Fotos: Patricio Melo
Joel Poblete
Tras siete años de ausencia, Rigoletto regresó a
mediados de julio al Municipal de Santiago de Chile, con dos repartos que
debutaron en días consecutivos; en lo musical, en ambos hubo evidentes logros
dignos de destacar y se contó con dos equipos de artistas muy competentes,
mientras lo escénico generó notorias divisiones. Ya a estas alturas, en las
últimas décadas el tema de las puestas en escena que cambian de época y lugar
las historias originales de las óperas es habitual e ineludible en casi todo el
mundo, y si bien en algunos casos hay montajes fallidos o que dan vergüenza
ajena, en muchos otros hay aciertos, en particular cuando a pesar de las
modificaciones, se conserva la esencia y espíritu de la obra. Sin ir más lejos,
si bien en las temporadas del Municipal no todos estos intentos han funcionado
-por ejemplo, en 2010 con el estreno en Chile de la Alcina de Handel a cargo
del argentino Marcelo Lombardero, o el Macbeth de Verdi que planteó su
compatriota Hugo de Ana-, hay varios casos en que los resultados han sido muy
valiosos, como ha ocurrido con la versión del propio Lombardero para Ariadna en
Naxos en 2011, o las hermosas propuestas del español Emilio Sagi para dos obras
de Rossini como El turco en Italia y Tancredi, en 2015 y 2016, respectivamente.
Pero el público del Municipal no siempre es totalmente
receptivo con estas ideas, y cuando algo no le ha gustado lo ha manifestado
notoriamente, en especial cuando la obra abordada es un clásico indiscutible,
como ocurrió con el recordado y sonoro abucheo en la inauguración de la
temporada 2009 con otra inmortal y querida obra de Verdi, La traviata. La
última vez que se representó en ese escenario Rigoletto, en 2010, la propuesta
del francés Jean-Louis Pichon había trasladado la acción desde el siglo XVI a
la época en que fue estrenada la obra, mediados del siglo XIX, culminando en un
final de tintes revolucionarios que no convenció. Considerando esto, quizás
muchos esperaban que en esta ocasión este clásico volviera en su versión más
"tradicional".
Sin embargo, en su debut en Chile, Walter Sutcliffe
-con buena experiencia en escenarios como la Opera de Frankfurt, el Teatro
Regio de Turín y el Capitole de Toulouse y además actual director artístico de
la Northern Ireland Opera- optó por una vía distinta. Una visión más
contemporánea, de marcados acentos psicológicos, como explicó él mismo en la
entrevista que incluye el programa de sala de estas funciones. Ambientada en la
época actual, tuvo momentos buenos, como el segundo acto, de lograda
teatralidad, mientras otros no funcionaron tan bien, como la primera escena que
fue algo confusa y desangelada, o el último acto donde no terminó de cuajar la
idea de que Rigoletto y Gilda, que se supone están escondidos, estaban al mismo
nivel escénico que los otros personajes, o que el intercambio seductor entre el
Duque y Magdalena durante el célebre cuarteto "Bella figlia
dell'amore" fuera a la distancia, o que la furiosa tormenta aparezca
apenas sugerida. También aparecieron muy difusas las diferencias de clase y las
barreras entre el séquito del Duque y el protagonista, y no pareció muy
acertada la forma en que se perfilaron algunos personajes, en especial el
enfoque tan infantil para Gilda.
De todos modos, a dirección teatral de Sutcliffe distó
de ser completamente fallida; quizás su pretendida profundidad psicológica no
fue demasiado lejos y todo se quedó en la superficie, pero igual no traicionó
por completo las ideas de la obra ni redujo del todo sus alcances emotivos. Por
lo mismo, no me parece que se mereciera de manera tan manifiesta el notorio
abucheo de buena parte del público al final del estreno del elenco
internacional; en especial porque no sólo fue protestado Sutcliffe, sino además
dos talentosos colaboradores en su puesta en escena que sí estuvieron muy bien:
el diseñador de origen suizo Kaspar Glarner (quien venía directamente de
realizar el vestuario para el Otello en el Covent Garden de Londres que marcó
el esperado debut de Jonas Kaufmann en el rol titular), quien quizás propuso un
vestuario vistoso pero que puede ser bastante discutible, pero al mismo tiempo
con elementos sencillos pero muy efectivos diseñó una buena escenografía que
ayudó enormemente a la fluidez y dinamismo de la acción teatral, muy bien
acentuada por la excelente iluminación del chileno Ricardo Castro, sugerente y
atmosférica en lo dramático.
Al menos mucho más efectivo y menos divisivo fue el
aspecto musical, partiendo por la dirección orquestal, que en ambos elencos
estuvo a cargo del maestro chileno Maximiano Valdés, guiando a la Filarmónica
de Santiago en una lectura de ajustado acento dramático, que se mantuvo muy
atenta al equilibrio entre la orquesta y los cantantes. Y como es habitual, el
coro del teatro, dirigido por el uruguayo Jorge Klastornik, se plegó tan bien
tanto a lo musical como a los requerimientos actorales.
En el elenco internacional, tras protagonizar en 2015
I due Foscari regresó al Municipal en el rol titular el barítono rumano
Sebastian Catana, quien tiene una probada trayectoria como intérprete verdiano,
pero en esa ocasión ofreció un regular desempeño, aparentemente aquejado por
problemas de salud, y de hecho aún recordamos cómo en el estreno tosió
indisimuladamente durante buena parte de la función. Aunque resulte curioso,
parece que algo le pasa siempre al artista cuando canta en este escenario, pero
en el estreno de este Rigoletto al inicio del espectáculo se anunció que estaba
enfermo y cantaría por respeto al público; lo bueno es que pese a este
pronóstico, Catana nuevamente ofreció buen volumen y sólo se oyeron ocasionales
y muy puntuales problemas vocales, y si bien el canto es adecuado a Verdi y en
lo actoral es imponente por su altura, a su encarnación le faltó dramatismo y
emoción. Y precisamente en eso acertó en el segundo reparto -el llamado elenco
estelar- el argentino Fabián Veloz, quien tras sus dos anteriores visitas a
Chile -en 2014 para Otello y en 2015 en el programa doble Cavalleria rusticana
y Pagliacci- ya dejó una excelente impresión en lo musical y escénico; actor
comprometido y efectivo, su Rigoletto fue una figura sufrida e intensa, casi
como un animal acorralado, pero denotando un fuerte lazo con su hija, lo que
hizo todavía más dolorosa y conmovedora la tragedia. En lo vocal, salvo un par
de ocasionales detalles en el estreno, se mostró contundente y sólido como en
sus anteriores visitas al Municipal.
Como ya pasara en sus dos previas actuaciones en Chile
-en 2012 en Lucrezia Borgia y el año pasado con su espectacular interpretación
de Argirio en Tancredi-, el espléndido tenor chino Yijie Shi volvió a ofrecer
el canto más memorable de estas funciones: tomando en cuenta que no todos los
tenores especializados en Rossini que han abordado el rol del Duque de Mantua
(Juan Diego Flórez, por ejemplo) han conseguido cumplir por completo con las
demandas musicales del personaje, el artista asiático adaptó muy bien su
hermosa voz a la entrega, brillando especialmente en las muy seguras notas
agudas. Si sólo se pudiera hacer un reparo en su desempeño, podría ser que en
lo escénico su personaje pareció más amable, incluso ingenuo y bonachón que lo
habitual, mientras en el elenco estelar el tenor chileno Juan Pablo Dupré sí
acertó en hacerlo más cínico y aprovechador; tras sus inicios como barítono en
diversos roles en el Municipal, el artista nacional, actualmente radicado en
Italia, ha estado desarrollando una ascendente carrera como tenor, y este Duque
fue su primer gran personaje solista en ese escenario. Aún debe trabajar más la
zona alta de su voz y hay otros detalles que puede seguir perfeccionando, pero
se lo ve desenvuelto en lo teatral y tiene su mejor momento en la escena que
incluye el recitativo "Ella mi fu rapita" y el aria "Parmi veder
le lagrime".
Gilda estuvo muy adecuadamente abordada en ambos
repartos, por la soprano española Sabina Puértolas en el elenco internacional y
la argentina Jaquelina Livieri en el estelar. La primera supo brillar con una
hermosa entrega de "Caro nome", destacando en su fluidez y
flexibilidad sonora y en la emisión y seguridad de las notas agudas; la
segunda, quien debutara el año pasado en el Municipal protagonizando La
traviata, nuevamente ofreció una expresiva entrega actoral que convence y
emociona, mientras en lo vocal aunque las notas más altas no parecen ser su
fuerte, sabe manejar y adecuar sensiblemente su material al personaje de manera
atractiva, además de complementarse muy bien con su padre en escena, lo que
hizo aún más conmovedora su interpretación.
El bajo ruso Alexey Tikhomirov ya es bastante conocido
en el Municipal: desde su revelador debut en 2011 en el elenco estelar de Boris
Godunov, ha regresado en distintas obras -en 2012 para Don Giovanni, en 2014
para Otello y Turandot y el año pasado en la temporada de conciertos en el
Réquiem de Verdi; en el elenco internacional de este Rigoletto, encarnando a
Sparafucile, su voz rotunda y segura, de buenas notas graves, fue nuevamente
muy adecuada. En el elenco estelar regresó el bajo uruguayo Marcelo Otegui,
quien ya lo interpretara en ese escenario en la versión de 2010, y nuevamente
lució un material sonoro, de generoso volumen y bien proyectado. Maddalena
estuvo bien representada en esta versión, que en lo escénico resaltó de manera
muy obvia pero efectiva el erotismo femenino, en particular en la sensualidad
de la contralto chilena Francisca Muñoz en el elenco estelar, quien la cantó
con seguridad y desplante, mientras en el elenco internacional sorprendió
gratamente la contundente y voluminosa voz de la mezzosoprano rumana Judit
Kutasi, de atractivo y cálido timbre, muy adecuada a los grandes personajes que
Verdi escribió para su cuerda. Los roles secundarios de ambos repartos
estuvieron muy bien cubiertos por intérpretes chilenos, destacando
especialmente el excelente y vigoroso Monterone del bajo barítono chileno
Ricardo Seguel en el elenco internacional, papel que este artista ya cantara en
el Municipal en el Rigoletto de 2010.