Fotos: Karli CadelRamón
Jacques
La Ópera
de San Diego concluye su temporada con Madama Butterfly, sin duda una de las
obras más populares y queridas de todo el repertorio operístico. Con su elección el teatro se adhiere al
homenaje que han hecho muchos teatros por los doscientos años de la muerte del
compositor Giacomo Puccini, ocurrida el 29 de noviembre de 1924 en Bruselas,
Bélgica a la edad de 65 años, motivo por el cual su última ópera Turandot quedó
inconclusa. Desde el 2014, cuando se
anunció que esta compañía desaparecería, después de largos años de auge cosechando
éxitos artísticos y musicales, muchos de los cuales tuve la fortuna de
presenciar, y que la colocó dentro del ranking de los diez teatros
estadounidenses más importantes, por presupuesto y por el nivel de los artistas
invitados -que entre tantos que por aquí pasaron se podría mencionar a: Renée
Fleming, Ferruccio Furlanetto, Vivica Genaux, Richard Leech, Piotr Beczała, Krassimira Stoyanova, Dmitri
Hvorostovsky, Sondra Radvanovsky, Carol Vaness -nativa de esta ciudad- Ildebrando
D’Arcangelo, Jerry Hadley, Denyce Graves, Barbara Bonney, Jane Eaglen, Placido
Domingo, Luciano Pavarotti y Ramón Vargas etc, y notables directores de
orquesta y de escena -desde entonces las cosas no volvieron a ser iguales para
este teatro en su nueva etapa. Se redujo considerablemente el número de producciones
y de funciones, los grandes nombres se alejaron, y aunque se intentó complementar
las temporadas con óperas de cámara, conciertos y recitales, esto pareció no
ser lo suficientemente interesante para involucrar al público como en el pasado;
incluso hace algunos años se habló nuevamente la posibilidad de desaparecer la
compañía, que tuvo que cancelar algunas producciones. No había asistido a este teatro en muchos
años, hasta que la temporada pasada presencié una muy digna Tosca, donde
constaté que la compañía sigue adelante por su camino a pesar de las
dificultades que ha enfrentado. Debo reconocer, que esta Madama Butterfly,
superó todas mis expectativas. El
espectáculo inició y concluyó con el escenario abierto, nunca se abrió o se
cerró el telón, y sobre el escenario había una casa de madera con sencillos diseños,
paredes, paneles y elementos de la cultura japones colocada de manera
horizontal, que tenía una tarima hasta el centro del escenario, que es donde se
desarrolló gran parte de la acción; al fondo había un puente, por el que
ingresaban los artistas, y en una pantalla al fondo se proyectaban el mar y
escenas el cielo. Este montaje -proveniente
de los teatros de los Ángeles y del Utah Symphony & opera- concebido por John
Gunter, no cambió durante los tres actos, lo que de inicio parecía que
sería una puesta muy rígida. Sin embargo, las cosas mejoraron gracias a los
detallados y elegantes vestuarios confeccionados por Alice Bristow, de
auténticos y coloridos kimonos y sombrillas japonesas, elegantes vestuarios
militares de gala para los marineros americanos, y los refinados trajes en
tonalidades grises y claras para Sharpless.
El mérito lo tuvo el director de
escena argentino José María Condemi, quien aprovechó el espacio
escénico, para los movimientos lentos y pausados de los personajes japones,
especialmente de Cio Cio San. Fue
evidente la manera como se adentró en la cultura japonesa para representarla de
una manera fidedigna en escena. Los lentos y suaves movimientos, los rituales, el
comportamiento y la acción de cada personaje lograban que se entendiera la
trama de la historia, y detalles simples e imperceptibles, que no se ven en
otros montajes de la ópera, y que aquí salieron a relucir. Pocos directores de escena, como Condemi son
capaces de contar y hacer comprensible la trama a partir de la actuación, y de
manera respetuosa abordó temas que hoy podrían ser sensibles: como el
imperialismo, las invasiones, el choque de culturas y las diferencias religiosas.
Aderezó la escena con un juego de colores claros, pastel que se reflejaban
sobre el fondo del escenario creando escenas evocadoras, ni que decir de la
tupida lluvia de pétalos de flores que cayeron de lo alto del escenario e
inundaron la escena; y la brillante y efectiva iluminación de Thomas Hase,
en radiantes tonalidades azules, amarillas e intenso rojo que anunciaban la
tragedia y la muerte. Un detalle de buen
gusto en el trabajo de Condemi fue que las escenas intimas del primer acto
entre Cio Cio San y Pinkerton, así como la muerte de la geisha en la escena
final se vieron solamente con sombras reflejadas a contraluz en un panel color
amarillo. Notable fue la presencia de la soprano Corinne Winters, que ha
hecho una carrera dando vida de manera exitosa a personajes de óperas checas y
del repertorio eslavo. Su menuda, esbelta y juvenil apariencia, y su desempeño
escénico lucieron ideales para representar a la joven e infantil Cio Cio San, y
sus movimientos y expresividad hicieron que su actuación fuera veraz y
convincente. Su voz, es colorida y ágil,
y aunque no posee una amplia extensión o demasiado cuerpo, si es capaz de sobrecoger
con notas delicadas, ligeras y piannisimos que imprimió a su canto, por
momentos casi susurrado, sutil y penetrante. El papel de Pinkerton le correspondió al tenor
Adam Smith, quien sobreactuó la arrogancia del personaje, así como el dramatismo
y remordimiento que muestra al final de la obra. Posee buen porte escénico, y a
pesar de los desfases en las entradas, agudos estrangulados en el primer acto, su
canto fue in crescendo a lo largo de la función. La mezzosoprano Stephanie
Doche le dio una valiosa notoriedad vocal y escénica a Susuki, donde se
notó la mano de la dirección escénica, cuando es común ver al personaje casi
intrascendente, alejado e incluso anónimo en la historia. Por su parte, el barítono Kidon Choi desplegó
una grata, colorida y caudalosa voz de barítono, pero escénicamente por su
evidente juventud, no se le vio como Sharpless. Correctos estuvieron los intérpretes
que encarnaron al resto de los personajes, actuando en línea con las
directrices de Condemi; y que vale la pena mencionar a los que demostraron
cualidades en su canto: el barítono Søren Pedersen como el Príncipe
Yamadori, el tenor Joel Sorensen como Goro, y el bajo Deandre Simmons
como Bonzo. Emotivo y sentimental se escuchó el coro del teatro, en el conocido
coro “a bocca chiusa” bajo la conducción de Bruce Stasyna. En el foso y conduciendo a la San Diego Symphony,
que vuelve a colaborar con la compañía, que tenía su propia orquesta, estuvo el
maestro canadiense Yves Abel, un director experimentado y con mucho
oficio, que realizó un óptimo trabajo resaltando la belleza de la orquestación
compuesta por Puccini, con atención a los detalles y consideración por las
voces. Se hicieron algunos anuncios antes de iniciar el espectáculo, como el
del contrato del maestro Abel, cuyo contrato como director principal del teatro
se extendió hasta el año 2027, así como los tres títulos que conforman la próxima
temporada, Salomé, La Traviata – que conducirá el propio Abel- y La Bohème.