Fotos: Marco Brescia & Rudy Amisano / Teatro alla Scala
Renzo Bellardone
Una escenografía de un refinado rojo antiguo con damasco en oro pálido, recibió la obertura interpretada por la Orchestra dell’Accademia del Teatro alla Scala, dirigida por el maestro Antonello Allemandi quien inicialmente privilegió una lectura lenta respecto a la esperada vivacidad, que aparecería durante el segundo acto y seria constante durante el resto de la funcion. Zulma, que fue la primera en aparecer, fue interpretada por la convincente mezzosoprano Kleopatra Papatheologou quien desplegó una voz calida y potente; después arribó el Bey, del apreciable bajo Simon Lim –que quizás por elección del director de escena- Jean Pierre Ponnelle, repuesta la obra en esta ocasión por Lorenza Cantini- se anunció sin el tono imperioso y autoritario que debería asustarnos a todos, sobretodo a las mujeres, además de los temerosos eunucos. Espectacular estuvo el coro de la Scala dirigido por Alfonso Caiani – cuyos miembros vestidos con elegantes vestuarios reflejaban los colores de la refinada escena, mientras bordaban temblorosos un largo lienzo para Mustafà. La soprano Linda Jung tuvo una buena prueba vocal en el papel de Elvira, la mujer engañada por el Bey. El capitán de los corsarios argelinos, Haly fue personificado por el óptimo Valeri Turmanov quien además de no olvidarse del resultado vocal, supo bromear y ser cómico en el papel del aspirante verdugo; así como mas que creíble pareció Taddeo gracias a la buena interpretación como actor y cantante de Filippo Fontana.
En el recitativo del primer acto entre Mustafà y Lindoro, el tenor Enrico Iviglia, pareció levemente tenso, pero como fue avanzando la opera fue soltándose hasta dar una grata versión de su personaje. La italiana hizo su ingreso en Argelia con seguridad, por su presencia escénica y su brillante voz: y en el transcurso de la función anuló toda sombra emotiva inicial para dejar espacio solo para la claridad cristalina, aunque de hecho, fue con voz segura y rica de armoniosas tonalidades, como la mezzosoprano valenciana Silvia Tro Santafé afrontó con audaz sabiduría al escenario en su debut scaligero. Al final del primer acto el ‘Viva viva il flagel delle donne…’ cantado de manera cómica por los eunucos y el ‘…quali occhiate…ho inteso tutto’ cantado por Isabella, reavivaron el espectáculo donde la inexperiencia masculina del atónito Bey se convirtió en creíble frente a la astucia femenil de la italiana. Los momentos divertidos son verdaderamente muchos en esta opera rossiniana, como la investidura del concientemente burlado Taddeo en ‘..Kaimakan, Protettore de’ Musulman’ y la posterior proclamación del ‘Pappataci Mustafà’ con el coro verdaderamente simpático de los Pappataci. Entre gags, comicidad y situaciones escénicas, la narración musical transcurrió con un brillante crescendo de la orquesta y de los cantantes que con técnica y dedicación supieron apagar la vaga perplejidad inicial. Al final la música vence siempre.
En el recitativo del primer acto entre Mustafà y Lindoro, el tenor Enrico Iviglia, pareció levemente tenso, pero como fue avanzando la opera fue soltándose hasta dar una grata versión de su personaje. La italiana hizo su ingreso en Argelia con seguridad, por su presencia escénica y su brillante voz: y en el transcurso de la función anuló toda sombra emotiva inicial para dejar espacio solo para la claridad cristalina, aunque de hecho, fue con voz segura y rica de armoniosas tonalidades, como la mezzosoprano valenciana Silvia Tro Santafé afrontó con audaz sabiduría al escenario en su debut scaligero. Al final del primer acto el ‘Viva viva il flagel delle donne…’ cantado de manera cómica por los eunucos y el ‘…quali occhiate…ho inteso tutto’ cantado por Isabella, reavivaron el espectáculo donde la inexperiencia masculina del atónito Bey se convirtió en creíble frente a la astucia femenil de la italiana. Los momentos divertidos son verdaderamente muchos en esta opera rossiniana, como la investidura del concientemente burlado Taddeo en ‘..Kaimakan, Protettore de’ Musulman’ y la posterior proclamación del ‘Pappataci Mustafà’ con el coro verdaderamente simpático de los Pappataci. Entre gags, comicidad y situaciones escénicas, la narración musical transcurrió con un brillante crescendo de la orquesta y de los cantantes que con técnica y dedicación supieron apagar la vaga perplejidad inicial. Al final la música vence siempre.
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