cantado que es, implica necesariamente la presencia viviente del público y ninguna grabación, antigua o moderna, o transmisión podría nunca igualar la experiencia estética de la participación en vivo. Dejemos a los obstinados cultores de la necrofilia lírica con sus históricas grabaciones, sus recuerdos agigantados y sus depresiones por un mundo que cambió, y también a los que por razones de lejanía o presupuesto no pueden más que seguir, a la distancia y con envidia, las temporadas de los principales teatros líricos del mundo por medio de la televisión, la radiofonía e internet, para adentrarnos en el mágico, único e irrepetible mundo de la ópera en vivo. Lo que televisivamente o radiofónicamente nos pareció muy bueno se convirtió en excelente ante la presencia real en esta función final de Mireille. Sus puntos más altos fueron la perfecta preparación musical, el extremo cuidado de la dicción francesa, el elevado nivel vocal y la producción escénica respetuosa y a la vez moderna. Marc Minkowski dirigió la obra con tiempos ligeros, con perfecto espíritu francés y con delicadeza. Haciendo de una ópera de menor cuantía una verdadera revelación. Es de destacar la esmerada preparación musical, la notable respuesta de la orquesta y el amor que en todo momento puso el maestro Minkowski para con la obra. La partitura que desde el foso los músicos le entregaron al director en el saludo final es la muestra pública por parte de la orquesta de la conformidad con un trabajo de conjunto con un resultado de gran valía. Debe agradecerse al maestro la recuperación para la consideración pública de esta obra poco frecuentada de Gounod.
En el protagónico Inva Mula demostró su elevado nivel de compromiso actoral, una vocalidad sin fisuras y unas posibilidades canoras que van desde la delicadeza de la niña amante de los inicios de la obra, al dramatismo de su travesía por el desierto.
Charles Castronovo mostró en su Vincent un artista de perfecto estilo francés que puede cantar con voz plena y homogénea.
Frank Ferrari (Ourrias) tuvo la presencia ideal para encarnar al pérfido personaje y cantó con pasión y buen gusto. Con notable volumen y homogeneidad en el registro Alain Vernhes fue Ramón el padre de Mireille. Taven está a mitad de camino entre una bruja y una anciana sabia, Sylvie Brunet la compuso con un notable y verdadero registro de mezzosoprano. Sólido el resto del elenco, del cual se destacaron Anne-Catherine Gillet (Vincenette) y Sébastien Droy (Andreloun), y con justeza la labor del coro preparado por Patrick Marie Aubert. Presenciar una puesta del equipo comandado por Nicolas Joël y conformado por Ezio Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (vestuario) implica ver una concepción respetuosa, ambientes amplios y vestuario en estilo. En esta oportunidad el equipo incluyó, también, a Patrick Ségot en el diseño de la coreografía y a Vinicio Cheli en la iluminación. De ninguna manera defraudó el estilo que es habitual en Joel con una puesta respetuosa y moderna a la vez. La acción dramática se desarrolló correctamente y, en general, los protagonistas jugaron escena bien adelante en el escenario. En el primer acto un trigal sencillo y a la vez perfecto dio marco a la escena con el agregado de una proyección detrás. Unos pocos elementos dieron lugar al segundo: sólo se agregó una carreta y unas banderines de colores. Un gran muro de piedra fue el escenario de la primera parte del tercer acto que luego mutó en la orilla del Rodano con la visión de las dos orillas, el agua, el cielo y la luna. El cuarto acto se desarrolló en el exterior de una casa de piedra con un fondo azul y unos bancos de madera para la fiesta. Resultó de excelencia el efecto del amanecer. El desierto se resolvió con una proyección de luz amarilla y blanca y en el final se ven los campos, la escalera de piedra que da entrada a la iglesia y una pequeña torre con una cruz.
Agradecemos a la jefa de prensa del teatro, Pierrette Chastel las facilidades concedidas para poder presenciar este espectáculo.
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