Thursday, April 20, 2023

Rigoletto en Ferrara

Fotos: © Teatro Municipale di Piacenza / Teatro Comunale «Claudio Abbado» di Ferrara

Athos Tromboni

¿Y si se escenificara Rigoletto como si fuera Triboulet, el bufón jorobado del drama de Víctor Hugo ambientado en la corte de Federico I de Francia, dinastía de Orleans, monarca que reinó ininterrumpidamente en suelo francés desde 1515 hasta 1547? Aproximadamente la misma época (siglo XVI como indica el libreto preparado por Francesco Maria Piave para Giuseppe Verdi), e igualmente el contexto ambiental, es decir, la corte de un personaje poderoso. La idea de volver a ambientar a Rigoletto en la Francia de Federico I no es extraña, porque al propio Verdi le hubiera gustado llamar al protagonista de su ópera inspirada en el drama de Hugo "Triboletto", pensando en el rey transalpino y no en el duque de Mantua. Pero la censura austriaca (que entonces gobernaba Venecia, donde se representó el estreno mundial) intervino y el escenario se desvió a Mantua; y el Rey fue degradado a Duque, porque no era concebible un regicidio escenificado -en tiempos del absolutismo monárquico- (la misma suerte corrió el protagonista de Un ballo in maschera, cambiado de Suecia por Gustav III muerto durante una conspiración, a una colonia americana donde el Rey de Suecia fue degradado a Gobernador de Boston). Dicho y hecho: Leo Nucci, que dirigió esta producción de Rigoletto (escenificada primero en el Teatro Municipal de Piacenza, luego en el Teatro Municipal "Claudio Abbado" de Ferrara) no tardó en decidirse. Hasta el punto de que el primer acto no tiene lugar en el salón de un palacio (o en un palacio ducal), sino en el jardín del Rey de Francia. Y luego, en el segundo acto montado en un interior, donde destaca una ampliación del retrato de Francisco I de Orleans, imitando el famoso cuadro original de François Clouet. Los exteriores e interiores de este montaje se caracterizan por un hermoso entorno tradicional, encargado por Carlo Centolavigna; los trajes coloridos y renacentistas de Artemio Cabassi eran hermosos, mientras que la excelente iluminación fue de Michele Cremona. Y la dirección de Leo Nucci penetró íntimamente en el drama involucrando a los cantantes y al coro de manera adecuada, dando finalmente al teatro musical el sentido de una fidelidad representativa que hoy en día es cada vez más rara ver en los escenarios de ópera. Hago mis propios comentarios, y en un lugar donde las opiniones cuentan más que las noticias: antes de escribir este artículo, leí algunas reseñas de otros críticos musicales que indicaban como demoledoras las elecciones escenográficas y de dirección de Leo Nucci. Palabras de desprecio de una obra que nos pareció espléndida (el público ferrarense coincidió con un lleno, con una buena mitad de público joven o muy joven aplaudiendo con entusiasmo). Leemos con fastidio aquellas críticas que juzgan las elecciones de Nucci (y quien me sigue desde hace tiempo sabrá que no tengo prejuicios contra las llamadas "direcciones modernas"), críticas en las que, si Gilda no lleva minifalda o si el Duque de Mantua no tiene los vaqueros rotos y al menos un par de tatuajes, "entonces la obra está museificada, muerta sí"... Una práctica de dirección que pretende ser "innovadora" y/o "de ruptura" pero termina siendo banal, conformista y antipática. No hay que ir más lejos: la puesta en escena de Piacenza y Ferrara de este Rigoletto es preciosa. Hablando de la interpretación musical: en el podio de una excelente Orquesta Filarmónica Italiana estaba anunciado Francesco Ivan Ciampa, indispuesto (¡qué pena! con gusto lo hubiésemos escuchado por su talento y su sensibilidad musical que crece temporada tras temporada. ) Sin embargo, su reemplazo, Gaetano Lo Coco, suscitó una excelente impresión: gesto claro y atento al escenario, dinámica apropiada a la música de Verdi (del pianissimi al fortissimo, tempos amplios pero coherentes, pulso decisivo), respeto por las voces, transparencia e inteligibilidad del fraseo (¿cuánto se debió a la concertación de Ciampa y cuánto a Lo Coco?). El papel de Rigoletto le fue confiado a Amartuvshin Enkhbat, excelente en Ferrara y ya muy apreciado en otros importantes teatros; Enkhbat destacó por la belleza de su timbre y la precisión de su fraseo, lo que le valió la definición de «barítono con voz de otra época». Su más cálido aplauso en la escena abierta y al final del espectáculo. Junto a él, la joven soprano Federica Guida (Gilda), una cantante en ascenso, ya estrella en la Wiener Staatsoper, del Teatro alla Scala y del Teatro Massimo de Palermo; para ser honestos debemos decir que no cumplió con nuestras expectativas. Su interpretación es muy musical, pero cantó cerrando las vocales abiertas, oscureciendo el fraseo, a menudo evitando el legato en favor de una especie de staccato "punteado"; y no estuvo dispuesta a limitar el volumen de su potente y sonora voz ni en los duetos ni en el cuarteto ""Bella figlia dell'amore" donde incluso superó el timbre del tenor. Optimo, por otro lado, estuvo el Duque de Mantua interpretado por Marco Ciaponi, un tenor ya consagrado internacionalmente. Completaron el reparto sobresalientes actores secundarios, como Christian Barone (Sparafucile), Rossana Rinaldi (Maddalena), Elena Borin (Giovanna), William Allione (Conde de Monterone), Stefano Marchisio (Marullo), Marcello Nardis (Matteo Borsa), Juliusz Loranzi (Conde de Ceprano), Emanuela Sgarlata (Condesa de Ceprano), Agnes Sipos (Un paje) y Lorenzo Sivelli (Un acomodador). Bravo el coro dirigido por Corrado Casati; en escena también una decena de mimos y extras que contribuyeron a enriquecer e imaginar la atmósfera de la representación. Un cálido aplauso para Ciaponi por "La donna è mobile"; y para Enkhbat y Guida por ""Sì vendetta tremenda vendetta" con una insistente petición de bis, no concedida.






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