Credito: Paulo Lacerda-Fundação Clóvis Salgado
Renato Rocha Mesquita
Macbeth, una de las obras maestras de Verdi, abrió la temporada lírica del Palácio das Artes en Belo Horizonte, con tres solistas internacionales invitados: Cynthia Lawrence (Lady Macbeth), Jason Stearns (Macbeth) y el veterano tenor mexicano Octavio Arévalo (Macduff). Stearns inició hace no mucho su carrera, y junto a Lawrence, ambos ya se han presentado en el Metropolitan de Nueva York. La Orquesta Filarmónica de Minas Gerais hizo una brillante interpretación de una partitura que reluce a veces momentos de gran sutileza y en otros pide solamente que los músicos acompañen con sumisión la línea vocal – aunque sea lamentable la decisión de eliminar el bailable del tercer acto, uno de los más integrados en la acción y uno de los más satisfactorios musicalmente entre las tantas partes de ese género compuestos por Verdi. El director musical de la OFMG, Fábio Mechetti, se presentó en San Pablo la noche del estreno, y fue reemplazado con competencia por su asistente, Fábio Costa. Pero en las funciones siguientes Mechetti dejó claras las razones por las cuales es uno de los directores de orquesta brasileños en ascenso en escenarios internacionales – aunque no posea todavía mucha intimidad con las convenciones del teatro de ópera pues intentaba todo el tiempo, con gestos nerviosos de las manos, evitar que el aplauso del público interrumpiera la continuidad musical. Para Lawrence, el papel de Lady Macbeth supuso grandes problemas en la función de estreno; y dio señales evidentes de cansancio en las demás (cuatro funciones de esa ópera en una sola semana es un verdadero tour de force para la soprano). La voz no es particularmente hermosa – lo que de resto corresponde a las intenciones del compositor – y no obedece siempre a lo que quiere la cantante, pero es voluminosa y tiene grande extensión. Tuvo una cierta ferocidad su cabaletta del primer acto y tuvo buen control de su participación en los concertati después del asesinato del rey y en la escena del banquete. Es una lástima que su re agudo – la nota emblemática con que se cierra la escena del somnambulismo – fuera solamente aproximativo y cantado ya casi en los bastidores en los dos espectáculos a los que pude asistir. Más sutil y con un timbre que a veces recuerda al de Sherrill Milnes, Jason Stearns hizo de Macbeth una interpretación más exacta. Al contrario de su compañera de reparto, su estreno fue inseguro pero mejoró gradualmente: él cantó de modo muy brillante en la última función y mereciendo por eso una ovación del público. En su aria Pietà, rispetto, amore, además de una interpretación conmovedora, enseñó sutilezas de mezzavoce y de legato que lo indican para hacer otros roles de barítono verdiano. Luis Molz (Banco), bajo brasileño desconocido en su propio país hasta esta fecha, hace carrera muy prometedora en teatros alemanes. Quizás el papel fue pesado para su hermosa voz de bajo-cantante. Hizo bastante bien el dúo del primer acto con Macbeth, pero le faltó energía y resistencia en el aria Come dal ciel precipita, y no supo hacer de ese un momento inolvidable. Octavio Arévalo no llegó a comprometerse, y burocrático en su interpretación y casi inaudible, no entusiasmó el público con su aria. ¿No tendríamos en Brasil un otro cantante capaz de dar a Macduff la dimensión exacta de que necesita el tenor de esa ópera? Decorado, trajes y dirección de escena no correspondieron a la actuación de los cantantes y al rendimiento musical. Los decorados fueron poco originales; el diseño de iluminación fue deficiente (con excepción de la escena del asesinato de Banco); y fue excesiva la utilización de humo para crear un clima misterioso – en suma, el director Cléber Papa, que en otras ocasiones fue eficiente en sus puestas en escena, no supo, esta vez, crear la ambientación de barbarie medieval que la ópera requiere y, además, su concepción del espectáculo tuvo momentos confusos, que fueran perjudiciales para pasajes importantes de la acción. Causó daños a la escena de las apariciones, por ejemplo, el exceso de comparsas; y en la batalla final, que no tuvo visiblemente pruebas suficientes, la cacofonía de sus gritos y movimientos en escena no permitió oír el fugato escrito por Verdi para ese pasaje que, ello solo, representa con elocuencia las partes en conflicto.
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