Las coproducciones escénicas realizadas entre varios teatros han facilitado también la reposición de obras perdidas. Fue así como esta opera, vista por última vez hace más de treinta años en Turín, fue repuesta con la producción teatral ideada por Denis Krief para el Teatro Regio de Parma en el 2007. La labor de Krief, quien se encargó de la dirección de escena, escenografías, modernos vestuarios e iluminación, incluyó, fiel a su costumbre, figuras con diseños geométricos, pocos elementos, y la transmisión de imágenes de bosques y paisajes al fondo del escenario creando un sobrio pero vanguardista montaje apegado a la historia.
El elenco contó con la soprano Fiorenza Cedolins, quien bordó una distinguida y conmovedora Luisa Miller, por presencia escénica, y exhibió una delicada y seductora voz de dúctil y lírico timbre, por momentos de poca extensión y energía. El tenor Massimiliano Pisapia brindó una interpretación cargada de fuerza emocional y un timbre luminoso y claro como Rodolfo. El personaje de Miller se benefició de la autoritaria presencia de Alberto Gazale, un barítono de óptima línea musical, atractivo fraseo y elocuente declamación del texto.
Barbara di Castri emitió satisfactorias notas musicales con cuerpo y grata tonalidad oscura de mezzosoprano como Federica; Orlin Onastassov mostró una portentosa y expresiva voz de bajo y una consistente actuación como el Conde de Walter; y el bajo Enrico Iori una suntuosa coloración en su autoritario y voluminoso canto como el manipulador Wurm. En el podio, Donato Renzetti, director versado en el repertorio italiano, guió a la orquesta con entusiasmo y mano segura balanceando música y drama con armonía y color. Finalmente, el coro agradó por su destacado aporte a la función.
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