Massimo Viazzo
Para abrir la sesión principal de las Semanas Musicales de Stresa 2010 (del Stresa Festival: Settimane Musicale di Stresa e del Lago Maggiore que se llevan acabo en Piamonte, Italia), denominada “Visiones”, no podría haberse elegido una obra más apropiada, como fue: la Tercera Sinfonía de Alexander Scriabin, que es de hecho una obra utópica, visionaria desde la primera hasta la última nota, tan ardiente e incandescente en su desenvolvimiento, y en perpetua lucha con si misma para encontrar una vía de salida al tormento que la permea. Vladimir Ashkenazy y la Sydney Symphony, orquesta de la cual es desde el año pasado su director principal, y que es una agrupación muy dúctil, reactiva, vibrante en las cuerdas y compacta en los alientos, realizaron una interpretación de fuerte impacto dramático, electrizante y espasmódico. Más que al color orquestal, Ashkenazy apuntó hacia el desarrollo de la tensión entre las líneas musicales, logrando así valorizar las sutiles congruencias que se derivan de la apasionante temática lacónica. La velada se inició con una propuesta insólita, como la desconocida Suite Rakastava de Jean Sibelius, una obra de rara sugestión y pánico, que fue seguida por un “emperador” (concierto para piano de Beethoven) monolítico muy uniforme en los timbres. El pianista Daniele Petralia, a la carga, tuvo algún problema técnico, y tocó con un fraseo monótono y una dinámica de espectro reducido. El concierto beethoveniano, no obstante la suntuosa parte orquestal llevada por el director (y pianista) de origen ruso, pareció estar privado de su peculiar energía y fuerza de propulsión.
Ese empuje propulsivo, que a su vez fue elegido ad atout en la segunda cita del festival (al día siguiente en la Sala Tiffany del Hotel Regina) con el Brunello Baroque Experience, agrupación creado por el violonchelista Mario Brunello. Así, en la primera parte, el solita veneto nos restituyó un Boccherini regenerado, casi reinventado, en donde con un respiro improvisado y con imaginación, nos descubrió tesoros inimaginables. Las frases musicales se desenrollaron y se sobrepusieron con entusiasmo, permitiéndole a cada instrumentista darle su toque personal. Se trató de un extraordinario éxito, después, por el Spasimo de Giovanni Sollima, pieza de una visceralidad contagiosa e irresistible, y una mezcla explosiva de mediterraneidad (con claras referencias clásicas y del jazz) que fue ejecutada por Brunello y compañía con exaltante tensión y humanidad. Cada nota, y cada frase musical fue vivida como si fuera el llamado atávico de algo ya existente y universal. Obra bellísima!
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