Foto: Liliana Morsia
Luis G. Baietti
Como parte de una temporada muy atípica, y
presumiblemente muy influida por la escasez de recursos financieros, Buenos
Aires Lirica exhumó esta raramente representada obra temprana del maestro de
Pesaro, escrita cuando tenía apenas 20 años (es su quinta Opera) pero ya en
plena posesión de los recursos técnicos que lo llevarían meses más tarde a
producir operas de la enjundia de Tancredi o Aureliano en Palmira. Es una obra
agradable de ver, con un argumento muy endeble, y una música de no demasiado vuelo,
pero muy simpática al oído, especialmente en su parte orquestal a la cual se
reservan las mejores melodías. La versión es de calidad, con una excelente
dirección musical que valoriza el trabajo de un muy buen conjunto orquestal,
apoyado ( aquí los cantantes más bien acompañan a la orquesta, que al revés
como es lo habitual en el género ) por un sólido trabajo de equipo de un elenco
sin fisuras en el que se lucen las dos sopranos Costanza Diaz Falu en el papel
más exigido de la obra, ya que canta casi todo el tiempo y Guadalupe Maiorino ,
el tenor Sebastián Russo que se muestra muy a sus anchas cantando este papel de
tenor ligero que parece mucho más adecuado a su voz que el repertorio que por
fuerza de la circunstancias ha venido cultivando recientemente, los barítonos Luis Loaiza Isler en una muy logrado
composición cómica y sobre todo Sergio Carlevaris en una excelente
creación y un correcto pero algo sobreactuado Patricio Olivera, todos ellos
bajo la dirección escénica muy inspirada y de buen gusto de Cecilia Elías. La
sala del Teatro Picadero, felizmente recuperada de las ruinas a las que la
redujo un famoso atentado, tiene una muy activa programación que deja disponibles
sólo las noches de los lunes para este espectáculo, del cual se celebrarán
varias funciones más. Parecería ser a priori por sus dimensiones el ámbito
ideal para una obra menor como esta, pero tiene el problema insoluble de la
falta de foso orquestal, que aquí llevó a la solución heroica de sacrificar más
de la mitad del escenario para ubicar a la reducida orquesta, reservando para
los cantantes sólo uno de los extremos del mismo. Esto que fue soslayado con
gran habilidad por la regie, tuvo la desfavorable consecuencia de hace que más
o menos un 25% de las localidades, ubicadas en el costado derecho de la sala,
tengan una muy limitada visión y audición de la obra, que hubieran justificado
una advertencia previa a quienes adquiriesen tales localidades y hasta un
precio sustancialmente menor.
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