Se ha marchado Cornell Macneill pasajero del Teatro Colón. Aunque llevaba retirado muchos años debido a una enfermedad cardíaca que hizo aconsejable una vida más reposada, todo el mundo recuerda a Cornell Macneil como uno de los mejores barítonos del siglo XX. Especialmente en Buenos Aires, donde cantaba en 1968 Pagliacci robándole horas al abono constante que parecía tener con el Met de Nueva York. Eran los años en los que por el Teatro Colón de Buenos Aires triunfaban Grace Bumbry, Joan Carlyle, Piero Cappuccilli, Richard Tucker, Montserrat Caballé, Regine Crespin, Jerome Hines, Joan Sutherland y tantos otros artistas de bandera. Grandes tiempos para la ópera, los de verdad, no como estos de ahora, que los nostálgicos consideran justamente lo contrario: “malos tiempos para la lírica”, se recuerda muy a menudo en España, haciéndolo extensivo a todos los campos de la vida cotidiana, no solo al de la música. MacNeil había nacido el 24 de septiembre de 1922 en Minneapolis, Estados Unidos y falleció el pasado 15 de julio en Virginia, pero se radicó una temporada en Roma, con su primera mujer y todos sus hijos. Nada parecía presagiar que un niño asmático pudiera convertirse en un cantante notable, con una expresividad enorme, una gran voz y un sentido teatral que hacía que dotara de emociones únicas cada uno de sus roles. Nada, salvo que su madre, cantante también, hubiera estudiado con Ernestine Schumann-Heink y que él mismo tomara lecciones con Friedrich Schorr en la Hart School of Music en Hartford como becado. Algunos cuentan que su debut tuvo lugar en 1953, en la New York City Opera con el Germont de Traviata, pero también cantó en La Scala el Carlo de Ernani por primera vez, recomendado por Giuseppe di Stefano. Sus comienzos en el Met fueron con Rigoletto, de Verdi, papel que cantó más de un centenar de veces. Esta es la trayectoria de un barítono que fue también Boccanegra, Macbeth, Nabucco, Falstaff, Iago, Amonasro y Scarpia. También se pudo disfrutar de su buen hacer en Mahagonny y óperas como El Cónsul o Così fan tutte. Su fantástica proclividad y elegancia para interpretar con acierto ópera italiana, después de que, según confesó, se dedicara con ahínco a estudiar la lengua de Dante, era proverbial. A su vida no le faltaron aventuras. Ni a su carrera artística. Una de sus anécdotas de batalla relata su enfrentamiento con el temible público del Reggio de Parma, a raíz de su defensa de la soprano, Luisa Maragliano, abucheada antes del instante en que MacNeil tenía que comenzar el “Eri tu”. El encuentro se saldó con un nada pírrico “Basta, cretini!”, por parte del cantante, que lo dejó a él y a su familia en una situación comprometida en la pequeña ciudad melómana que se conoce por la fiereza con que defiende la calidad de su teatro y sus representaciones. Ahora que definitivamente se apagaron su talento y su vida, que no su recuerdo, seguro que alguno de los habituales que tuvieron el placer de escucharlo, alza una copa para que en la dimensión en que se encuentre, donde sea, siga teniendo el privilegio de cantar.
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