Foto: Fesnojiv
No había entradas desde hace por lo menos un mes para ver y escuchar a la Orquesta Sinfónica “Simón Bolívar” de Venezuela, dirigida por el maestro Gustavo Dudamel, en el epicentro de la música clásica del mundo por estos días: el Festival de Salzburgo. El 1 de agosto de 2011, frente a las puertas del Teatro Felsenreitschule, una veintena de melómanos desesperados ofrecía la cantidad que le pidieran por una entrada, pero casi todos los espectadores apuraban el paso y apretaban su ticket con celo. La expectativa que se sentía en la calle crecía, las únicas palabras que se escuchaban en español eran Bolívar y Dudamel. La oscuridad absoluta de un teatro construido en el siglo 17, bajo una roca inmensa de la que extrajeron material de construcción para la catedral del Salzburgo, calló el murmullo. Bajo una luz tenue, delante de los pasillos de catacumba del escenario, apareció Simon Callow, cuyo cuerpo fue prestado al espíritu del Hamlet delineado por Shakespeare. A la interpretación del actor inglés siguió la arrebatadora fantasía que el compositor Piotr Iliych Tchaikovsky hizo de la tragedia de Hamlet y el fantasma de su duda, de su angustia, de su delirio, de la dolorosa entrega de su reino; de su muerte. La orquesta, con la pasión del que vive con intensidad una historia contada con detalle, tocó el cielo oscuro de La tempestad y la atormentada y amorosa historia de Romeo y Julieta. La tragedia de Shakespeare fue in crescendo y se convirtió, al final, en la gloria de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela: el exigente público que no acepta la presencia sino de un fotógrafo oficial en la sala para evitar escuchar el ruido del clic de las cámaras, no dudó en aplaudir de pie a los músicos venezolanos. Hace tres años, cuando vinieron por primera vez, lo lograron y ayer repitieron la proeza justo el día después de que tocara la Filarmónica de Viena, al mando de la batuta de Pierre Boulez. El 3 de agosto, la Orquesta Sinfónica “Simón Bolívar” de Venezuela interpretó su segunda actuación en el Festival de Salzburgo con la Segunda Sinfonía de Mahler, concierto para el que tampoco habu entradas y que constituye el más importante homenaje que rinde el festival al centenario de la muerte de Mahler.
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