La noche del viernes 25 de abril del 2014, el tenor Javier Camarena se convirtió en el tercer cantante y el primer mexicano en realizar un encore en el Metropolitan Opera House (Met), desde la segunda mitad del siglo 20. Ante la ovación que el público brindara al mexicano en el estreno, Peter Gelb, gerente general del Met, autorizó al director de la orquesta a repetir una pieza de La Cenerentola (La Cenicienta) de Rossini para corresponder a la audiencia, si así lo consideraba, en la función del 25 de abril. Y así fue. Durante la interpretación de su aria del segundo acto, "Si, ritrovarla io giuro", el público brindó a Camarena en su papel de Don Ramiro una prolongada ovación de pie. El tenor mexicano volvió al escenario, agradeció a la audiencia y, por instrucción del director Fabio Luisi, cantó de nuevo. "Yo estaba esperando porque la última vez fue muy largo el aplauso y yo estaba tras bambalinas tratando de pensar: '¿Qué hago ? ¿Me regreso o me quedo? ¿Qué va a pasar?'", dijo emocionado Camarena al diario The New York Times. El Met afirmó que las únicas repeticiones de aria en presentaciones de óperas completas en la Ópera Metropolitana estuvieron a cargo de Luciano Pavarotti en Tosca, de Puccini, en 1994; y el tenor Juan Diego Flórez con obras de Donizetti: La Fille du Regiment (La Hija del Regimiento), en 2008, así como cuando interpretó L'Elisir d'Amore (El Elíxir del Amor), en 2012.
Opera-Musica Foto: Die Feen - Wagner - Théâtre du Châtelet, Paris - 04/2009(c) Marie-Noëlle Robert.
Monday, April 28, 2014
Tuesday, April 22, 2014
Concierto 1 de la Temporada 2 de la orquesta OFUNAM de México
Foto: Música UNAM
Concierto de la OFUNAM, primer concierto Segunda
Temporada 2014. Obras de Alfonso Elías, Paul Dukas, Carl María von Weber, Richard
Strauss, Emmanuel Chabrier. Orquesta Filarmónica de la UNAM. Director invitado:
Lanfranco Marcelletti. Solista: Rodek Raborák. Sala Netzahualcóyotl del Centro
Cultural Universitario, UNAM México D.F.
12 de abril del 2014.
La OFUNAM (Orquesta
Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México) fundada en 1929 y
una de las orquestas más importantes de la Ciudad de México, inicio su segunda
temporada del 2014 con un variado e interesante programa centrado en la
interpretación de piezas para corno, para el que se contó con la presencia del
cornista checo Rodek Raborák. El concierto inició con el poema sinfónico Cacahuamilpa del compositor mexicano
Alfonso de Elías (1902-1984) una agradable pieza de catorce minutos de duración
estrenada en 1940, muy serena y melancólica en la interpretación de las
cuerdas, que hace alusión a un sitio de la geografía mexicana que en náhuatl
quiere decir –sembradío de cacao- y
donde se encuentran las grutas más grandes del país, en este caso el autor no
intentó describir las grutas si no las impresiones que causa conocer este
lugar. Raborák hizo su aparición con
la Villanelle, para corno y orquesta Paul Dukas (1865-1935), que es
una alegra y breve danza o canción rustica de un estilo muy clásico. De Carlo Maria Von Weber (1786-1826) se
interpretó su Concertino para corno y
orquesta en mi menor, J 188, en cuya pieza Raborák mostró virtuosísimo y
maestría en el manejo de su instrumento, con musicalidad muy grata en precisa
sincrónica entre la en la fusión entre
su instrumento y la sección de metales de la orquesta, particularmente en el
segundo movimiento, de tres, Andante con
moto en un estilo de tintes mozarteanos. En la segunda parte del concierto
se escuchó la Invitación a la Danza,
breve vals del propio Von Weber, una pieza extrovertida cuya orquestación fue
realizada por Héctor Berlioz para una representación de la ópera Der Freischütz en Paris en 1841, brillante pieza de estilo romántico,
bien interpretada por la orquesta. Una rareza fue escuchar el Concierto para corno y orquesta 1, en mi bemol
mayor, op.11 de Richard
Strauss o concierto para corno del bosque como la llamó el propio compositor,
de exuberante orquestación, un intercambio constante entre el corno solista con
la orquesta durante sus tres movimientos con un flujo continuo o legato unido a la melodía. El movimiento andante el más placido y contemplativo se escuchó con delicadeza en el corno
en un dialogo con las flautas, para concluir con un agil y expresivo movimiento
final. El concierto concluyó con España,
rapsodia de cargados ritmos de la música tradicional de ese país con cambiantes
ritmos, compuesta por Emmanuel Chabrier (1841-1894) la orquesta tuvo una
satisfactoria interpretación, aunque mayor dinámica hubiera hecho más brillante
la interpretación. En suma, se trato de un interesante programa conformado para
la ocasión y bajo la batuta segura e intensa del maestro brasileño Lanfranco
Marcelletti, actual director titular de una de la orquesta más antigua de
México, la Orquesta Sinfónica de Xalapa. RJ
Sunday, April 20, 2014
Un Ballo in Maschera – San Diego Opera
Foto: Ken Howard
RJ
La Ópera de San Diego ofreció una memorable
representación de un Ballo in Maschera de Verdi, obra que no había sido vista
en este escenario desde 1999. Presentada en su versión ambientada en Suecia todos los elementos estaban
dados para que fuera un exitoso montaje, escenografías opulentas, provenientes
de la Ópera de San Francisco, un sólido elenco de cantantes en papeles
principales y una segura conducción musical. Visualmente, las escenografías resultaron
ser muy estéticas, con apego a la trama y cuidada al último detalle en cada una
de las escenas como el salón del palacio donde ocurre el baile, las mascaras,
la morada de Ulrica, un campo solitario y oscuro, la casa de Anckarström.
Destacaron también por su belleza y vistosidad los elegantes vestuarios de
época concebidos por John Conklin
(Estos vestuarios fueron creados originalmente para una producción de 1977 en
San Francisco que encabezaron José Carreras y Karia Ricciarelli). De la
dirección de escena se encargó Lesley
Koening, quien hizo un trabajo directo y puntual para que la escena
transcurriera con fluidez, aunque quizás su única falla fueron los bailables y
coreografías que por momentos parecieron ser cursi y los cargados movimientos
del personaje de Oscar. En el foso, la San
Diego Symphony mostró suficientes argumentos musicales: como homogeneidad
en sus secciones de metales y cuerdas, dinamismo, buen gusto y sobretodo
sentimiento, que la alejo de la rigidez en la que incurren algunas orquesta
sinfónicas estadounidenses que aspiran a encontrar el sonido más óptimo y
perfecto. Se notó la mano segura y la pasión de un experimentado maestro como
lo es Massimo Zanetti, quien
transmitió emoción a los músicos y los guío de manera más que satisfactoria. Esta orquesta me hizo recordar inmediatamente
la presencia de Edoardo Müller y las gran cantidad de obras del repertorio
que aquí dirigió cuando era, hasta hace pocos años, el director musical del
teatro. En el elenco participaron la soprano búlgara Krassimira Stoyanova, quien en su debut local exhibió inteligencia
en escena para crear una creíble Amelia, conmovedora y pasional, y cuya voz
sonó más luminosa que nunca, firme y emitida con estable emisión y bien
timbrada. El tenor Piotr Beczala,
agradó por su canto preciso, y su timbre intenso y matizado, seguro en toda la
partitura. Pero su personificación en escena del personaje de Gustavo, fue rígida
e inexpresiva, sin convicción llegando a ser por momentos fastidiosa. Aris Argiris, barítono de notable
nivel, ofreció clase en su canto y morbidez en su línea vocal al ingrato
personaje de Anckarström. Stephanie
Blythe, muy en su papel de Ulrica, canto con una voz oscura y rica en
expresividad, y Kathleen Kim dio
vida a un fastidioso Oscar, de ágil y brillante voz. El resto de los cantantes tuvieron una
discreta participación con poco que mencionar, y el coro cumplió su
participación de manera correcta para completar esta función. Cabe señalar un hecho significativo, al final
de la ópera mientas caía la cortina Gustavo moría asesinado por las mano de Anckarström,
su mejor amigo: y tan solo tres días después la historia se repetiría en la
vida real, ya que la Ópera de San Diego, considerada entre los 10 mejores
teatros estadounidenses, moría también asesinada por la mano de su propio
director general y artístico desde 1983 el australiano, Ian Campbell (el Renato
Anckarström de San Diego) quien argumenta que la compañía no cuenta con los
medios económicos suficientes para mantenerse con vida y es mejor morir hoy con
dignidad que mas adelante con problemas. Lo cierto es que la compañía carece de
deudas y cuenta con el suficiente apoyo de la comunidad de San Diego para que
no desaparecer. Esta historia esta aun
en suspenso y se debe definir en las próximas meses, o quizás meses. Lo cierto
es que si revive la compañía, tendrá que ser con un director mas consiente de
los tiempos que se viven, con una visión más moderna y fresca, que no vea al
público con desdén y arrogancia desde lo alto de un pedestal y que no anteponga
sus intereses personales y gustos sobre los de la compañía.. To be continued………
Thursday, April 17, 2014
Gabriel García Márquez (1927-2014) ¡Adiós Gabo!
El Escritor
Gabriel García Márquez falleció este jueves 17 de abril del 2014, rodeado de su
familia, en su casa de la Ciudad de México.
Gabriel García
Márquez - Gabo, Gabito, GGM o "el hijo del telegrafista", nacido el 6 de marzo de 1927, escritor colombiano y premio Nobel de Literatura, falleció este jueves a
los 87 en México D.F. Autor de la que es sin duda la más importante novela del
«boom» latinoamericano,«Cien años de soledad», su muerte ha teñido de luto al mundo entero. García Márquez nació en Aracataca, una
aldea en el Caribe colombiano, «el domingo 6 de marzo de 1927 a las
nueve de la mañana», como él mismo detallara en sus memorias. Criado por sus
abuelos maternos, un coronel retirado y una mujer supersticiosa, que tanto marcarían
su literatura, «Gabo»
–apodo que le puso Eduardo Zalamea Borda, subdirector del diario «El Espectador »,
donde a los 20 años publica su
primer cuento, «La tercera resignación»–
cursaría estudios en Sucre y Barranquilla. Sus primeros escritos en el periódico del
liceo los firma con el seudónimo de Javier Garcés, hasta que en 1947 se
matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Bogotá. Por
entonces comienza a colaborar con diarios como «El Universal», «El
Heraldo» y, finalmente, «El Espectador», gracias a su amigo Álvaro Mutis. El
rotativo lo envía en 1955 como corresponsal a Europa: Ginebra, Roma, (donde
estudia cinematografía) y París. Su primera novela, «La hojarasca», que
refleja una fuerte influencia de William Faulkner, es editada ese mismo año por Diana, de México.
La trama se desarrolla en Macondo, pueblo imaginario que
inmortalizará años más tarde en la novela que lo consagró universalmente: «Cien años de soledad». «La
hojarasca» contiene algunas de las constantes de su obra, como la lluvia, la memoria,
la guerra o la muerte.
Tras el triunfo de la revolución cubana en
1959, García Márquez se traslada a La Habana, donde nace una militancia de
izquierda y una amistad con Fidel Castro que perdurarán hasta su último aliento. En
1961, en un viaje a Nueva York como enviado de la agencia Prensa Latina,
protagoniza un incidente con un grupo de inmigrantes cubanos armados. En esas
fechas publica «El
coronel no tiene quien le escriba» y se
traslada a México, país en el que residirá intermitentemente desde entonces y
donde se dedica a escribir guiones cinematográficos junto a Carlos Fuentes (aunque
el primero que se filmó, en 1964, fue «El gallo de oro», basado en un cuento de Juan Rulfo).
En 1966 se publican en revistas de Bogotá,
Lima y París los primeros fragmentos de su obra maestra, cuya primera edición
aparecerá un año después en Buenos Aires. «Cien años de soledad» le reportó un
éxito inmediato y ese mismo año se traslada a Barcelona, donde residiría hasta 1975, año
en que regresa a México. Desde
entonces alterna su vida en el
Distrito Federal con largas estancias en Cartagena de Indias. La última aparición que García Márquez hizo fue el día de su cumpleaños 87, el 6 de marzo, cuando salió de su casa, en Jardines del Pedregal, a saludar a los periodistas. Le sobreviven su esposa, Mercedes Barcha, –con quien se casó en
1958– y sus hijos Rodrigo,
cineasta, y Gonzalo,
diseñador gráfico.
Lucia di Lammermoor en Los Angeles
Foto: Robert Millard
RJ
G. Donizetti LUCIA DI LAMERMOOR Albina Shagimuratova, Saimir
Pirgu, Stephen Powell, James Creswell, Joshua Guerrero. Director musical: J.
Conlon. Director de escena: Elkhanah Pulitzer.
Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles, California USA. Abril del 2014.
Por el resultado de esta función, parecería que los 15
años que separan esta producción de la ultima que de esta ópera se realizó en
Los Ángeles no se debió a una omisión o descuido de programación, si no a una
paciente espera hasta encontrar a la soprano que superara lo vivido aquí en
1999 con Sumi Jo en el papel estelar. Esta soprano ya está aquí y se llama Albina Shagimuratova, quien ya había
dejado en este teatro durante la temporada 2009, una probada de su pirotecnia
vocal como la Reina de la Noche en La Flauta Mágica. Poco imaginaríamos, los
que conocemos su trayectoria cuando ingresó al estudio de la Ópera de Houston
como lo hacen muchos otros, que potencialmente en ella había una estrella y que
en tan poco tiempo se convertiría en una referencia en los papeles de
virtuosismo. El papel de Lucia lo cantó recientemente con éxito en la Scala, y
tan solo unas semanas después lo haría en este escenario californiano. La función que nos ocupa perteneció en su
totalidad a la soprano rusa, que desplegó un manejo pirotécnico de la
coloratura, una claridad y nitidez en su cantó, agilidad y buena proyección. Es
una intérprete que se mete en la piel del papel, lo vive los sufre con pasión,
y conmueve con su delicadeza cuando le es requerido. A su lado tuvo al óptimo
tenor Saimir Pirgu, muy seguro en su
desempeño vocal, con timbre cálido, buena dicción y fraseo como Edgardo, que
actuó con ímpetu y pasión, aunque algo sobreactuado por momentos. Poco que
destacar del Enrico del barítono Stephen
Powell, quien actuó con poca autoridad y convicción y cantó de una manera
engolada y poco refinada. Por su parte, el bajo James Creswell creó un imperturbable Raimondo con una voz profunda y potente. El resto del
elenco contó con el tenor Vladimir
Dmitruk como Arturo, Joshua Guerrero
como Normanno y D’Ana Lombard como
Alisa, de buen desempeño y pertenecientes todos ellos al programa de jóvenes
artistas del teatro. El coro dirigido por Grant
Gershon cumplió dignamente, aunque en
este caso no era necesaria tanta gestualidad ni absurdas coreografías. La
producción diseñada por Carolina Angulo
situó la obra en un lugar indeterminado, más conceptual que real con el uso de
proyecciones y abigarrada iluminación en diversos colores, con particular
énfasis en el rojo, algunos elementos
como una escalera al fondo del escenario, una mesa etc. Los elegantes
vestuarios confeccionados por Christine
Cook correspondían a un tiempo alrededor de finales del siglo 18. La dirección de escena fue puntal y con apego
a la historia por parte de Elkhanah
Pulitzer, debutante en este teatro. La parte musical bajo la entusiasta y
experimentada conducción de James Conlon
fue grata, ya que el director ha sabido explotar las virtudes de su orquesta
que ha moldeado a lo largo de los años hasta dotarla de un sonido y una personalidad
propia. Su lectura fue rica en matices, muy armónica y con una dinámica justa y
cuidado por las voces.
LES TROYENS ALLA SCALA, ovvero l’arte di allestire un CAPOLAVORO.
Foto: Brescia & Amisano
Renzo Bellardone
Il
teatro d’opera è sovente crogiolo di esternazione di consensi e dissensi e
sovente di contestazioni, ma quando la produzione è inattaccabile e la
rappresentazione non ha punti deboli ecco che anche il severo teatro alla Scala
di Milano esplode in continui boati di consenso ed apprezzamento: questo è
successo alla Prima di “Les Troyens” di
Berlioz, con la direzione di Antonio
Pappano vigoroso ed
alternativamente delicato e sensibile; l’orchestra ha risposto al bel gesto di
Pappano che ha seguito il palcoscenico con la stessa cura e minuziosa
attenzione ed i risultati sono stati tangibili. La
narrazione è conosciuta fin dai banchi di scuola, ovvero la distruzione di
Troia e poi les troyens a Cartagine e
nell’immaginario collettivo un grande cavallo entra di notte in Troia per
liberare dal ventre i guerrieri che la distruggeranno. David Mc Vicar ha dato una lettura fedele e oltre il tempo,
mantenendo il simbolismo con efficacia straordinaria ed ecco quindi che entra
la grande testa del cavallo costruita con pistoni, ghiere e rotelle
metalliche (come poi il guerriero al
finale) ad occupare il palco ed invadere la scenografia di grande impatto e
funzionalità espressiva, creata da Es
Devlin ed esaltata dall’utilizzo emozionante delle luci disegnate da Wolfgang Gőbbel e riprese da Pia Virolainen. L’atemporalità è suggellata anche dai costumi di Moritz Junge . Questa
Grand Opera racchiude realmente tutti gli elementi che rendono il teatro
d’opera la forma più completa di spettacolo, infatti a completare la messa in scena
ed a valorizzarla han ben contribuito i danzatori ed acrobati, elementi non
integranti, ma coprotagonisti costruttivi di alcune scene chiave, ben diretti da Lynne Page. Il
canto ! Il cast è certamente costituito da voci
tra le migliori del panorama lirico ed attraverso una vibrante tensione
è stato raggiunto un diapason meraviglioso e brillante. Gregory Kunde, al
massimo del suo splendore vocale ha interpretato Enea con limpidezza arrotondata
ed armoniosa; amplificando così la
drammaticità interpretativa, ha creato un meraviglioso eroe. Cassandra
ha ancora una volta trovato in Anna
Caterina Antonacci la sua migliore
interprete: solenne e appassionata ha reso la complessa tragicità del
personaggio con grandi capacità d’attrice ed espressive timbricità vocali. La
regale ed innamorata Didone ha incontrato un habitat di altissimo livello in Daniela Barcellona che con la semplice
naturalezza che la contraddistingue, ha iniziato il suo personaggio con gioiosità affettuosa ,
trasformata poi in terribile delusione fino all’estremo sacrificio. Le
sfumature della voce hanno possentemente disegnato amore, sensualità e disperazione. Maria Radner ha
intepretato Anna con voce morbida e vellutata, mentre Chorèbe ha trovato vita
nei colori bruniti di Fabio Capitanucci .
Deciso ed imperioso Giacomo Prestia
in Narbal e decisamente poetico e descrittivo Shalva Mukeria in Iopas .Hylas è stato interpretato da un
accattivante Paolo Fanale , mentre Paola Gardina ha realizzato un
atletico, fresco e convincente Ascanio.
Piacevole reincontrare sul palco Elena
Zilio in Hecuba ed un convinto apprezzamento per ogni ruolo, ogni
interprete ed interpretazione. Grande
protagonista è stato anche il superbo coro della Scala che sotto la guida di Bruno Casoni ha toccato punte di
eccelsa bellezza. La
Musica vince sempre.
Atzimba ópera de Ricardo Castro en el Palacio de Bellas Artes de México
Foto: INBA
RJ
Ricardo Castro ATZIMBA
V. Dávalos, C.A. Galván, G. Ruiz, A.C. Acosta, A. Gama, C. Sánchez. Dir.: E. Patrón de Rueda. Director de esc.: A.
Salinas. 13 de abril del 2014.
Atzimba de Ricardo Castro, compositor
mexicano y último romántico del porfiriato,
se estrenó en enero de 1900 y fue escenificada en temporadas sucesivas hasta 1952
cuando la partitura se extravió y la obra quedo en el olvido, pero por el 150
aniversario del nacimiento del compositor nacido en Durango; Arturo Márquez recuperó la obra
orquestando las partes faltantes del segundo acto. Con libreto en español de
Alberto Michel, inspirado en La Conquista
de Michoacán de Eduardo Ruiz, la trama en tres actos que ocurre durante la
conquista de Michoacán narra el triangulo amoroso entre el sacerdote Huépac; la
princesa tarasca Atzimba y el oficial español Jorge de Villadiego, que concluye
con la muerte de ambos. La orquestación posee interesantes y gratos pasajes
musicales, es conocido su Intermezzo;
con tintes italianizados con un estilo verdiano, sin renunciar a su carácter
nacionalista. Por su emotiva ejecución la orquesta de Bellas Artes se alzó como
una protagonista de la velada. El montaje escénico de Jesús Hernández fue austero y con poca imaginación, solo unas
pirámides movedizas sobre la escena y un enorme espejo colgando en la parte
trasera del escenario. Los desangelados vestuarios y la plana iluminación ayudaron
poco a la vistosidad del espectáculo. La dirección de Antonio Salinas con conceptos de Luis de Tavira, consistió en hacer a los cantantes subir y bajar
sin sentido de las pirámides, mucha gestualidad y constantes ceremonias y
danzas. La compleja escritura vocal es tirante y exigente por los continuos
desfases con la música, pero Violeta
Dávalos, que dio vida a una sensual princesa, sorteó las dificultades del
papel con segura emisión y grato uso del registro medio. El tenor Carlos Arturo Galván, cantó con enjundia
y pasión a de Villadiego. Guillermo Ruiz
desplegó su potente voz como Huémac, y
el resto de los personajes, y el coro tuvieron un discreto desempeño. Es necesario
señalar que el merito de esta exhumación corresponde al Instituto de Cultura de
Durango, que honra así a un distinguido ciudadano, y no a una compañía de ópera
acéfala de liderazgo y visión, que ha desdeñado durante el tiempo la labor operística de muchos
compositores mexicanos.
Les Pecheurs de Perles (I pescatori di perle) di Bizet - Teatro Comunale di Modena
Foto: Teatro Comunale di Modena
Renzo Bellardone
Il genere
umano per vivere e sopravvivere tra i flutti delle intemperie che la vita
inevitabilmente propone e necessita di
fantasia, di immaginarie illusioni, di storie impossibili , ma dal lieto fine.
“Le pecheurs des perles” va ad inserirsi proprio in quegli anfratti mentali che
si schiudono per offrire una via di evasione, un illusorio mondo fantastico… ed
è appunto tra miti e fantasia e faticose realtà che si snoda la vicenda narrata nell’opera di
George Bizet. Il testo non è particolarmente lirico, ma in compenso la
partitura è incredibilmente bella e
ricca di sfumature poetiche e vibrazioni accorate. La lettura che è
stata conservata nel complesso
dell’allestimento è quella da fin siècle per aprirsi ad un nuovo mondo. Patrick Fournillier propone infatti una
lettura armoniosa, lineare ed omogenea, seguendo la filosofia madre dell’opera.
La messa in scena curata da Giorgio
Ricchelli è semplice ma efficace attraverso
l’inserimento degli elementi scenici
distintivi e chiaramente individuabili. La regia di Fabio Sparvoli crea
movimenti fedeli all’idea primaria dell’opera distinguendo la vita reale
da quella immaginaria. Il balletto diretto da Annarita Pasculli è sulla stessa lunghezza d’onda con movenze da
danza tribale o sinuosità sognate nell’immaginario collettivo. Filologici e ricchi i costumi di Alessandra Torella. Martino
Faggiani è il bravo direttore del coro del Teatro Regio di Parma,
protagonista apprezzato anche in altre
recenti produzioni quali “I Pagliacci”, sia per limpidezza corale che per la ricerca di sfumate emozioni.
Molto belli i duetti ed il terzetto che costellano il rigo ed apprezzato il
chiaro fraseggio degli interpreti. Freschi e coinvolti gli interpreti infondo
delicatezza o vigore nei vari sentimenti
di amore quasi fraterno, passione di sentimenti e di carne, , vendetta e
perdono che caratterizzano l’opera. Nelle
rappresentazioni modenesi il ruolo di Nadir è affidato al giovane tenore
messicano Jesus Leon che ha offerto
una prova di qualità, apprezzata da un pubblico che ha ancora nel cuore la voce di
Pavarotti. In particolare nell’aria “Je
crois entende” è risultato limpido e diamantino, riuscendo ad infondere gran sentimento partecipativo e
comunicativo. Leila è stata interpretata da Nino Machaidze con limpidezza e corposa rotondità vocale;
interessanti le duttili agilità e l’emissione sicura e brillante, su un velluto
di lineare omogeneità. Luca dall’Amico
è il basso che da voce al sacerdote Nourabad: la parte non è certamente estesa
ma sufficiente per esternare profondità
timbrica . Zurga è stato interpretato
dall’imponente (sia nel fisico che nella voce) Vincenzo Taormina che ha
realizzato il ruolo con grande attenzione vocale e prestanza attoriale; il bel
colore brunito della voce si è arrotondato nei momenti di tenero sentimento, ha
delineato l’autorevolezza del capo ed
abilmente irrobustito nelle scene di gelosia. Forte presenza scenica che trova esaltazione al finale quando resta solo sul palco, ricco
del perdono concesso. La Musica vince sempre!
Ragnheidur estreno mundial en la Ópera de Islandia
Foto: Gísli Egill Hrafnsson
Inga María Leifsdóttir
Fundada a inicios de los años 80s y situada en la capital
de Reikiavik, la
Ópera de Islandia, una
compañía relativamente joven comparada con otros teatros de larga tradición de
Europa, presentó en su nueva y moderna sede en el teatro Harpa, el estreno
mundial de la ópera Ragnheiður del compositor islandés Gunnar Þórðarson con libreto de Friðrik Erlingsson. La obra está basada en hechos históricos que
ocurrieron en Islandia a mediados del siglo 16, y el titulo Ragnheiður, corresponde
al nombre de la hija de 18 años del obispo de
Skálholt, en su momento el hombre más poderoso de la iglesia en el país.
La historia versa sobre la relación amorosa, pero escondida, entre
Ragnheiður y su joven mentor Daði, pero la situación se complicó cuando
en 1661 el obispo le exigió a su hija jurar frente a toda la congregación su
virginidad, pero nueve meses después da luz a un hijo fue condenada por su
propio padre; y dentro este contexto de amor, destino y tragedia se desarrolló
la trama, que de la historia de Islandia es uno de los eventos que mas fibras
ha tocado. La obra causó tanta demanda del público que varias funciones fueron
agregadas. La partitura de la obra cuya música de Þórðarson es conmovedora con
un terso lenguaje romántico, funcionó bien con el libreto que es bello y a la
vez trágico, fue ejecutada con pasión y entrega por el maestro finlandés Petri Sakari al frente de la orquesta y
el coro de la ópera de Islandia. Por cierto, la partitura fue presentada en
concierto en la iglesia de Skálholt, en el sur del país, en agosto del 2013. La
puesta en escena minimalista, ideada por Greta
Reynisson, tuvo dos paredes al fondo del escenario que se abrían y cerraban
o que formaban un triangulo en un espacio reducido y brillante iluminación en
ese punto, con contrastante oscuridad, enclaustraba y captaba la emotividad en
la escena, bajo la dirección escénica de Stefán
Baldursson. Los vestuarios de época fueron creación de Þórunn S. Þorgrímsdóttir. En escena se reunieron a más de cien
artistas y un extenso elenco con los mejores cantantes islandeses, como la muy
apreciada soprano Tóra Einarsdóttir en
el papel principal, con radiante canto y presencia; el tenor ligero Elmar Gilbertsson como Daði, y el autoritario bajo Vidar Gunnarson como Brynjólfur biskup, obispo de Skálholt
Llover sobre mojado Atzimba en Bellas Artes de Mexico
José Noé Mercado
Existía gran expectación por el rescate de
la ópera Atzimba del compositor
mexicano Ricardo Castro (1864-1907), originalmente estrenada en 1900 y de la
que 52 años después se extraviara la partitura orquestal de su segundo acto. La conmemoración por los 150 años del
natalicio del músico duranguense incluyó el encargo de la orquestación de la
parte perdida al compositor Arturo Márquez, célebre entre otras razones por su Danzón No. 2, y el reestreno de la obra
con una respectiva puesta en escena. Así, luego de presentarse en febrero pasado
en Durango, cuyo instituto estatal de cultura encabezara el proceso de rescate,
y de reponerse en Cuernavaca, Morelos, como parte de programa del INBA “Ópera
con los Estados y Entidades Federativas”, la producción de Atzimba llegó al Teatro del Palacio de Bellas Artes los días 10 y
13 de abril, como una posibilidad más de seguir reflexionando sobre la
identidad mutante de la ópera mexicana, sus características y pretensiones, sus
alcances y limitaciones. Si el rescate de la obra y su montaje en sí
mismos constituyen un feliz acontecimiento, no podría decirse lo mismo del la
puesta en escena ni de la interpretación vocal, al menos el día del estreno. Puesto que, desde luego, bien pueden
someterse a consideración las virtudes de un compositor interesado en romper
con el pasado italianizante de sus predecesores nacionales (lo que no
necesariamente logra sobre todo cuando corren en su bello lirismo romántico
aires del Verdi maduro o, si se quiere, algo wagneriano) y no muy diestro en la
escritura vocal, cuya redacción retiene a los solistas en un registro tirante
con pocas ventanas orquestales para asomar la voz y una demanda de volumen poco
propicio para los matices íntimos y para eludir cierta monotonía. De igual manera, pueden ponderarse las
deficiencias del libreto en español de Alberto Michel, basado en un episodio de
La conquista de Michoacán de Eduardo
Ruiz. Con su irregular métrica de frases; un lenguaje que con asiduidad se
sumerge en la cursilería más que en el conflicto idiomático y cultural entre
los conquistadores españoles y los
indígenas tarascos; con una trama trillada (triángulo amoroso, con
protagonistas de bando rival) de personajes y motivaciones elementales; y que no puede siquiera disimular fallas
evidentes en su estructura y desarrollo: hacia el final del tercer acto, por
ejemplo, regresa ingenuamente al punto dramático en el que había concluido el
segundo.
Todo ello, y su respectiva discusión, es natural y puede quedar en la anécdota que implica el redescubrimiento de una obra estelar del catálogo de un músico destacado en la historia musical mexicana. Pero lo rudimentario del montaje, con dirección de escena de Antonio Salinas, concepto escénico de Luis de Tavira, vestuario de Estela Fagoaga y diseño de escenografía e iluminación de Jesús Hernández, sólo pudo ser correspondido por los numerosos abucheos de un público que como hábito suele aplaudirlo todo. No era para menos. Las acciones giraron en torno a un par de anómalas pirámides enanas, a las que a la menor provocación cualquiera se subía o se introducía, olvidando el carácter simbólico y ritual que tuvieron en Mesoamérica. Al fondo, en lo alto, un espejo-pantalla inclinado proyectaba imágenes difusas y extrañas, como un cielo nocturno abierto y estrellado que a gran velocidad dejaba paso a nubarrones negros para luego repetir la secuencia, en una especie de loop visual que terminó por producir una ocurrente lluvia física en el proscenio al concluir la obra, que podría asumirse como una metáfora de esta producción: llovió sobre mojado. El trazo y la disposición de la escena, cuyos elementos penosamente se movieron a mano, empujándolos a la vista del público, como si la maquinaria teatral nunca se hubiese inventado, desaprovecharon el sentido de la música, ya fuera en momentos de conflicto grupal, en marchas de entrada solemne o en danzas que apenas si incluyeron coreografías totalmente cutres. Los abucheos de esa primera función también salpicaron el nivel del elenco encabezado por la Atzimba de la soprano Violeta Dávalos, el Jorge de Villadiego encomendado a José Luis Duval, el Huépac del bajo barítono Guillermo Ruiz, la Sirunda de la contralto Ana Caridad Acosta, el Hirepan del barítino Armando Gama y El rey Tzinzitcha de barítono Carlos Sánchez. Poco puede y debe rescatarse de ese elenco en el que las desafinaciones constantes, el desgañite y, en suma, la falta de técnica adecuada para resolver una partitura vocalmente incómoda, fueron la moneda de cambio. Pero es justo destacar la zona media del registro de Violeta Dávalos, donde su emisión encuentra su mejor y más cálida área expresiva; la bella y controlada idea de canto de Carlos Sánchez; la capacidad y el arrojo vocal de Armando Gama para afrontar un potro sin duda bronco; y la inocencia de Ana Caridad Acosta en el desaguisado, en el que sólo cantó un par de líneas. A ello debe sumarse la buena concertación musical de Enrique Patrón de Rueda al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, ya que su experiencia y conocimiento de la voz siempre aporta al equipo. Rescatada la ópera de Ricardo Castro, deberá resguardarse como muestra de música vehemente y apasionada. Ahora, seguramente, se extraviará la imagen que de ella se guardaba en el mito, en el recuerdo o en la imaginación.
Todo ello, y su respectiva discusión, es natural y puede quedar en la anécdota que implica el redescubrimiento de una obra estelar del catálogo de un músico destacado en la historia musical mexicana. Pero lo rudimentario del montaje, con dirección de escena de Antonio Salinas, concepto escénico de Luis de Tavira, vestuario de Estela Fagoaga y diseño de escenografía e iluminación de Jesús Hernández, sólo pudo ser correspondido por los numerosos abucheos de un público que como hábito suele aplaudirlo todo. No era para menos. Las acciones giraron en torno a un par de anómalas pirámides enanas, a las que a la menor provocación cualquiera se subía o se introducía, olvidando el carácter simbólico y ritual que tuvieron en Mesoamérica. Al fondo, en lo alto, un espejo-pantalla inclinado proyectaba imágenes difusas y extrañas, como un cielo nocturno abierto y estrellado que a gran velocidad dejaba paso a nubarrones negros para luego repetir la secuencia, en una especie de loop visual que terminó por producir una ocurrente lluvia física en el proscenio al concluir la obra, que podría asumirse como una metáfora de esta producción: llovió sobre mojado. El trazo y la disposición de la escena, cuyos elementos penosamente se movieron a mano, empujándolos a la vista del público, como si la maquinaria teatral nunca se hubiese inventado, desaprovecharon el sentido de la música, ya fuera en momentos de conflicto grupal, en marchas de entrada solemne o en danzas que apenas si incluyeron coreografías totalmente cutres. Los abucheos de esa primera función también salpicaron el nivel del elenco encabezado por la Atzimba de la soprano Violeta Dávalos, el Jorge de Villadiego encomendado a José Luis Duval, el Huépac del bajo barítono Guillermo Ruiz, la Sirunda de la contralto Ana Caridad Acosta, el Hirepan del barítino Armando Gama y El rey Tzinzitcha de barítono Carlos Sánchez. Poco puede y debe rescatarse de ese elenco en el que las desafinaciones constantes, el desgañite y, en suma, la falta de técnica adecuada para resolver una partitura vocalmente incómoda, fueron la moneda de cambio. Pero es justo destacar la zona media del registro de Violeta Dávalos, donde su emisión encuentra su mejor y más cálida área expresiva; la bella y controlada idea de canto de Carlos Sánchez; la capacidad y el arrojo vocal de Armando Gama para afrontar un potro sin duda bronco; y la inocencia de Ana Caridad Acosta en el desaguisado, en el que sólo cantó un par de líneas. A ello debe sumarse la buena concertación musical de Enrique Patrón de Rueda al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, ya que su experiencia y conocimiento de la voz siempre aporta al equipo. Rescatada la ópera de Ricardo Castro, deberá resguardarse como muestra de música vehemente y apasionada. Ahora, seguramente, se extraviará la imagen que de ella se guardaba en el mito, en el recuerdo o en la imaginación.
Danny Elfman en el Auditorio Nacional de México: Música de las películas de Tim Burton
Fotos: Luis Garibay
José Noé Mercado
“Beetlejuice”
Se podría decir que Danny Elfman (Los Ángeles, 1953) actualmente es uno
de los compositores más reconocidos de la historia del cine, arte en el que ha
sido nominado al Oscar en cuatro ocasiones. También es de los más admirados y queridos por el público cinematográfico
que tiene presente el soundtrack de
cintas como American Hustle, Silver
Linings Playbook, Milk, Spiderman, Men in Black, Mission Impossible, entre otros trabajos para la pantalla
que ondean en el mundo pop tan universalmente que ni él mismo puede explicar
cómo sus notas musicales lo han logrado. Explicar, por ejemplo, la icónica penetración en el mundo contemporáneo
del tema de The Simpsons, que Elfman compuso en
1989, rebasa el análisis de cualquier posible fórmula de éxito y, sin embargo,
constituye un ejemplo de poder sonoro mundial como lo son también las primeras
notas de la Quinta Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Entonces, Danny Elfman también es un creador de sonidos que identifican
y sintetizan una parte significativa del mundo cultural de fines del siglo 20 y
lo que llevamos del 21. En el terreno de la musicalización cinematográfica su
importancia se ha medido con la de personajes como Ennio Morricone, Nino Rota,
John Williams y se mide aún con Philip Glass, Trent Reznor, Hans Zimmer o
Charlie Clouser. Pero, sin duda, lo que más abundantemente habla sobre la obra musical
de Danny Elfman, con sus múltiples influencias, cultivo de géneros, con una
mano orquestadora fabulosa, es su prolífica colaboración de 25 años con el
cineasta californiano Tim Burton (1958). Puesto que Elfman ha sido más que un musicalizador de Burton. Ha sido
un co-creador de mundos y personajes entrañables en la mente del público, sin
cuya intervención sonora creativa cuesta imaginarse las fascinantes aventuras
en universos tan emblemáticos de la cultura pop como los de Batman, Eduardo
Manos de Tijera, Willy Wonka, Jack Esquéleton o Barnabas Collins.
“Beetlejuice”
Tim Burton ha logrado lo que para todo artista constituye uno de los
mayores retos: la creación de un mundo personal, que lo identifica y resume,
con personajes que no quieren ni podrían ocultar su ADN aun cuando puedan ser,
más bien, recreaciones. Y es que, al margen de las críticas recientes por cierta repetición de
elementos, la inclusión sí o sí de su actor fetiche Johnny Depp o, más
concretamente, por filmes que pueden no ser perfectos, el cineasta y productor
californiano consiguió casi desde el inicio de su trayectoria artística que su
apellido se convirtiera en un adjetivo: burtoniano, y, sin duda más admirable
aún, en una entidad estética inconfundible: burtoniana. Ciudades color pastel, matices visuales altamente contrastados o urbes
oscuras, atmósferas góticas, con frecuencia en melancólicas celebraciones como
navidad o halloween, son escenarios para el
deambular de personajes desenchufados del resto, sombríos, buleados, que más
que extravagantes llegan a la clasificación de outsiders,
freaks, weirds. Una incursión en el libro de poemas ilustrados La
melancólica muerte de Chico Ostra (1997) de Burton, ofrece un amplio
catálogo de personajes complejos, excéntricos, dañados, héroes cuya mayor
monstruosidad es despertar la empatía, el ser entrañables. Y así ocurre, casi siempre, al transitar por la obra burtoniana, una
dimensión habitada por seres ojerosos tatuados por la noche y el desvelo, de
cuencas muy hundidas pero ojos expresionistas, de cabellera alborotada,
frecuentemente con suturas en el cuerpo, boca y nariz diminutas, pálidos,
alargados, achaparrados, obesos, que enfrentan y terminan por asumir su
extrañeza como un distintivo de naturaleza casi creadora y artística pero
doliente, sobre la que se vuelve la sociedad con rechazo a la modificación,
hacia el genio transformador. Hacia las manos de tijeras. Y la música de Danny Elfman ha estado ahí. Brindando la autopista sonora para que esos mundos cobren vida.
“Beetlejuice”
De ahí el revuelo que causó la presentación del espectáculo “Danny
Elfman: música de las películas de Tim Burton” que se presentó en el Auditorio
Nacional los pasados 8 y 9 de abril, luego de que el show se
estrenara en California, en octubre de 2013, y luego se haya presentado en
Canadá, Inglaterra y Suiza. Para la interpretación en vivo de las obras de Elfman, que fueron
acompañadas por videos con bocetos originales y secuencias de las películas de
Burton proyectados en tres pantallas gigantes, perfectamente sincronizadas y
con una curaduría de arte burtoniana, se contó con la participación de la
Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro EnHarmonia Vocalis, baja la batuta de
John Mauceri, concertador que ha hecho la gira con el espectáculo. El concierto fue no sólo atractivo y conmovedor, sino emocionante.
Entre el público, principalmente entre los 20 y 40 años de edad, había gente
disfrazada de el Guasón, el Pingüino, Alicia, Eduardo Manos de Tijera, Willy
Wonka o el Sombrerero. Algunas chicas asistentes acarreaban peluches del perro
Sparky, de Umpa Lumpas o del cadavérico Jack Esquéleton. Se trató de un concierto excitante que inició con una obertura de Charlie and the Chocolate Factory, y le siguieron los temas
principales y las respectivas suites
orquestales de Pee-Wee’s Big Adventure, Beetlejuice, Sleepy Hollow, Mars Attacks, Big Fish, Batman y concluyó en su primera parte con Batman Returns. La ejecución de la Orquesta Sinfónica Nacional respondió bien a la
concertación de Mauceri. Resultó destacado el trabajo de las cuerdas. Los
alientos metálicos podrían haber mostrado más opulencia, pero no presentaron
pifias. El coro fue el punto más débil, al mostrar un sonido sin mucha
claridad, a lo que quizás contribuyó la no familiaridad con el repertorio y el
idioma inglés. Mucho mejor logró su sonoridad en las vocalisés, que ayudaron a
definir correctamente las ambientaciones.
Luego del intermedio, se interpretaron temas principales y suites
orquestales de Planet of the Apes, Corpse Bride (que no dirigió Burton, aunque sí fue parte del
desarrollo y del equipo creativo en su momento), Dark Shadows,
Frankenweenie, Edward
Scissorhands (momento en el que también participó la talentosa
violinista Sandy Cameron para interpretar una virtuosa cadenza
vestida con un traje de piel negra con incrustaciones metálicas al estilo
Eduardo Manos de Tijera), The Nightmare Before
Christmas (en donde llegó el momento orgásmico, ya que en el
escenario apareció el mismísimo Danny Elfman quien cantó y actuó diversos
pasajes a cargo de Jack Esquéleton en la película), para cerrar con un broche
de oro largamente ovacionado: Alice in Wonderland. Elfman, quien conocía San Miguel de Allende debido a una relación
sostenida con una pareja mexicana en el pasado, se dijo sinceramente fascinado
por México y el recibimiento que se le brindó. La gente apenas podía controlar la emoción despertada por el espectáculo,
con una exquisita combinación de música en vivo, bocetos gigantes y secuencias
fílmicas que mostraron momentos atesorables con objetos y figuras familiares en
stop-motion o interpretados por actores
como Johnny Depp, Michael Keaton, Winona Ryder, Jack Nicholson, Christopher
Walken, Helena Bonham Carter, Danny de Vito, Freddie Highmore y muchos
más. La música de Danny Elfman seguirá acompañando el heroísmo oscuro pero
necesario de Batman, el arte transformador pero hiriente de Eduardo Manos de
Tijera, el mito vital sobre el gran pez, el valor acobardado de Ichabod Crane…
Y, por fortuna, no sólo en las películas. Sobre todo, en la estima de la gente
a la que ha tocado con su arte.
A Little Night Music - Houston Grand Opera
Foto: Lynn Lane
Karina González
Karina González
Los teatros importantes estadounidenses no renuncian
nunca a incluir dentro de sus temporadas obras pertenecientes al teatro musical
americano, o de sus propios compositores, y las presentan con montajes tan
opulentos y bien diseñados como con buenos elencos de cantantes como lo harían
con cualquier otra ópera. Como prueba de ello, la Lyric Opera de Chicago montó esta temporada, The Sound of Music de Rogers and Hammerstein y la Ópera de San
Francisco, Showboat de Jerome Kern,
por mencionar algún ejemplo. En Houston,
el turno fue de A Little Night Music de
Stephen Sondheim, en una elegante producción concebida por el diseñador de
modas estadounidense Isaac Mizrahi, estrenada
en el Opera Theatre of St. Louis en el 2010, quien se esmeró particularmente en
los vestidos de las mujeres de estilo antiguo, en tonalidades color oro, cobre
o en blanco. Sus escenografías fueron realistas con enormes robles, con un brillante
cielo azul que también se oscurecía, en un vistoso jardín donde ocurre la
acción en 1900, con continuidad por el cambio en escena de algunos elementos, y
al estilo de Sueño de una noche de verano
de Shakespeare. Como se sabe, la obra está inspirada en la película Smiles of a Summer Night de Ingmar
Bergman sobre enredos amorosos de varias parejas en Suecia en 1900. Esto dio
oportunidad a Mizrahi, encargado también de la dirección escénica, de crear
situaciones divertidas y cómicas, no forzadas, aunque el paralelismo que
intentó crear con la obra de Shakespeare, aquí pareció estar fuera de lugar. Del
extenso elenco de cantantes que cumplieron de manera adecuada, sobresalió el
desempeño de la soprano Elizabeth Futral
quien aportó el carisma, el encanto y la vivacidad del personaje de Desiree
Armfeldt, y cantó con claridad y exquisito fraseo, particularmente en su
conocida intervención en “Send in the
Clowns” El tenor Chad Shelton quien dio vida a un afable
y desconcertante Frederik Egerman con
una voz cálida muy lirica y mucha química con Futral tanto en la escena como en sus dúos. Joyce Castle fue una autoritaria Madame
Armfeldt de voz oscura de mezzosoprano que exhibió en “Liasons” y el barítono Mark Diamond un enérgico y convincente
Conde Carl-Magnus. La luminosa y algo
compleja partitura fue bien servida con destreza y sentimiento por la orquesta
de la Houston Grand Opera bajo la conducción de Eric Melear.
Estreno Americano de Calígula de Detlev Glanert en Buenos Aires
Crédito: gentileza Teatro Colón
Gustavo Gabriel Otero
El Teatro Colón de Buenos Aires abrió su Temporada 2014 con el estreno americano de Calígula de Detlev Glanert (Hamburgo, 1960). La obra fue cantada por primera vez en la Ópera de Frankfurt el 10 de julio de 2006 y tiene libreto de Hans-Ulrich Treichel, basado en el drama teatral Calígula de Albert Camus. El primer acto nos muestra la desesperación de Calígula, motivada por la muerte de su hermana-amante Drusila, la desaparición del emperador durante tres días, el cambio de personalidad ante lo que denomina el absurdo de la vida y su faz como gobernante cruel, brutal e ilógico. En el segundo acto Calígula juega con la vida y la muerte de sus súbditos continuando su delirio en el poder y mostrando el desprecio que siente hacia los demás. Obliga a los nobles romanos a que le sirvan la mesa, viola a Livia y envenena a Mereia. En el tercero Calígula se cree Venus y se hace adorar como un dios, quema los documentos que incriminan en una conjura a Quereas porque prefiere condenar sin pruebas y finaliza con un baile ritual al que obliga a danzar a todos. En el último asistimos a la muerte del gobernante. Antes intenta nuevamente lo imposible solicitándole a Helicón que le traiga la luna, luego trata de llenar su hastío ordenando a los poetas a cantar a la muerte y como no lo satisfacen decreta sus ajusticiamientos, finge su fallecimiento para comprobar la reacción de los demás, manda a matar a Mucio, asesina a su esposa Cesonia y finalmente, ante tanta crueldad y absurdo existencial el pueblo mata el dictador, quien con un grito animal dice que aún esta vivo. La partitura comienza y finaliza con un grito desgarrador que marca las dos muertes de Calígula: la interior ante la muerte de Drusila al principio y la total, al final, cuando es apuñalado por la muchedumbre. La orquestación es exuberante y rica. Detlev Glanert no renuncia ni a momentos líricos ni a un necesario expresionismo. La partitura es variada, moderna y ecléctica. Se pueden encontrar coros e importantes monólogos sin olvidar dúos, tríos, escenas de conjunto y dos interludios orquestales, el primero que marca el sueño de Calígula entre los actos primero y segundo y el segundo llamado el baile de Calígula que enlaza los actos tercero y cuarto. El Teatro Colón presentó la puesta en escena, ofrecida en mayo de 2012, por la English National Opera. La idea de ambientar la obra en las gradas de un estado de fútbol -moderno circo romano- es más que interesante y por cierto muy actual. Pero cuatro actos ambientados en el mismo espacio causan cierto tedio, a pesar de la buena factura de la escenografía de Ralph Myers. La concepción teatral de Benedict Andrews fue muy cuidada y respetuosa. Con buen manejo de los cantantes principales y exacta marcación de las masas. El vestuario de Alice Babidge es ecléctico y contemporáneo con algunos guiños irónicos como los personajes de los comics que aparecen entre el pueblo y la iluminación Jon Clark de excelente concepción y realización. Ira Levin al frente de la Orquesta Estable logró una interpretación de primer orden, de una partitura muy demandante para las distintas secciones. En el protagónico el barítono Peter Coleman-Wright brilló en lo actoral y en el plano vocal cumplió con su exigente parte. Yvonne Howard fue una lírica y compenetrada Cesonia, el contratenor Martin Wölfel (Helicón) mostró su canto preciso y la mezzosoprano Jurgita Adamonyté interpretó un creíble Scipión. Héctor Guedes recreó un sólido Quereas mientras que los locales Fernando Chalabe (Mucio); Víctor Torres, en el doble papel de Mereia y de Lépido, y Marisú Pavón (Livia) fueron irreprochables. Notable el desempeño del Coro Estable y exactos los cuatro coreutas que encarnaron a los poetas: Nazareth Aufe, Marcelo Monzani, Cristian Maldonado y Cristian De Marco.
Le Roi s’amuse: Werner Güra’s new CD on Harmonia Mundi, Haydn’s Scottish Airs
Foto: Werner Gura / Harmonia Mundi
Suzanne Daumann
To me, Haydn’s music is suffused with a tender irony,
and these Scottish Airs are a lovely example. Haydn arranged the popular
Scottish airs between 1800 and 1804, for the editor George Thomson, who dearly
loved this kind of music. Werner Güra, the king of the lied, seems to have
enjoyed himself indeed. He told me that this CD had been planned for a long
time, but the recording had to be put off two times, because each time the violinist
had to cancel, due to pregnancy. Then there was Julia Schröder, whom he had met
during a Bach’s Passion, and she, Christoph Berner at the piano and the cellist
Roel Dieltjens came together as a real trio. Their great and unplanned
chemistry can be heard in each introduction and postlude. Together, these
artists and the singer explored each text line and verse, in order to be able
to really carry the narration together. “It’s been a joy,” says he, “to do this
CD, to work with an ensemble who really pull together and understand each
other.” It is certainly a joy to listen to them. The irresistible drive of the
strings, the light tenderness of the piano are a joy in their own right and
it’s only right that they should have a trio to themselves (Hob. XV:27). “This
trio might go on working together,” says Werner Güra, “and that would certainly
be a good thing.” Almost all of these airs are ballads, heroic,
lugubrious, amorous or downright funny. Werner Güra seems to master the
pronunciation of the Scotch words so easily that I asked him if he had a coach
for that. “Oh yes,” he says, “that was Charles Johnston, from Harmonia Mundi,
who also wrote the booklet. He was there during all of the recording sessions,
to supervise it all. And even he had a hard time of it sometimes!” One of the
admirable characteristics of this CD is precisely this apparent ease, which is
in reality the result of much discipline and hard work. Werner Güra, well-coached in Scots, tells the stories
with his warm and friendly voice: un evangelist who, after the drama of the
Passion, goes downtown to have a pint and a laugh with the girls. In “Jenny’s Bawbee”, a young girl courageously gets
rid of four admirers who in reality are after her money, her bawbee. The
musicians tell this story with irresistible verve and the singer characterises
one of the suitors with a deliciously hilarious falsetto. “Are you something of
a clown really?” I asked him. That made him really laugh and he said: “No, not
to this point. The comical element is rare in classical music and I enjoy it
when it comes up, since I have sung in former times Rossini and others like
him.” In “Sleep’st thou or wak’st thou”, the singer uses his
tiptoe technique to approach his sleeping lady and tell us of his love. “Rattling Roaring Willie” is a paean of praise to the
contemporary Prime Minister William Pitt Junior, from the heyday of the Royal
Navy and every reader of Patrick O’Brian will hear a roaring sailors chorus
here in the single voice of the tenor. Other pieces describe quiet landscapes, like “The Lone
Valley”, one of my favourites, or they tell more stories, of gallant warriors
like “Twas at the Hour of Dark Midnight” (this air belongs originally to the
ballad of Barbara Allen), of an abused damsel coming back from her grave to
punish the untrue lover in “William and Margaret”… This is so full of joy and the almost tangible
virtuosity of the artists is never gratuitous, it serves, and admirably so, the
composer, his poets and their universe. The beautiful melodies, sad or joyful, are full of
drive and will continue to ring in our heads long after this delicious CD is
ended. Highly recommended!
Le Roi s’amuse: Le nouveau CD Harmonia Mundi de Werner Güra, Haydn „Scottish Airs“
Foto: Werner Gura
Suzanne Daumann
Pour moi, la musique de Joseph Haydn est imprégnée d’une bienveillance
ironique dont ces « Scottish Airs » sont un joli exemple. Haydn
arrangea ces airs populaires écossais entre 1800 et 1804 pour l’éditeur George
Thomson, grand amateur de la musique folklorique de son pays. Werner Güra, le
roi du lied, s’est royalement amusé, on dirait. Ce CD, m’a raconté Werner Güra, a mis quelques années à voir le jour,
l’enregistrement a dû être repoussé à plusieurs reprises parce que la
violoniste était tombée enceinte deux fois. Puis il y a eu Julia Schröder,
rencontrée lors d’une Passion de Bach, et un vrai trio s’est formé, avec Roel
Dietjens au violoncelle et Christoph Berner au piano. On l’entend dans chaque
introduction et chaque postlude. Ensemble, ces artistes et le chanteur ont
exploré chaque ligne du texte, pour pouvoir porter la narration. « Ce fut
une joie, » dit-il, « de faire ce CD, de travailler avec un ensemble
qui va vraiment dans le même sens et s’entend bien. » C’est certainement une
joie de l’écouter. Le drive irrésistible des cordes et la tendre légèreté du
piano sont une joie à eux tous seuls, et ce n’est que justice qu’on ait droit à
un trio entier avec ces artistes (Hob. XV : 27). « Ce trio continuera
peut-être à travailler ensemble, » dit encore Werner Güra, « et ce
serait vraiment une bonne chose ! » Presque tous ces airs sont des ballades, héroïques, lugubres, amoureuses ou
franchement comiques. Werner Güra semble maîtriser la prononciation des mots
écossais avec une telle facilité que je lui ai demandé s’il s’est fait coacher
pour cela. « Oh oui, » dit-il, « c’est Charles Johnston, le
collaborateur de Harmonia Mundi, qui a aussi écrit le petit livret. Il a été présent
lors de l’enregistrement pour superviser tout cela, et même lui a parfois eu du
mal. » Une des caractéristiques admirables de ce CD est justement cette
apparente facilité qui repose en réalité sur beaucoup de discipline et de
travail. Werner Güra, accent écossais bien en place donc, raconte ces histoires avec
sa voix chaude et bienveillante : un évangéliste qui, après le drame de la
Passion, descend en ville, pour boire un coup au bistro et s’esbaudir avec les
filles. Dans « Jenny’s Bawbee » une jeune fille, dont les quatre
admirateurs sont en vérité après son argent, le fameux « bawbee »,
s’en débarrasse par des mots et des gestes bien sentis. Les musiciens nous
racontent cette histoire avec une verve irrésistible et le chanteur caractérise
un des personnages en utilisant un falsetto délicieusement hystérique.
« Êtes-vous un peu un clown manqué ? » l’ai-je demandé. Cela l’a
bien fait rire, et il a dit : « Non, pas à ce point-là. La musique
classique contient peu d’éléments franchement comiques, et je les savoure quand
je les rencontre, ayant chanté du Rossini et autres de la même famille
auparavant. » Dans « Sleep’st thou or wak’st thou », le chanteur s’approche sur
la pointe de pieds de sa bien-aimée, pour ensuite nous chanter son amour. « Rattling roaring Willie » chante les louanges de William Pitt
Junior, Premier Ministre de l’époque, la grande époque de la Royal Navy, et
chaque lecteur de Patrick O’Brian entendra ici tout un chœur de marins dans la
seule personne du ténor.nD’autres chansons décrivent des paysages tranquilles, comme « The Lone
Valley », un de mes préférés, ou racontent d’autres histoires, histoires
de vaillants guerriers, comme « Twas at the hour of dark midnight »
(dont l’air appartient à l’origine à l’immortelle ballade de Barbara Allan),
d’une amoureuse revenue pour punir l’amant infidèle dans « William and
Margaret »… Tout ici respire la joie de vivre, et la virtuosité quasiment tangible des
artistes n’est jamais gratuite mais sert simplement et admirablement le
compositeur, ses poètes et tout leur univers. Les belles mélodies, qu’elles
soient tristes ou joyeuses, sont pleines d’entrain et continuent à résonner
longtemps après la fin de ce délicieux CD. Chaudement recommandé !
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