Alicia Perris
Es probable que el músico argentino sea uno de los directores de orquesta e intérpretes de piano más conocidos desde hace décadas en el panorama internacional de la música clásica. Pero además es el alma y la corteza profunda de la orquesta West-Eastern Divan, formada por españoles, palestinos e israelíes, en un intento de potenciar con la música la difícil convivencia en Oriente Medio de estos dos pueblos en constante conflicto. Después de actuar en Ronda y Sevilla, Daniel Baremboim llegó como todos los veranos a Madrid para ofrecer una orquesta que suena siempre tan bien como de costumbre, fogueada en actuaciones en público e innumerables ensayos y estudio personal de los músicos. Puro nervio y entrega y un sonido inmenso. Lo que se dice música, de verdad. La noche del lunes 1 de agosto una vez más Beethoven y Mahler hicieron las delicias de las casi diez mil personas congregadas en el corazón de la Plaza y sus alrededores inmediatos, haciendo cola desde el mediodía con un calor estival pesado y bochornoso, que cuajó minutos antes del concierto en una lluvia breve pero inquietante, aunque finalmente sin consecuencias. Después de la capital de España, la orquesta y su maestro seguirán un tour que los llevará a Pekín, Shangai, Seúl, Lucerna, Salzburgo, Berlín y Colonia, donde la Divan grabará la obra sinfónica completa del compositor de Bonn. Baremboim es un demiurgo, un mago cuando dirige y claro en sus comentarios fuera de escena, cuando se le pregunta si continuará la agrupación el año próximo, dado que el Partido Popular ya ha anunciado que una vez en el gobierno, retirará a la institución musical, las ayudas que se le había estando aportando hasta ahora. La música y el arte, la cultura en general no deberían ser rehenes de la política, pero lo son, querido Maestro Baremboim. Este pianista, que estudió con Nadia Boulanger en París y con Igor Markevich en Salzburgo, recreó una noche mágica en el entorno de la Plaza Mayor. Un escenario privilegiado, aunque no igualitario en el goce de todos.
El año pasado esta cronista tuvo la inmensa suerte de asistir a una conferencia de prensa del maestro bonaerense (nació en 1942) en la mañana del concierto en la Plaza Mayor y disfrutó de unos instantes de privacidad con el director de orquesta, durante los cuales comentó éste su próximo viaje a Buenos Aires e hilvanó una conversación distendida. Hubo entonces tiempo hasta para un tango, que el músico canturreó con una simpatía deliciosa, mientras se dirigía al final de la presentación a la prensa. Este verano todo fue distinto. Parece que habría que haberse acreditado con más tiempo, los asientos destinados a los medios estaban todos ocupados por colegas de la información y el resto de las plazas VIPS reservados para los de siempre: embajadores y representantes diplomáticos, políticos de distintos niveles (siempre hay demasiados en funciones, incluso en verano, cuando se trata de aprovecharse de las prebendas del cargo), patronos del Teatro Real y miembros destacados de otras importantes instituciones (y además amigos escogidos de todos los anteriores) y cómo no, el Premio Nobel peruano nacionalizado español, Mario Vargas Llosa, que se llevó, él solito, cuatro entradas de lujo para escuchar y sobre todo “ver” el concierto. Creo que fue George Orwell el que escribió “Todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros”. Sea como sea, entre los miles de personas que llenaban la plaza, salvando el peligro habitual que suponen los compañeros de prensa gráfica con sus inmensas máquinas de fotos y aparatos de grabación, se pudo escuchar, ver entrecortadamente y soñar con la West-Eastern Divan. Quien escribe esta crónica probablemente no hubiera hecho el esfuerzo por nadie más.
¡Ah, si no hubiera sido el Maestro Baremboim! ¡Pero fue Baremboim!
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