Alicia Perris
Drame lyrique en cuatro actos en lengua francesa. Libreto de Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann, basado en la novela epistolar de Johann Wolfang von Goethe,“ Die Leiden des jungen Werthers” . Estrenado en alemán en la Hofoper de Viena el 16 de febrero de 1892 y en francés en la Opéra Comique de París el 16 de enero de 1893. Nueva producción en el Teatro Real, procedente de la Ópera de Fráncfort. Director musical: Emmanuel Villaume, director de escena: Willy Decker, escenógrafo y figurinista: Wolfang Gussmann. Reparto en los roles principales: Giuseppe Filianoti: Werther, Ángel Ódena: Albert, Jean-Philippe Lafont: el burgomaestre, Sonia Ganassi: Charlotte, Auxiliadora Toledano: Sophie . Pequeños Cantores. Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid). Jueves 24 de marzo. 20 horas.
La muerte puede contarse de diferentes maneras y también la desesperanza y la crueldad de la condición humana. Una prueba de ello fue la ópera anterior producida en el Real, “Les Huguenots”, de Meyerbeer, donde hay una lucha por la supervivencia y un éxtasis evidente que subraya la vida. No es el caso de Werther, una obra más germana que latina, donde el personaje desde la primera escena lleva incrustada la señal de la desaparición física y el desaliento. Werther es la plasmación de una batalla sabida desde siempre, jugada y perdida. Los cantantes principales de esta función, Giuseppe Filianoti y Sonia Ganassi, desempeñan una labor ajustada y equilibrada y fueron muy aplaudidos por un público aparentemente sin fisuras. Sin embargo, pequeña la voz del tenor, un poco falto de aliento su trabajo escénico (está un periodo de tiempo inenarrable muriéndose de pie, seguramente para facilitar la emisión) y superior en la performance Sophie Koch sobre la intérprete del segundo reparto. Primaveral y refrescante dentro de lo tenebroso del libreto la jovencita Sophie en la voz y el alma de Auxiliadora Toledano. Muy en su papel castrador sin titubeos ni remordimientos el Albert de Ángel Ódena. Bien el burgomaestre de Jean-Philippe Lafont. Y el ideal de cualquier crítico: poder asistir a las funciones de los dos diferentes casts. La orquesta fue dirigida con elegancia y soltura y el coro de niños realizó bien su trabajo, aunque se echaba de menos en la propia partitura más creatividad, ya que su melodía navideña se repite al principio de la ópera y al final. El montaje de Willy Decker y el vestuario, poco favorecedor en general, acompañan una obra depresiva y falta de optimismo, con unos colores fríos y una puerta móvil que se traslada con monotonía de un lado a otro del escenario durante toda la representación. El blanco de la nieve que cae al final refuerza la sensación de claustrofobia y frío que los decorados plasman en planos inclinados, objetos abandonados aquí y allá, como las cartas de Werther a Charlotte, estrujadas y manipuladas una y otra vez por varios personajes. Todo duro y seco, como la intransigencia de la protagonista a plegarse a los deseos de su corazón y de sus vísceras, en contra de la voluntad todopoderosa del mandato materno, encarnado en un retrato de la progenitora que gestiona toda la dinámica de la obra desde el comienzo hasta el apagón definitivo del acto cuarto. Un arquetipo romántico, agónico este Werther que ha perdido todas las batallas, errante y solitario, alma abandonada de toda salida existencial a pesar de su luz interior. Romanticismo sin concesiones y modelo para tantos fanáticos y aficionados del desastre amatorio y emocional. Una ocasión excelente para contrastarse en lo afectivo. Ideal para los enamorados del amor y todo el territorio del castigo y la transgresión a la rigidez y la ambigüedad de sus leyes y sus reglas.
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