Por José Noé Mercado
Como parte de una segunda temporada lírica en este 2012 en Monterrey, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en una coproducción con la Compañía Nacional de Ópera y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, se presentó un par de funciones de la ópera Turandot de Giacomo Puccini, los pasados 9 y 11 de noviembre, en la Gran Sala del Teatro de la Ciudad. Entre los atractivos de estas presentaciones debe mencionarse el elenco de nivel internacional, que involucró también algunos talentos regiomontanos, gracias a la dirección artística de Gerardo González al frente de la Ópera de Nuevo León desde 2007. En el complejo rol de la princesa Turandot, la soprano canadiense Othalie Graham ofreció una interpretación convincente gracias a su poderoso instrumento, de contundentes agudos y expresivo registro medio. Si bien es claro que algunas frases y sonidos aún pueden crecer y ganar expresividad músico-teatral conforme adquiera más experiencia en este personaje (Graham seguro no llega aún a los 40 años de edad), resulta innegable la grata sorpresa que su gallardía vocal y entrega histriónica provocó en los asistentes. Sin duda, una excelente elección para encarnar a la princesa de hielo. Recién llegado del Met de Nueva York, donde cubrió el rol de Manrico de Il trovatore verdiano, el tenor Luis Chapa, una de las raras voces mexicanas de aliento spinto, enfrentó con arrojo y emocionante fuerza vocal las dificultades que supone el personaje de Calaf. No se ahorró ninguno de los Do sobreagudos optativos en la partitura, pues los enfrentó con seguridad y aplomo, con una técnica que si no es del todo irreprochable, sí logra sacarlo airoso en todo momento. Su “Nessun dorma” le redituó largas ovaciones; aplausos que también fueron otorgados por una vigorosa actuación con la que delineó no a un príncipe tan romántico y enamoradizo, sino conquistador, que disfruta del reto que le significan Turandot y sus enigmas, que apuesta y mira el riesgo de frente para superarlo.
Ojalá que
pronto le veamos más actuaciones en nuestro país, para comprobar de cerca el
trabajo que sustenta su carrera internacional en un repertorio spinto y dramático puro: desde Otello a Tanhäusser. Liù fue interpretada con solvencia vocal y escénica por la soprano
Eugenia Garza. Tanto su “Tu che di gel sei cinta”, como su aparición al final
de la función, le valieron el reconocimiento del público, que aplaudió con
sinceridad a un talento regiomontano. Lo mismo ocurrió con el bajo Rosendo
Flores, quien con la autoridad vocal que le caracteriza dio vida a Timur. Ping, Pang y Pong fueron cantados de manera resuelta, imprimiendo
un aire ciertamente fresco a las máscaras, por el barítono Germán Olvera y los
tenores Andrés Carrillo y Antonio Albores Máttar. Aunque son cantantes jóvenes
aún y no estuvieron exentos de alguna entrada en falso producto del
nerviosismo, no se les puede objetar demasiado. El Mandarín correspondió a
Óscar Martínez, mientras que el emperador Altoum fue encomendado a Raúl Salas. La escenografía de David Antón es la misma que ya ha circulado
desde hace tiempo en otras plazas como Bellas Artes y Tamaulipas. Es funcional
en cualquier caso, pese a que es algo estorbosa para el gran número de
cantantes solistas y del coro requeridos en escena. Luis Miguel Lombana se encargó de la puesta en escena con buenos
resultados, no sólo porque conoce a detalle la obra, sino porque ya ha
trabajado con este montaje y logró aprovechar el espacio para lograr cuadros
escénicos vistosos que igual privilegian el canto y el desarrollo de la trama. La Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León y
un coro confeccionado para esta ocasión, con más de 100 voces (Coro de la Ópera
de Nuevo León, Coro de la Escuela Superior de Música de la Universidad Autónoma
de Coahuila, Coro Selectivo de la Escuela Superior de Música y Danza de
Monterrey), ejecutaron con calidad la encomienda de estas funciones. En ello,
desde luego, tuvo mucho que ver la dirección concertadora del maestro Enrique
Patrón de Rueda, con su batuta clara y experimentada, y su entusiasmo de
siempre, con el que acompaña y cuida a los solistas cantando durante toda la
obra desde el foso. Un par de funciones
satisfactorias, que sin duda significaron una buena reposición de Turandot en Monterrey, luego de 32 años
de ausencia en la ciudad.