Foto: Bruce Zinger
Giuliana dal Piaz
Primer evento de la
Temporada 2017-18 de Opera Atelier,
con un Mozart “diferente”. Acostumbrados a presenciar, en medio de estucos, terciopelos
y doraduras del Elgin Theatre, óperas en las que el espectáculo “a la antigua”
– gestos exagerados, bailarines hombres en leotardos, grandes faldas ondeantes de
cantantes y bailarinas, enormes escotes que simula senos generosos también en
la que no lo tiene – obscurece a menudo la sustancia de la producción, nos sorprendió
agradablemente la relativa sobriedad de estas Bodas de Fígaro, ágiles, vivaces y entretenidas: esta vez el director
Marshall Pynkoski, también gracias a la habilidad escénica de casi todos los
intérpretas, logró superar la mayoría de los estereotipos del repertorio de
Opera Atelier. Me pareció apreciable (aunque históricamente dudosa) la idea de presentar
a los comprimarios como personajes típicos de la Comedia del Arte (Don Basilio,
Don Bartolo e Marcellina exhiben las características y la comicidad de las máscaras),
una idea que volvió el espectáculo más divertido y apreciado por un público heterogéneo,
eliminando gran parte del intento polémico y político original – la ópera fue
compuesta casi en vísperas de la Revolución francesa – y enfatizando en cambio
sobre todo su aspecto farsesco de “comedia de enredo”. Efficaz la escenografía,
una única estructura cóncava en la cual se abren varias puertas, mientras que al
inicio de cada Acto baja en el escenario un panel pintado que señala el lugar; muy
reducida la utilería en escena, un par de sillones, un biombo y un par de
sillas, y un estilizado ‘matorral’ de cartón que Fígaro desplaza a voluntad en
el último Acto. A
la prensa la decisión de usar un texto en inglés en vez del libreto original de
Lorenzo da Ponte fue presentada como el intento de acercar mayormente el
público joven a la ópera barroca. Puse personalmente unas preguntas al respecto
a unos jóvenes antre el público – pues hace años que los sobretítulos eliminaron
el obstáculo para quienquiera sepa leer – y llegué a otra conclusión: la razón reside
o bien en el deseo de originalidad a toda costa o en la creencia (falsa) de
volver más fácil para los cantantes la interpretación de un texto largo y lleno
de recitativos. La traducción al inglés, obra del compositor e poeta británico
Jeremy Sams, es literariamente óptima y fiel, pero en la ejecución se pierde, junto
con el ritmo original, la perfecta armonía entre música instrumental y música
vocal. El inglés moderno, más largo y articulado, obliga además a los
intérpretes a una velocidad de palabra que no existe en el libreto de da Ponte,
en que las pausas de la voz son tan importantes como las palabras. A
parte estas consideraciones, el resultado fue mejor que no esperara: la habilidad
de concertación del Mº David Fallis, y la extraordinaria agilidad ejecutiva de la
Tafelmusik Baroque Orchestra guiada por la violinista Elisa Citterio, le dieron
a la partitura un ritmo acelerado que, junto con un par de cortes en el 4º Acto,
volvió la ópera unos diez minutos más corta. Buenos
en conjunto todos los intérpretes, sobre todo desde el punto de vista teatral
(esto, con la excepción del Conde de Almaviva: el bajo-barítono Stephen Hegedus
tiene buena voz, aunque no especialmente poderosa, pero expresa todo tipo de
sentimiento, contrariedad/frustración/ganas de vengarse, batiendo repetidamente
el pie en el suelo como niño caprichudo); eficaces las dos sopranos, Mireille
Asselin, una Susana coqueta e intrigante como el rol lo requiere, y Peggy Kriha
Dye, cuya voz no muestra sin embargo todo su potencial en esta Condesa de
Almaviva poco dramática; bueno el Querubino de Mireille Lebel (hay que admitir
que le hemos visto más coloratura y matización vocal en otras óperas) y muy
buena la mezzo-soprano bufa de Laura Pudwell come Marcelina; excelente, tanto
por interpretación vocal y calidad dramática como por presencia en escena el bajo-barítono
Douglas Williams.
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