Tuesday, September 21, 2010

Farsas en México

Fotos crédito: Ana Lourdes Herrera

Dos farsas de Rossini en la Covarrubias
Por
José Noé Mercado

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Por segundo verano consecutivo, Pro Ópera A.C., en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México, ofreció una producción operística en la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario. Este año, los pasados 31 de julio, 3, 5 y 7 de agosto, en rigor fueron dos los títulos presentados: La scala di seta y L’occasione fa il ladro, ambas farsas del Cisne de Pésaro Gioachino Rossini. La experiencia del montaje de Don Pasquale en 2009, el balance artístico positivo, de crítica y público obtenido, dio a los productores el incentivo y quizás la confianza para continuar la aventura de la producción operística este año aún sin el apoyo obtenido el año pasado: una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Pero tener la confianza y confiarse en lo que se hace no es lo mismo.

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¿Es Rossini el de estas farsas?, sí. ¿Es el mejor Rossini?, difícilmente. No hay que mirar en menos, pero igual tampoco sobrevalorar. La selección de este par de títulos belcantistas, que por algo juntos no es frecuente su programación en parte alguna del mundo e individualmente rara vez se recurre a ellos, puede considerarse propositiva y demuestra un gusto tirante a lo exquisito, si bien en la práctica resultó (lo que se debió saber antes de optar por ellos y al parecer no se consideró) un espectáculo largo y no siempre chispeante (casi 3 horas y media), sobre todo considerando que hay dos historias, dos planteamientos, dos grupos de personajes que se desarrollan, dos conjuntos de enredos y desenredos, que si bien cuentan con pasajes de típica musicalidad rossiniana y bella arquitectura vocal, también están plagados de recitativos tendientes a la perorata, de ratos fomes de trama previsible y poco ágil, todo, además, de gran dificultad de aprendizaje para los propios artistas.
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Quizás por ello pero no válido como justificante, y acaso por confiarse, el elenco protagónico, particularmente la soprano Rebeca Olvera (Giulia-Berenice) y el barítono Josué Cerón (Germano-Don Parmenione) esta vez tropezaron con entradas falsas o ligeros desconciertos, que no en todo momento les permitió soltura y concentración en lo escénico. Hecho raro para el nivel de calidad al que han acostumbrado al público y a su propio estándar de actuaciones. Pero todo porque si se llega a los montajes o a los ensayos sin el debido conocimiento de cualquier obra o sus personajes o encomiendas músico-vocales, se corre un riesgo en las funciones. Aquí se demostró. Y resultó una pena que no se echara mano de los participantes jóvenes y dedicados del taller que antecedió a este montaje.

En el resto del reparto, el tenor napolitano Daniele Zanfardino (Dorvil-Conte Aberto), por el contrario mostró profesionalismo y cumplió, aún si se considera una importación tenoril de voz de estrecha belleza como su emisión de tendencia nasal. La mezzosoprano Guadalupe Paz se entrega, pero su canto por momentos se percibe descontrolado. Su emisión no logra ser regular, suena como reconstruida, pero sin terminar. El bajo Charles Oppenheim (Blansac-Martino) cantó en la misma línea de irreprochable estudio y preparación, eso siempre lo ha sacado adelante en los compromisos que asume, más allá de mayores o menores méritos o deméritos vocales o actorales, como en la primera obra donde su personaje recurrió a un innecesario afeminamiento, para tratar de producir gracia, ya sociopolíticamente y por tanto humorísticamente incorrecto y demodé.

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Pero ese factor es más bien para adjudicar al trazo escénico de Ragnar Conde, que igual se encargó del diseño de iluminación. En líneas generales, el trabajo de Conde es de esos que suelen ser mucho más atractivos en el discurso que lo acompaña, que en lo concretado en la puesta en escena. Sus ideas más interesantes, como el simular que la segunda obra en realidad era la filmación de una peli, o referencias a Marilyn Monroe o Miroslava o Mauricio Garcés et ál, poco y nada aportaron o se entrelazaron con típicas e intercambiables tramas de enredos, de suplantación de personalidades inverosímiles, de escondidos bajo la mesa, tras el sillón, al otro lado de la puerta, ya se sabe. El diseño escenográfico de Miguel Peregrina y el de vestuario de Gabriel Ancira bien, en ese sentido de seguir los conceptos de Ragnar Conde, que ya decíamos a dónde llegaron.

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El joven y entusiasta director Rodrigo Macías es un interesado en encontrar el camino de la concertación operística y eso lo diferencia de muchos otros. Muestra gran disposición para entender y responder con la orquesta el canto de los solistas, de desentrañar el sentido del compositor y a la vez de hacer su propuesta con validez. Al frente del Ensamble Filarmonía demuestra que va de a poco aprendiendo en ese sendero y lo seguirá haciendo en la medida en que pueda apretar más las tuercas a sus instrumentistas para buscar un sonido, en este caso no sólo correcto, sino más rossiniano si es que ello existe, o sea chispeante, lúdico, de agilidad cómica y bella a la vez: fársico. Y lo mismo con los cantantes que no le responden. Su natural bonhomía no quedará en entredicho si exige de los demás lo que él mismo, y otros de la producción, aportan.
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Así que de nuevo Pro Ópera A.C. hizo ópera, algo que ya casi nadie hace en México. Ni los que están obligados a ello. Eso es un logro no menor. Si continúa haciéndola para años próximos, en el verano, en la UNAM o no, sin apoyos gubernamentales o sobre todo con ellos, ya tiene un reto claro, a partir de sus dos experiencias en la Covarrubias: mantener o elevar, y no al contrario, un nivel de calidad interno y externo, de su gente y de quienes invita a participar. Sin olvidar que un reto puede ser ocasión para encontrar oportunidades y mostrar fortalezas. Pero igual de identificar debilidades y amenazas. Muy FODA, sí. Como todo en la vida. En la que quien se confía, lo paga al final del día.

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