© Salzburger Festspiele / Silvia Lelli
Luis Gutiérrez
La
producción de La Cenerentola dirigida
por Damiano Michieletto se estrenó durante el Festival de Pentecostés y, como
se ha hecho costumbre, tuvo una nueva serie de representaciones durante el
Festival de Salzburgo en el verano. El concepto funciona muy bien, casi. Durante
la obertura, se proyecta sobre el telón a un ángel que baja ya aterriza en la
mansión de Don Magnifico que es un café de mala muerte en el que el padrastro
cuida la caja registradora, Angelina hace todo el trabajo, al que las
hermanastras agregan sus caprichos. El ángel es Alidoro quien será omnipresente
a lo largo de toda la ópera. La idea me hizo recordar, no sé por qué, en Miracolo
a Milano de Vittorio de Sica. Por supuesto cualquier persona sensata puede
decirme que mi mente me juega chistes no precisamente inteligentes. En un
momento dado, después del dueto de amor a primera vista entre Don Ramiro y
Angelina, Alidoro coloca en la puerta del refrigerador un cartel de un estrella
pop: Prince, que no es otro que Dandini vestido estrafalariamente, y quien
canta su cavatina rodeado por caballeros vestidos como mujeres – en realidad la
escena es hilarante. Una vez hecha a la
invitación al baila a las hermanastras, por supuesto no a Angelina a quien
Magnifico declara muerta pese a la insistencia de Alidoro que demuestra que
vive una tercera hermana, la escena se transforma en un magnífico y sibarita
bar, llamado Palace. En el lugar, en el que se encuentra un grupo de
bellas meseras y clientes, Dandini goza
su papel de Prince, a la vez que Don Ramiro se divierte con las tonterías de su
valet, Magnifico y las germanas. Angelina hace su entrada por la parte superior
llevando lentes oscuros que le dan un aire misterioso y la hacen ver como una
incógnita, pero que llama la atención de Magnifico por recordarle a “alguien”. El
segundo acto se mueve como el anterior y el rondò final de la Cenerentola es
aderezado con burbujas en los que Angelina y Don Ramiro juegan cual niños. Al
inicio agregué un casi precautorio. Este casi es resultado de que en esta
Cenerentola no se percibe la segunda parte del nombre de la ópera, es decir
“ossia la bontà in trionfo” pues, pese a perdonar a su horrible familia
verbalmente, Magnifico, Clorinda y Tisbe terminan arrodillados y limpiando el
suelo del bar. Los diseñadores de escenografía, Paolo Fantin, vestuario,
Agostino Cavalca e iluminación, Alessandro Carletti, fueron instrumentales en
el éxito escénico de esta puesta. No sé si el olvido de “la bontà in trionfo”
haya sido imputable a Michieletto, al dramaturgo Christian Arseni o a ambos. En
todo caso extrañé el triunfo de la bondad. La ejecución fue impecable, también
casi. Cecilia Bartoli cantó magníficamente toda la coloratura, y más, que
requiere el papel de Angelina (Cenerentola); el omnipresente Alidoro fue Ugo
Guagliardo quien posee una hermosa voz de baja que sabe emplear muy bien, de
igual forma Enzo Capuano cantó un excelente Don Magnifico, y lo actuó cruel y
con avaricia, mientras lo dejaron. El
enorme Nicola Alaimo, en todos los sentidos, estuvo formidable al mostrarnos su
agilidad vocal y corporal. Su voz de barítono tiene un bello timbre, un volumen
acorde a su, er, volumen, y una entonación constante. Javier
Camarena ha hecho de Don Ramiro su firma. De nuevo su dueto con Angelina en el
primer acto y su aria del segundo, “Sì, ritrovarla lo giuro”, volvieron a tener
esa belleza, emoción y aquello que decían nuestros abuelos se llamaba squillo. Espero no perder objetividad al
reseñar las actuaciones de Camarena, pero en verdad son magníficas y esta
ocasión no fue la excepción. El casi de la ejecución fueron las dos
hermanastras, quienes estoy seguro que fueron elegidas para actuar no tanto por
sus calidades vocales, ciertamente no malas, sino por el enorme contraste entre
sus características vocales y, muy especialmente, físicas. Clorinda fue Lynette
Tapia, una soprano ligera no muy alta, es un decir, y Tisbe la contralto inglesa
Hillary Summers, mujer muy alta y cuya voz recordaba a la de un contratenor
(¡auch!). Jean–Christophe Spinosi llevó a buen puerto a todos los intérpretes y
al Ensemble Matheus. Es bueno, no, buenísimo, que Cecilia Bartoli esté
invitando a conjuntos orquestales que nos hagan sentir y disfrutar lo que
pudieron haber disfrutado quienes asistieron a los estrenos de las óperas de
Rossini. En resumen, esta Cenerentola
fue una producción divertidísima, brillantemente ejecutada y que podríamos
nombrar como La Cenerentola ossia Bartoli
in trionfo.