Foto: Max Bragado-Darman- Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México.
Ramón Jacques
El 200 aniversario del natalicio de Chopin y Schumann, compositores exponentes del romanticismo musical, género que se adapta al gusto y al temperamento de esta orquesta, fue el tema que conformó el programa.
La función inició con una lucida ejecución de Jericó del joven compositor mexicano Alexis Aranda, una breve sinfonía que por su carácter y exaltación heroica se utilizó como obertura para el concierto. La obra estrenada en mayo del 2001 y basada en el pasaje bíblico en el que el ejército de Josué derribó las murallas de Jericó, contiene un lenguaje armónico de intensa y expresiva, pero placentera tonalidad en la que la sección de metales adquiere un papel primordial. El director madrileño Max Bragado-Darman, condujo con convicción y familiaridad una partitura que ya había dirigido anteriormente con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.
El refinamiento estilístico y armónico de Chopin se hizo presente en la ejecución de su Concierto para piano y orquesta No. 2 en fa menor, Op. 21, teniendo como invitado al pianista valenciano Josu de Solaun, primer español en ganar el primer lugar en el Concurso Internacional de Piano José Iturbi de Valencia (2006) y cuyo instrumento fue una fuente constante de afable sonoridad y musicalidad en el Maestoso, primer movimiento, en el que la sutil lectura de Bragado-Darman logró que las cuerdas de los violines literalmente acariciaran por momentos cada nota con emotiva suavidad. En el Larghetto, movimiento más lento, no cesó la intimidad del piano, ni el sentimentalismo de la orquesta; y en el Allegre vivace final, de Solaun ofreció una interpretación dinámica, habilidosa e incesante.
En la segunda parte, la ejecución de la Sinfonía No. 1 en si bemol mayor, Op 38, “la Primavera” de Robert Schumann tuvo un resultado mas discreto, si bien fue vivaz en la cuerdas al inicio, y se exaltaron las partes de tranquilidad del segundo movimiento Alegretto, la entusiasta y enérgica lectura del director musical en esta pieza, estuvo poco calibrada en el Molto vivace, donde se escucharon pasajes lentos y aletargados que ocasionaron ciertos desfases instrumentales, para concluir con un sonido mas homogéneo y alegre al final de la obra.
El refinamiento estilístico y armónico de Chopin se hizo presente en la ejecución de su Concierto para piano y orquesta No. 2 en fa menor, Op. 21, teniendo como invitado al pianista valenciano Josu de Solaun, primer español en ganar el primer lugar en el Concurso Internacional de Piano José Iturbi de Valencia (2006) y cuyo instrumento fue una fuente constante de afable sonoridad y musicalidad en el Maestoso, primer movimiento, en el que la sutil lectura de Bragado-Darman logró que las cuerdas de los violines literalmente acariciaran por momentos cada nota con emotiva suavidad. En el Larghetto, movimiento más lento, no cesó la intimidad del piano, ni el sentimentalismo de la orquesta; y en el Allegre vivace final, de Solaun ofreció una interpretación dinámica, habilidosa e incesante.
En la segunda parte, la ejecución de la Sinfonía No. 1 en si bemol mayor, Op 38, “la Primavera” de Robert Schumann tuvo un resultado mas discreto, si bien fue vivaz en la cuerdas al inicio, y se exaltaron las partes de tranquilidad del segundo movimiento Alegretto, la entusiasta y enérgica lectura del director musical en esta pieza, estuvo poco calibrada en el Molto vivace, donde se escucharon pasajes lentos y aletargados que ocasionaron ciertos desfases instrumentales, para concluir con un sonido mas homogéneo y alegre al final de la obra.
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