Ramón Jacques
La opera Rusalka del compositor checo Antonín Dvořák, la variación folclorista de la vieja historia de la sirena que se enamora de un príncipe humano, adaptada del cuento La Sirenita de Hans Christian Anderson y que se estrenó en Praga en 1901, llegó por primera vez al escenario del Palacio de Bellas Artes de México en una co-producción entre la Opera de Bellas Artes y el fmx Festival de México (festival anual que reúne diversas expresiones artísticas) en su edición numero 27. En escena resaltó el detallado trabajo del creador Jorge Ballina, quien ideó las escenografias como un verdadero cuento o comic mágico, al que incorporó los elementos naturales referidos en la historia como: el bosque con árboles, la luna, y el lago donde habitaban Rusalka, las ninfas y el espíritu del agua, y el salón de un castillo (en el segundo acto). Con unas como redes entrelazadas que se agitaban, subían y bajaban continuamente, recreó de manera ingeniosa y visualmente sugestiva, el efecto del constante movimiento del agua. La labor escénica fue perfeccionada gracias a los elegantes vestuarios de Eloise Kazan, extraídos de imágenes de historias de princesas y sirenas; y por el brillante juego de luces, de resplandecientes tonalidades de todos colores de Víctor Zapatero. La dirección escénica de Enrique Singer, con experiencia teatral y en su primera incursión en la opera, permitió que los artistas se desplazaran por la escena con libertad y precisa gestualidad. El elenco vocal, fue liderado por la soprano sueca Elisabet Strid, una expresiva ninfa acuática, que ofreció claridad y matices con su voz de interesante esmalte y variedad en el acento. Su conmovedora interpretación de la celebre la ‘Canción de la luna’ estuvo cargada de exuberancia y melancolía. Por su parte, el tenor eslovaco Ľudovít Ludha dio presencia escénica al personaje del Príncipe, pero a pesar de exhibir un refinado y elegante timbre calido, su voz se siento pesada, por momentos comprometiendo su emisión. El bajo Alexander Teliga, mostró seguridad en su actuación, pero basó parte de su interpretación en un plano muscular con su robusta y estentórea voz como Vodník, el Espíritu de las Aguas. La tonalidad oscura en la voz de la mezzosoprano Belem Rodríguez, pareció adaptarse muy bien a las exigencias del papel de Ježibaba, papel que actuó con temperamento y carácter. La soprano Celia Gómez agrado por sus buenas cualidades vocales dando vida a la princesa extranjera. Correctos estuvieron el resto de los personajes, y el coro, que desde los palcos laterales del teatro tuvo su aporte a la función, con un nivel que parece ir en ascenso bajo la guía de su titular el catalán Xavier Ribes. De la orquesta dirigida por el búlgaro Ivan Anguélov fluyó naturalmente la magia lírica y sensualidad que derrama en muchas de sus páginas esta partitura. Su lectura fue en términos generales correcta, y a pesar de algunos pasajes fuertes y de algunos desajustes en los metales, la de Dvořák, continua siendo una música para perderse y sónar.
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