Massimo Viazzo
Causó cierta desilusión que el mar fuera el gran ausente de esta producción, ya que como era de esperarse en esta opera, se debían encontrar sobre la escena: barcos, velas, cuerdas de barco y olas. Incluso, Willy Decker sustituyó el coro de pescadores, con el que se inicia el primer acto y con el que termina también la opera, con la presencia del coro de una parroquia, que fue dirigido en persona por su propio pastor. A Decker, no le interesó tanto describir el naturalismo del Borough, como si la intolerancia de un ambiente asfixiante y encerrado en si mismo, incapaz de aceptar lo “diferente” y que una vez que lo marginó, poco a poco terminó destruyéndolo. Esto se representó por medio de paredes altas, movibles y oscuras que encerraban dentro de un marco a la escena en cuyo fondo se vislumbraba un cielo tempestuoso. No fue casualidad que la procesión de los hombres del Borough, que en el segundo acto salió de la cabaña de Grimes para descubrir alguna maldad, haya sido al ritmo palpitante y obsesivo de un tambor y encabezada por un hombre que alzaba una cruz. La victoria de la hipocresía: fue la visión de fondo del director de escena alemán, que supo confeccionar un espectáculo muy emocionante con una recitación muy bien cuidada.
Memorable fue la prueba de Neill Shicoff en el papel protagonista. Su Peter Grimes, fue tan arisco, violento y visionario, pero a la vez tan sensible, que quedó grabado en la memoria. Fue verdaderamente conmovedora la escena del tercer acto en la que Grimes, delirante en aquel momento, acunaba su chaqueta viendo en ella la fisionomía del joven novicio. Vocalmente Shicoff no se reservó en ningún momento nada y dominó, como gran artista, una emisión vocal poco ortodoxa pero al fin claramente expresiva. Todo el elenco estuvo a la altura, ya que en Peter Grimes, aun los papeles menores son muy importantes para hacer que el espectáculo funcione de la mejor manera. Dolida y resignada se mostró Nancy Gustafson en el papel de Ellen Orford, como incisivo y carismático estuvo Mark Doss como el personaje de Balstrode; y petulante y risible fue la Sedley que interpretó Elena Zilio. Se reconoce el gran merito del director de orquesta japonés Yutaka Sado quien le impuso a la partitura un ritmo cerrado y muy dramático, sin interrumpir el detalle melódico o la belleza tímbrica, y a la Orquesta del Teatro Regio que lo siguió con entusiasmo. Al final, es para enmarcarse la magistral prueba del Coro del Teatro Regio que fue dirigido con mano firme y segura por Roberto Gabbiani.
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