Friday, April 7, 2023

Pelléas et Mélisande en Los Ángeles

Fotos: Craig T. Matthew / LA Opera

Ramón Jacques

Aunque se sabe que hubo poco contacto personal entre ellos, no se consideraban amigos y tampoco fueron frecuentes colaboradores, fue el destino el que quiso que los nombres del compositor francés Claude Debussy y el de Maurice Maeterlink quedaran unidos eternamente en la creación de Pelléas et Mélisande, la ópera en cinco actos basada en la obra homónima del dramaturgo y ensayista belga. Debussy creó esta obra maestra, que se adaptaba a sus principios y preferencias, apartándose de las reglas, las formas y las convenciones que dominaron la creación operística en los siglos precedentes. Debussy llegó a admitir que lo que lo atrajo a la obra de Maeterlinck, a pesar del ambiente de sueños y la atmosfera imaginaria en la que se desarrolla la historia, fue la humanidad, la sensibilidad y el lenguaje evocador que encontró en ella, que consideró más profundo de lo que pudo encontrar en cualquier referencia o documento histórico. Pelléas et Mélisande es una ópera que debería ser representada con mayor frecuencia, sin embargo, e inexplicablemente, forma parte de esos títulos que, a pesar de su riqueza orquestal y vocal, no ha logrado afianzarse dentro del repertorio ni las temporadas de los teatros, especialmente estadounidenses. En la historia de la Opera de Los Ángeles, solo se escenificó en la temporada de 1995; en el año 2016 la vecina orquesta LA Philharmonic ofreció una versión en concierto bajo la conducción del maestro finlandés Esa-Pekka Salonen, el mismo que la dirigió en 1995, y salvo contadas producciones en el Metropolitan de Nueva York o la Opera de Santa Fe este verano, es un título prácticamente desconocido en Norteamérica. El valor en la concepción escénica del director David McVicar, con marco escénico traído de la Opera de Escocia, con diseños y elegantes vestuarios de Rae Smith, es que logró construir personajes humanos, creíbles, con los que el público podía identificarse fácilmente por sus sentimientos, despojándolos de ese halo de misterio y simbolismos, para contar una historia con personajes que viven y experimentan situaciones y emociones reales.  Aunque no se menciona explícitamente el reino Allemonde, se entiende que la acción transcurre en un bosque y dentro de un castillo en la actualidad.  El marco escénico que dividía el escenario donde en una mitad se observaba un tupido bosque con árboles y la otra el interior de un opulento castillo, resultó ser una idea visualmente estética para el espectador, además del atractivo juego de luces creado originalmente por la diseñadora Paule Constable, y aquí encomendado al iluminador mexicano Pablo Santiago, con las proyecciones al fondo del escenario de Jack Henry James Fox que representaban la conjunción de la oscuridad de la noche con la luz del día, de la brillantez y la oscuridad, como signo de la contradicción que yace sobre  la relación entre las tres personas principales.  El elenco tuvo un buen desempeño comenzando con Sydney Mancasola, soprano estadounidense poco conocida en este país, pero de amplia carrera internacional, quien dotó al personaje de Mellisande del carácter ingenuo, inocente y frágil que requerido, mostrando una voz homogénea, dulce y musical en su timbre y emisión, desplegando seguras y brillantes notas agudas y conmovedores pianos. Pelléas le fue encomendado al tenor Will Liverman, quien creó un personaje de carácter endeble e indeciso, mostrando buenas condiciones vocales, con una emisión algo nasal, tensa y por momentos incómoda, aunque la línea vocal del papel fue concebida para un barítono Martín, que debe poseer un sonido ligero capaz de alcanzar un rango alto. El papel de Goulad fue cantando con profundidad, fuerza e impulso por el bajo-barítono Kyle Ketelsen, quien pareció sobreactuar su parte al estilo de un Otello obsesionado y consumido por los celos, que al final fue verisímil y en línea con la idea dispuesta por la dirección escénica.  El papel de su hijo Ynold, generalmente asignado a una soprano ligera, aquí fue interpretado por el niño soprano Kai Edgar, quien con apenas doce años se mostró desenvuelto y cómodo en escena.  El papel de Geneviève fue bien cantado por la experimentada mezzosoprano Susan Graham, que irradió brillantez y presencia. Ademas, fue un lujo contar con la presencia del bajo Ferruccio Furlanetto como Arkel, esa figura sombría implicada en todo lo que sucede en la historia por su sabiduría y visión. Se escuchó su profundo y autoritario canto, elegante en la dicción y en el fraseo.  Completó el elenco el bajo-barítono Patrick Blackwell en el papel del médico, y estuvo bien el coro es sus limitadas apariciones. Por su parte, James Conlon al frente de la orquesta regaló una sutil y grata lectura orquestal. Dirigió con delicadeza y atención, matizando los pasajes más reflexivos y tranquilos, como los pianissimos de los chelos y fagotes al inicio de la obra, y de las  cuerdas al final, sin faltar su requerida explosividad en los pasajes de fuerza orquestal y vocal, de pasión, de terror y violencia, así como en los ricos interludios que entrelazan cada escena, con una orquesta que respondió a la altura; coronando lo que fue una meritoria producción en este teatro, que mantuvo al público expectante y atento desde el inicio hasta el final del espectáculo.






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