Fotos: Javier del Real
Alicia Perris
(del 6 al 11 de septiembre de 2011). Álvaro Valverde escribió en Bailarina (junio de 2011, inédito): “Allí, en el escenario, sola, erguida, en medio de las sombras donde oculta cualquier misterio su pasión abstracta. Bailaba sin bailar como si hacerlo fuera tan natural como estar quieta. En su sensualidad vibraba el eco de lo que es sublime y por eso humano; de lo frío y a la vez de lo cálido; de lo que es intuición y lo que es técnica. Donde ella puso el pie el ballet vive. Porque la danza es más que ritmo y forma: es un alma librándose de un cuerpo”.
Cuando todavía respiran las flores del verano y el calor, el coliseo madrileño reabre sus puertas y comienza su temporada 2011-2012 en la capital, con un ballet coreografiado por Jean-Christophe Maillot, una escenografía de Ernest Pignon-Ernest y un precioso y colorista vestuario de Dominique Drillot, que recuerda los perfumes antiguos pero vívidos de los Ballets rusos de Serge Diaghilev. Música elegida entre la partitura de Tchaikovsky de La bella durmiente y Romeo y Julieta. El reparto y la acción, fuertemente contrastada, se divide en dos mundos, el del príncipe con una reina madre y a la vez Carabosse que tiene una presencia física y una técnica imponentes, el día 7 a cargo del bailarín George Oliveira y el universo de la Bella, que defiende Noelani Pantastico y no la tradicionalmente aceptada como musa por el creador de la obra, Bernice Coppieters. Fantástico todo el elenco que hace que, verdaderamente, en esta ocasión se pueda hablar de una compañía de baile en toda regla y no solo de una minúscula representación de ella, como viene siendo habitual en diferentes foros musicales. La Bella, tal y como está planteada por el cuento de Perrault y subrayada por la puesta y el significado de la simbología de alto calado sensual y erótico, no es una historia para niños. Madres, suegras, padres y herederos y la corte, se deslizan por una peripecia siniestra por momentos y con final feliz por fin, porque no se trata más- en apariencia- que de un sueño. Delicioso material para que Sigmund Freud hubiera lanzado sus redes para poder bucear en unos caracteres llenos de mensajes de una profundidad y una psicología muy complejas. A pesar de lo sustancioso del drama, el vestuario tan espectacular y el movimiento, magnífico, representado por unos bailarines muy bien preparados y entregados, consiguen impulsar en el público, muy bien dispuesto después del mes de receso estival, una sensación de levitación y ensueño. El espectáculo rezuma magia y levedad, es grácil, sugerente y evocador.
Le hubiera gustado a la princesa Gracia de Mónaco, que tanto amaba el ballet ver a éste cuajado de talento, representando con orgullo y savoir faire los fastos y la elegancia, el chic de su propia “maison” monegasca. La Princesa Carolina que preside Los ballets de Montecarlo, expresó así este sentimiento, que hubiera compartido al unísono con su madre: “La tradición de ballet en Mónaco, solo adquiere significado cuando se recuerda que es, sobre todo, una tradición de modernidad. No es nostalgia de un pasado glorioso, sino afán de descubrir nuevas formas de expresión”. Intentando y consiguiendo plasmar este afán de excelencia y estilo, la Princesa de Hanóver eligió como director de Los ballets de Montecarlo en 1993 a Jean Christophe Maillot, que a su amplia experiencia como bailarín, fogueado junto a Rosella Hightower y John Neumeier, se une su trayectoria en el Centro Nacional de Tours, de donde procede, como creador. Su forma de plantearse los espectáculos y sus creaciones entroncan no solo con la constelación del ballet, sino también con el territorio de los grandes maestros americanos de la abstracción. Esta sinergia ha dado también como fruto la posibilidad de su colaboración con artistas visuales como Yan Maresz, Andrea Gera, Gérard Pesson o diseñadores de vestuario tan distinguidos como Jérôme Kaplan o Philippe Guillotel, entre otros. La compañía lleva a cabo giras constantes durante todo el año en los teatros más renombrados, contribuyendo a enaltecer el tradicional interés que el pequeño estado ha tenido siempre por el ballet, esta manera de expresión siempre trufada de exigencia artística, arte y glamour.
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