Massimo Viazzo
Han pasado ya diez años desde que la producción de la Flauta Mágica de Barrie Kosky suscitó entusiasmo en los
escenarios de todo el mundo. El director de escena australiano con el
determinante aporte de los videos del grupo artístico 1927, cuyos miembros son Paul Barritt y Suzanne Andrade (que aparece también en el programa como directora
escénica junto a Kosky) y con los funcionales vestuarios de Esther Bialas, confeccionó un
espectáculo innovador, con el sello de la Komische Oper Berlin, caracterizado
por un ingenioso y fecundo estrabismo que mira contemporáneamente al pasado y al futuro: al
pasado por sus referencias a los años dorados del cinema mudo, algo claramente
evidente en los pasajes de los recitativos hablados (hay que recordar que la
Flauta Mágica es un Singspiel), que aquí fueron completamente eliminados y
sustituidos por carteles con leyendas explicativas acompañadas al fortepiano
con música del propio Mozart a la manera del cine mudo; y mira también al
futuro con la creación de un espacio virtual en el que los personajes de la
ópera son despersonalizados dentro de verdaderos dibujos animados proyectados
al fondo de la escena, para mostrarlos al público en una dimensión más de fabulesca
y onírica. De hecho, a Kosky no le interesan las implicaciones filosóficas,
místicas y masónicas del libreto; lo que más bien atrae al director de escena
es el aspecto jocoso y popular de la historia, que en efecto caracterizó al
principio de la puesta en escena en el Theater auf den Wieden, ubicado en la
periferia de Viena y que fue frecuentado justamente por el pueblo. En sustancia, Kosky cuenta una historia ingenua
de amor en el que se encuentra oponiéndose al mundo reaccionario y
tradicionalista de la Reina de la Noche (aquí una inquietante mujer araña) y al
mundo moderno y progresista de Sarastro representado por una miríada de
máquinas y de engranajes que invaden la vida cotidiana, todo pensado en un
universo bidimensional regulado por un impecable dispositivo de relojería que
funciona a la perfección, justo porque sabe esconder los mecanismos que lo
gobiernan, dejando así emerger la poesía, el estupor y el sueño. Homogéneo estuvo el elenco en esta reposición
turinense, un grupo de cantantes que indudablemente efectuó un buen trabajo
como equipo. Señalamos el apasionado
lirismo de Gabriela Legun (Pamina),
la seguridad y el acento gallardo de Guryen Baveyan (Tamino), el hermoso timbre de Guryen
Baveyan (Papageno), los picudos y muy precisos agudos de Serena Sáenz (Reina de la Noche), la
rotundidad en la emisión de In-Sung Sim (Sarastro), pero casi todos dieron lo mejor de sí
mismos para el éxito de un espectáculo conducido desde el podio con sequedad,
actitud y dinamismo por Sesto Quatrini, quien se mostró
perfectamente en sintonía con lo que sucedía sobre el escenario.
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