Foto: Rolando Petit; y su version de Carmen © Gene Schiavone
Alicia Perris
Roland Petit (13 de enero de 1924 en Villemomble, Francia - 10 de julio 2011 en Ginebra, Suiza)
En los años setenta, el maestro ya era uno de los grandes artistas de la danza del siglo XX. Cuando lo vi en París, en 1977 bailar Coppelia, se trató de un “coup de foudre”, como dirían los franceses, un verdadero flechazo. Ágil, evanescente, envuelto en un frac negro que le sentaba como un guante, parecía deslizarse por el escenario, con la muñeca atada a su pie. Eran uno solo y el público asistía, embelesado, a las evoluciones de esa pareja mítica de ficción, que llenaba la sala de magia y misterio. En esos años también creó la coreografía de Notre Dame de Paris, mucho antes de que la historia de Víctor Hugo y Esmeralda traspasara las fronteras de lo razonable y llegara a un gran público para un consumo de masas. Roland Petit, falleció hoy de una leucemia fulminante en Ginebra, cuando todavía tenía muchos proyectos que llevar a buen puerto y la inspiración seguía revoloteando a su costado. Nació en Francia y con 9 años ingresó en la École de Danse de l´ Opéra de Paris, al tiempo que trabajaba con Madame Rouzanne en el Estudio Wacker. Sus primeras coreografías vieron la luz en las “Soirées de la danse” en el Teatro Sarah Bernhardt. Estudió con Boris Kniaseff y creó en 1945 Les ballets des Champs Elysées con la ayuda de su padre, tambíen creó los Ballets de Marseille. Cómplice inefable de los grandes creadores de su tiempo en todos los ámbitos, por su estela de cometa afectivo y emocional pero duro en el trabajo y en la disciplina del cuerpo infatigable, pasaron Yves Saint-Laurent, Picasso, Brasaï, Jean Cocteau, Jacques Prévert o Serge Gainsbourg y Nougaro. Y otros muchos. Entre sus grandes coreografías, Le jeune homme et la mort, Carmen, Orfeo y Eurídice, El ruiseñor y la rosa, El poeta, Vals Mefisto, Fábulas de La Fontaine, Guernica, España, Scaramouche entre otras y compositores revisitados como Gershiwn, Stravinski, Johan Strauss, Berg, Duke Ellington, o M. Davies.
Trabajó en el cine, en Estados unidos y viajó por todo el mundo llevando su peculiar concepción total del baile como un medio de expresión global, fascinante y asombrosa. Su vida no hubiera sido la misma sin la compañía en el arte y en la vida de Renée-Zizi- Jeanmaire, que le dio una hija, en 1955, Valentine y tantas horas de inspiración y de aliento. Juntos recrearon el mundo de la danza clásica pero también del music-hall y Petit ideó para ella, a pesar de los desencuentros y las idas y venidas en el amor y el trabajo, una de las trayectorias más fulgurantes que se recuerdan. Las largas piernas de Zizi en televisión, en el cine, en vivo, tenían- tienen- un efecto hipnótico, único. Alguien recordaría la figura de una maga omnipotente y mítica. Etérea y carnal a la vez, luminosa. En algún lugar escondido andará ahora Roland Petit, esbozando con la levedad de las puntas de sus pies una pirueta leve, siempre de oscuro, bailando y soñando, porque el suyo nunca será un adiós, sino el suspiro frágil y transitorio de los grandes demiurgos, un simple receso.
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