Ramón Jacques
La Flauta Mágica, obra compuesta por Mozart, recrea una obra llena de fantasía y misterio en un Egipto imaginario y en tiempo no determinado, lo que ha permitido a célebres registas y escenógrafos jugar y explorar diferentes posibilidades para crear novedosas alternativas escénicas, como lo es concretamente esta producción del diseñador Peter J. Hall y del caricaturista y dibujante Gerald Scarfe, ambos de nacionalidad inglesa, quienes han creado una propuesta ingeniosa en las que las escenas de la obra parecen una secuencia de escenas extraídas de un cómic. Las escenografías son sencillas pero contienen algunos decorados con motivos egipcios, elementos de la naturaleza como árboles, rocas, animales, etc. que dan la impresión de haber sido coloreados y dibujados por la mano de un niño. Los vestuarios coloridos y simpáticos, muy acordes con la propuesta. Cabe señalar la brillante iluminación, que jugó un papel importante para marcar los diferentes cambios de escena y diversos estados de ánimo de los personajes. Un recurso bien logrado fue la aparición de una cabeza monstruo en la primera escena de la ópera. En lo que respecta a la dirección escénica, es de agradecer que haya correspondió a Stanley M. Garner, regista cuyo origen se encuentra en el teatro. Por la cercanía geográfica que existe entre la Opera de Los Ángeles y los estudios cinematográficos de Hollywood, frecuentemente se han invitado directores cinematográficos con resultados poco alentadores, ya que sus ideas tienden a alterar, o en ocasiones a denigrar, las tramas operísticas. En ese sentido, la regia de Garner fue directa y concisa, y no incurrió en ningún momento en los gastados y recurrentes recursos vistos en los teatros norteamericanos cada vez que escenifican esta obra, en la que se pretende forzar la comicidad o caracterizar siempre al personaje de Papageno como un tonto o un bufón.
En lo vocal, destacó el Tamino del tenor Matthew Polenzani, quien exhibió un timbre lírico de desfachatada facilidad en la emisión de las notas agudas y mostró seguridad en la emisión. Su prestancia escénica fue satisfactoria. La soprano sueca, Marie Arnet, bordó una frágil y delicada Pamina, con una deslumbrante voz, alegre en su colorido y su tinte, pero de poca expansión y tamaño. La soprano Lubica Vargicoba, apostó por caracterizar una temperamental y expresiva Reina de la noche, pero pálida en lo vocal y carente del virtuosismo requerido en la coloratura de sus arias. La presencia del baritono alemán Mathias Goerne en el breve papel del orador fue un insólito, y quizás inexplicable, un lujo que el teatro en ocasiones quiere darse. Aun así, su participación puede calificarse como sobresaliente por su sólida presencia y seguridad vocal. Nathan Gunn, se mostró como un baritono de generosa emisión y buena grana vocal como Papageno, y Günther Groissböck fue un Sarastro de incisiva presencia escénica y penetrante voz. La conducción orquestal de James Conlon fue óptima, ya que extrajo armonía y musicalidad de su lectura, a la que le imprimió tiempos apropiados y dinamismo.