Athos Tromboni
¿Y si se escenificara
Rigoletto como si fuera Triboulet, el bufón jorobado del drama de Víctor Hugo
ambientado en la corte de Federico I de Francia, dinastía de Orleans, monarca
que reinó ininterrumpidamente en suelo francés desde 1515 hasta 1547?
Aproximadamente la misma época (siglo XVI como indica el libreto preparado por
Francesco Maria Piave para Giuseppe Verdi), e igualmente el contexto ambiental,
es decir, la corte de un personaje poderoso. La idea de volver a ambientar a
Rigoletto en la Francia de Federico I no es extraña, porque al propio Verdi le
hubiera gustado llamar al protagonista de su ópera inspirada en el drama de
Hugo "Triboletto", pensando en el rey transalpino y no en el duque de
Mantua. Pero la censura austriaca (que entonces gobernaba Venecia, donde se
representó el estreno mundial) intervino y el escenario se desvió a Mantua; y
el Rey fue degradado a Duque, porque no era concebible un regicidio
escenificado -en tiempos del absolutismo monárquico- (la misma suerte corrió el
protagonista de Un ballo in maschera, cambiado de Suecia por Gustav III muerto
durante una conspiración, a una colonia americana donde el Rey de Suecia fue
degradado a Gobernador de Boston). Dicho y hecho: Leo Nucci, que dirigió esta
producción de Rigoletto (escenificada primero en el Teatro Municipal de
Piacenza, luego en el Teatro Municipal "Claudio Abbado" de Ferrara)
no tardó en decidirse. Hasta el punto de que el primer acto no tiene lugar en
el salón de un palacio (o en un palacio ducal), sino en el jardín del Rey de
Francia. Y luego, en el segundo acto montado en un interior, donde destaca una
ampliación del retrato de Francisco I de Orleans, imitando el famoso cuadro
original de François Clouet. Los exteriores e interiores de este montaje se
caracterizan por un hermoso entorno tradicional, encargado por Carlo Centolavigna; los trajes
coloridos y renacentistas de Artemio
Cabassi eran hermosos, mientras que la excelente iluminación fue de Michele Cremona. Y la dirección de Leo Nucci penetró íntimamente en el
drama involucrando a los cantantes y al coro de manera adecuada, dando
finalmente al teatro musical el sentido de una fidelidad representativa que hoy
en día es cada vez más rara ver en los escenarios de ópera. Hago mis propios
comentarios, y en un lugar donde las opiniones cuentan más que las noticias:
antes de escribir este artículo, leí algunas reseñas de otros críticos
musicales que indicaban como demoledoras las elecciones escenográficas y de
dirección de Leo Nucci. Palabras de desprecio de una obra que nos pareció
espléndida (el público ferrarense coincidió con un lleno, con una buena mitad
de público joven o muy joven aplaudiendo con entusiasmo). Leemos con fastidio
aquellas críticas que juzgan las elecciones de Nucci (y quien me sigue desde
hace tiempo sabrá que no tengo prejuicios contra las llamadas "direcciones
modernas"), críticas en las que, si Gilda no lleva minifalda o si el Duque
de Mantua no tiene los vaqueros rotos y al menos un par de tatuajes,
"entonces la obra está museificada, muerta sí"... Una práctica de
dirección que pretende ser "innovadora" y/o "de ruptura"
pero termina siendo banal, conformista y antipática. No hay que ir más lejos:
la puesta en escena de Piacenza y Ferrara de este Rigoletto es preciosa.
Hablando de la interpretación musical: en el podio de una excelente Orquesta
Filarmónica Italiana estaba anunciado Francesco Ivan Ciampa, indispuesto (¡qué
pena! con gusto lo hubiésemos escuchado por su talento y su sensibilidad
musical que crece temporada tras temporada. ) Sin embargo, su reemplazo, Gaetano Lo Coco, suscitó una excelente
impresión: gesto claro y atento al escenario, dinámica apropiada a la música de
Verdi (del pianissimi al fortissimo, tempos amplios pero coherentes, pulso
decisivo), respeto por las voces, transparencia e inteligibilidad del fraseo
(¿cuánto se debió a la concertación de Ciampa y cuánto a Lo Coco?). El papel de
Rigoletto le fue confiado a Amartuvshin
Enkhbat, excelente en Ferrara y ya muy apreciado en otros importantes
teatros; Enkhbat destacó por la belleza de su timbre y la precisión de su
fraseo, lo que le valió la definición de «barítono con voz de otra época». Su
más cálido aplauso en la escena abierta y al final del espectáculo. Junto a él,
la joven soprano Federica Guida
(Gilda), una cantante en ascenso, ya estrella en la Wiener Staatsoper, del
Teatro alla Scala y del Teatro Massimo de Palermo; para ser honestos debemos
decir que no cumplió con nuestras expectativas. Su interpretación es muy
musical, pero cantó cerrando las vocales abiertas, oscureciendo el fraseo, a
menudo evitando el legato en favor de una especie de staccato
"punteado"; y no estuvo dispuesta a limitar el volumen de su potente
y sonora voz ni en los duetos ni en el cuarteto ""Bella figlia
dell'amore" donde incluso superó el timbre del tenor. Optimo, por otro
lado, estuvo el Duque de Mantua interpretado por Marco Ciaponi, un tenor ya consagrado internacionalmente.
Completaron el reparto sobresalientes actores secundarios, como Christian Barone (Sparafucile), Rossana Rinaldi (Maddalena), Elena Borin (Giovanna), William Allione (Conde de Monterone), Stefano Marchisio (Marullo), Marcello Nardis (Matteo Borsa), Juliusz Loranzi (Conde de Ceprano), Emanuela Sgarlata (Condesa de Ceprano),
Agnes Sipos (Un paje) y Lorenzo Sivelli (Un acomodador). Bravo
el coro dirigido por Corrado Casati;
en escena también una decena de mimos y extras que contribuyeron a enriquecer e
imaginar la atmósfera de la representación. Un cálido aplauso para Ciaponi por
"La donna è mobile"; y para Enkhbat y Guida por ""Sì vendetta
tremenda vendetta" con una insistente petición de bis, no concedida.
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