Fotos: Cory
Weaver/San Francisco Opera
Ramón Jacques
Con la reciente apertura del teatro
Taube Atrium Theater (con capacidad para 299 espectadores) la Ópera de San
Francisco incorpora un nuevo espacio que le permite ampliar su oferta artística
abordando operas de cámara, recitales y obras contemporáneas que difícilmente podría
montar en el enorme escenario del War Memorial Opera House. Las producciones
del proyecto denominado “SF Opera Lab”
llenarán también un vacío en el calendario del teatro, precisamente en los
meses en los que no se programaba nada. Uno de los proyectos más ambiciosos dentro
de esta nueva iniciativa es sin duda “La
Voix Humaine” con la magnífica interpretación de Anna Caterina Antonacci. Si bien las apariciones de la destacada
soprano italiana han sido escasas con esta compañía, en cada una de ellas ha
dejado una huella imborrable de su temperamento y su arte, en personajes como: Adalgisa en Norma, como Ermione de
Rossini, en Cassandre en Les Troyens de Berlioz y como Cesira en el estreno mundial de La Ciociara de Marco Tutino, papel que
fue creado especialmente para ella. Actualmente, Anna Caterina Antonacci ha
hecho del papel de Elle en la obra de
Francis Poulenc una de sus especialidades, no solo por sus capacidades histriónicas,
si no por la afinidad que tiene con el repertorio y la lengua francesa.
Con
pocos elementos en escena, una silla rodeada de almohadas en el suelo, un teléfono
y al fondo una enorme fotografía de París vista a través de un vidrio mojado
por gotas de lluvia, se creó un ambiente sencillo pero ideal para el desarrollo
de la trama. Antonacci hace un personaje creíble, lleno de angustia, temor, soledad
y desesperación. Es una artista que transmite y comunica sentimientos, y eso
resalta más en la intimidad de la sala con la cercanía entre la interprete y el
público, al que logró envolver con su magia y expresividad. Con ella cada frase
tiene una intención, así como en cada ademán y movimiento donde imprime su atractiva
y seductora presencia escénica. Vocalmente su proyección fue adecuada y su dicción
francesa deliciosa y elegante. En todo momento, tuvo el acompañamiento al piano
de Donald Sulzen, su cómplice
musical habitual, quien creó un marco musical muy adecuado para la artista, con
profundidad y exactitud. Antes de entrar de lleno al dramatismo de Poulenc,
Antonacci, ofreció una selección de canciones francesas, un mini recital tan
emocionante como la segunda parte, que incluyó “La mort d’Ophélié”de Berlioz,
“Chansons de Bilitis” de Debussy, así como un seductor ciclo de canciones
de Poulenc titulado “La Frâicheur et le
Feu”
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