A inicios del siglo XIX, Wilhlem von Humboldt desarrolló para la entonces recientemente fundada Universidad de Berlín, hoy Humboldt-Universität zu Berlin, un nuevo concepto de universidad, en el que se desarrolló la idea de un centro no sólo educativo, sino de generación de investigaciones. El modelo, docencia e investigación, adoptado al poco tiempo en todos los reinos alemanes, fue la base para el extraordinario desarrollo cultural de la región desde entonces. Al mismo tiempo, diversos pensadores alemanes, recuérdese en especial al respecto a Friedrich Schiller (Die Schaubühne als eine moralische Anstalt (El escenario como una institución moral,1784) y, sobre todo, Über die ästhetische Erziehung des Menschen (De la educación estética del hombre, 1795), continuaron desarrollando la idea del arte como medio educativo. La idea, ya existente desde Horacio (Epístola a Pisones), se desarrolló ahora en relación con el nuevo concepto de Universidad. En este contexto concedieron a la ópera lugar cimero en la producción cultural y en los procesos educativos, retomando el ideal con el que el género surgió en Florencia algunos siglos antes o las ideas reformistas propuestas hacia 1760 por Christoph Willibald Gluck. Pensadores como Kant, Hegel, Schopenhauer y, luego, Nietzsche, y, en el siglo XX, Ernst Bloch o Theodor W. Adorno continuaron desarrollando la idea de considerar la ópera como cima y síntesis de toda la cultura de Occidente.
Recordar lo anterior me resulta importante al momento de reflexionar sobre el anuncio realizado el pasado 23 de abril por Rafael Tovar y de Teresa para reformar el desastroso estado de la ópera en México. La calificación de “desastroso” impone una diferenciación. Con tal palabra me refiero a la producción física y difusión del género, porque en lo que respecta a cantantes y compositores la situación es muy diferente. No es ningún secreto que México siempre ha sido una nación con grandes voces. La mayor parte de ellas no se desarrollaron porque desde 1910 no ha habido un apoyo decidido al género. Por ello, viendo la pobreza cultural existente en México, en las últimas décadas algunos de los cantantes han tomado la decisión de abandonar el páramo cultural que es México para hacer carrera en el extranjero. Hoy en día son muchos los cantantes que hacen carrera en el extranjero. Esto lo pregonan con orgullo las autoridades culturales y los periódicos mexicanos cuando en realidad debería ser motivo de profundísima vergüenza para el país: los cantantes se van porque el estado de la cultura mexicana es un desastre. El caso es otra prueba de que el concepto de nación desarrollado desde 1910, y, obviamente, el concepto de política cultural desarrollado dentro de ese concepto de nación, fracasó: no sólo trabajadores abandonan el país para recoger fresas en otra parte, sino también investigadores, artistas, universitarios, intelectuales y cantantes de ópera son “espaldas-mojadas” al verse obligados a emigrar no sólo para poder desarrollar sus capacidades, sino simplemente para sobrevivir. En el mismo orden de ideas, pero mucho menos conocido que el fenómeno del sorprendente número de cantantes activos en primerísimos teatros internacionales, es el fenómeno de los compositores mexicanos de ópera. México cuenta con una historia tricentenaria del género (cuyo aniversario pasó, para vergüenza de todo México, total y absolutamente desapercibido a las autoridades “culturales” en 2011). Durante esos trescientos años se han escrito en México un número significativo de óperas, entre las cuales existe, por lo menos, una docena de obras que deberían figurar en el canon cultural general de México.
Pero esto no es así: no sólo no hay conciencia de ello, sino que ni siquiera hay ediciones de las obras y, mucho menos, grabaciones. La representación de alguna ópera mexicana en México es un suceso rarísimo. Los estudios sobre las óperas mexicanas son, con muy honorables excepciones, inexistentes. Finalmente, y, lo peor de todo, a pesar de gastarse inmensas fortunas en cuestiones baladíes, chabacanas, pedestres y, en muchos casos, terribles, como la destrucción de la sala de espectáculos del Palacio de Bellas Artes realizada por Teresa Vicencio, nunca ha alcanzado el dinero para hacer ediciones de las obras completas de los compositores mexicanos. El punto es por demás dramático dado que la mayor parte de la herencia cultural musical de México se ha perdido por ello. El caso espera al Presidente del CONACULTA o al Secretario de Educación con un mínimo de cultura general para ordenar una inmediata y urgente acción al respecto. Y, considerando esta desastrosa situación y regresando al punto en cuestión, sorprende que, junto al número de cantantes mexicanos realizando carrera internacional exista, silenciosamente, un número extraordinario de compositores mexicanos escribiendo óperas. Algunos de ellos han imitado a los cantantes y estrenan sus óperas en el extranjero recibiendo excelentes críticas locales. La importancia de tal logro está en proporción directamente inversa a la atención que le presentan las autoridades culturales mexicanas correspondientes. Otros compositores, la mayoría, escribe óperas que nunca se publican, representan o graban. Debo subrayar algo: personalmente no creo que en la actualidad México tenga en otra rama del arte, sea la pintura, el cine o la literatura, un número tan crecido de autores realizando obras tan originales e interesantes como sucede en la composición operística. México vive en la actualidad el momento de mayor creación de óperas de su tricentenaria y olvidada historia operística. De vivir hoy José Vasconcelos apoyaría de modo decidido a todos esos compositores de ópera en México encargándoles óperas, publicando, estrenando y grabándolas. De suceder esto México se preciaría de un momento cultural cimero como sucedió gracias al apoyo dado a los muralistas en su momento.
En este contexto ha sucedido, como he dicho, el pasado 23 de abril, la propuesta hecha por Rafael Tovar y de Teresa para reformar el desastroso estado de la ópera en México. Durante el acto se publicó que el gran tenor Ramón Vargas será el nuevo director artístico de la Ópera de Bellas Artes (antes Compañía Nacional de Ópera). No es ningún secreto que Ramón Vargas es otro “espalda-mojada” de la cultura que tuvo que huir del yermo cultural que es México para poderse desarrollar. Afortunadamente lo hizo. Su talento es tan grande que hubiera sido un desperdicio para el mundo de la ópera que su grandísimo talento se quedara en el vergonzoso subdesarrollo cultural que es México.
Durante el mencionado acto se anunció la intención de “organizar los esfuerzos que se hacen por elevar la calidad de este género en México, por contribuir a la formación de nuevos valores y voces” (“La Jornada” 24 de abril 2013). Para lograr esto se anunció “un nuevo repertorio, de abrir las oportunidades para que cantantes nacionales puedan tener acceso en estos elencos, aprovechar la presencia de Vargas para poder complementar con voces internacionales”. Para ello se anunció que se utilizarán 33 teatros en toda la república para llevar las producciones que se realicen en Bellas Artes. Además se creará el “Estudio de Ópera de Bellas Artes” en que se entrenará a una docena de nuevos cantantes.
Todo ello suena muy bien y, en primera instancia, es motivo de gusto. Cuando personas presentes en el acto hicieron algunas preguntas salieron a relucir los problemas. Se preguntó por los nombres de los 33 teatros que cumplían las condiciones físicas y técnicas para ser sede de las producciones realizadas en Bellas Artes. Para gran sorpresa, las autoridades no pudieron mencionar un solo teatro. Se preguntó por el repertorio planeado. La respuesta fue el desconcierto y un lastimoso juego de pelota del cual se lograron desembarazar diciendo que se respetaría la programación ya planeada para el 2013, logrando, sólo con grandes esfuerzos, mencionar las pocas obras a representarse, pero ninguna de las que se planea en el contexto de la anunciada renovación operística. Se preguntó por los estudios técnicos, los estudios económicos, los estudios de logística, por el proyecto cultural, etc. Las personas que anunciaron la gran renovación cultural operística de la nación no pudieron mostrar nada de esto. De ello se infiere que nada de esto existe. Y esto sorprende si se está haciendo un anuncio de alcances nacionales para reformar la cultura operística del país. Pero, si se considera que, durante el anuncio se publicitó, de modo más que desafortunado en relación a la importancia del caso, que el proyecto es consecuencia de charlas de café, se debe aceptar que, en la realidad, todo el asunto es, para decirlo claramente, una ocurrencia disparatada nacida del aburrimiento de una conversación de café que se mueve al nivel de las pretensiones de enderezar el eje del globo terrestre de adolescentes obnubilados al descubrir que, allende su casa, existe un mundo.
En el marco de general reforma para acabar con estructuras obsoletas que se está viviendo en el país, el anuncio y la pretensión resulta, para decirlo de modo amable, algo extraño. La realidad es que no se está reformando nada, sino que sólo se está aumentando la nómina burocrática para dar trabajo a más personal burocrático al tiempo que se mantiene a otros que de ópera no tienen la menor idea. Pero esa gente está ahora ahí y podrá hacer cosas durante seis años. Y es obligación de todos, allende hacer críticas, hacer proposiciones concretas. Por supuesto que, en contraparte, es obligación de ellos escucharnos y dar respuesta a nuestras proposiciones.
Para ello inicio remitiendo al párrafo inicial en que he hablado sobre la posición de la ópera a partir de los pensadores alemanes de inicios del siglo XIX. Y es que, el más superficial análisis de la posición de la ópera en México, el más superficial empeño de cambiar la posición de la ópera en México, la más superficial reflexión de lo que significa la ópera en México rebasa la cuestión de organizar la peregrina idea de un “Estudio de ópera” o de aumentar el número de funciones de ópera. Lo primero, el “Estudio de ópera”, es una proposición loable, pero en las condiciones estructurales en que se encuentra la ópera en México tan sólo servirá, a la postre, para dar mejores instrumentos para que esos nuevos cantantes puedan sobrevivir en el extranjero cuando se vayan de “espaldas-mojadas” como consecuencia de que en México no existen las condiciones para su sobrevivencia y desarrollo. En el segundo punto, el aumento del número de funciones de ópera, también una proposición loable, se saludaría aún más si estuviese respaldada por una reforma profunda nacida de un cambio de la idea que se tiene de la necesidad de hacer ópera en México. En la realidad, el caso apunta a que se trata de un problema cultural en donde hay que definir cuál es la posición de la ópera en México, el proyecto cultural y, partiendo de tal, establecer la posición de la ópera en la cultura de México. Es decir, la pregunta es si la ópera es un ocurrente entretenimiento para los amigos de los organizadores o es algo constituyente de la cultura mexicana.
Tal problema, para su cabal análisis, impondría un largo estudio que, por mucho, rebasaría las proporciones de una tesis doctoral, pero cuyo argumento central a desarrollarse en tal tesis doctoral es que el problema, en última instancia, es un conflicto de paradigmas en la concepción de la función de los productos intelectuales no mercantiles de una sociedad. México, por razones históricas desafortunadas, que se remontan a los trágicos hechos de 1767, para decirlo coloquialmente, perdió la oportunidad de subirse al tren de la modernidad occidental. Los hechos de 1810 y 1910, aunque en la interpretación oficial de la historia son iluminados de otros colores, fueron, en la realidad, un obstáculo para lograr tal modernidad: México sigue siendo en una parte significativa una nación premoderna, que lleva doscientos años, con, eso sí, algunos esfuerzos y logros, tratando de lograr lo que no se cumplió en su momento.
Como he dicho, el análisis puntual impondría proporciones doctorales no posibles en este espacio. No obstante quisiera señalar que, al respecto del punto que nos interesa, la reforma de la ópera en México, el asunto debe apuntar hacia lo que he señalado en el párrafo inicial y que se resume en la idea de que, para lograr un cambio realmente profundo, se deben iniciar cambios en la concepción del lugar del género en la constitución de la sociedad: la ópera, y los demás productos intelectuales no mercantiles no son una variante para el ocio del sujeto, sino parte central de la formación del individuo en el sentido desarrollado por Schiller y los filósofos alemanes de inicios del siglo XIX. La ópera es, lo repito, cima y síntesis de toda la cultura de Occidente con el mismo nivel e importancia para la constitución de una sociedad que la que tiene la institución llamada Universidad: ésta la cima para la formación científica, aquélla la cima para la formación cultural y estética del sujeto. Lo dicho ilumina en qué sentido debe ir una real reforma de la ópera: se le debe considerar como una institución educativa superior de la importancia y peso de una Universidad, aunque, en la realidad, sus alcances son aún mayores. La Universisdad, en el concepto humboldtiano, es la institución que transmite y genera las más altas ideas para reducidos grupos que se especializan en alguna facultad. La ópera, como desarrolla Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Bloch, Adorno y otros, de modo igual que la Universidad, debe considerarse como institución educativa superior que transmite y genera las más altas ideas culturales siendo crisol al que confluyen las artes plásticas, la arquitectura, la tecnología, las artes escénicas, la danza y, sobre todo la música y la literatura que, consecuentemente, conlleva ideas filosóficas, estéticas, sociales, económicas, políticas y jurídicas. Pero la gran diferencia y lo que pone a la ópera en un peldaño de peralto mayor que la Universidad en su peso para una nación es que, ésta difunde sus conocimientos y genera conocimientos en reducidos grupos especializados en sus facultades, mientras que aquélla difunde y genera conocimientos para la sociedad en general.
Con base en estas ideas resulta entonces claro que la necesaria reforma de la ópera en México radica en un cambio de parámetros culturales, que destierre la idea de ver la ópera como un entretenimiento y lo considere una necesaria institución educativa superior. Esto conlleva, entonces, no sólo que se le dé el peso y el lugar que tiene la Universidad, sino que conlleva una reflexión sobre el proyecto educativo que se desea. Y tal debe obedecer, en primera instancia, a cumplir las necesidades educativas que dicte un proyecto de nación.
Como he dicho, el tema, para su cabal desarrollo, impone proporciones de tesis doctoral no realizables en este espacio. Pero la idea central se ha expuesto. Esto podrá sonar bien para algunos y en otros, no lo dudo, despertará resquemores, pero, lo cierto es que, allende reflexiones teóricas abstractas, en este momento, la crítica situación del caso impone también proposiciones prácticas. Y dado que considero que resulta estéril sólo criticar los empeños, ciertamente bienintencionados, presentados el 24 de abril, me permito hacer proposiciones concretas que, espero sean consideradas, evaluadas y perfeccionadas en la rudimentaria exposición que imponen las márgenes de un escrito de esta naturaleza.
En primer lugar, y desde el punto de vista práctico, se impone la realización de diferentes estudios. Dos deberán ser diagnósticos prácticos de la situación. Afortunadamente, tales ya se han realizado, aunque no han recibido la difusión y consideración necesaria. El primero se lo debemos a José Noé Mercado, quien, bajo el título Luneta 2, publicó en Cuadernos de El Financiero en 2013 un análisis de la situación. Los resultados son deprimentes, pero sirven para ver de cual pie cojea el asunto. El segundo es Diagnóstico de infraestructura cultural realizado en el año 2007 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. En tal se hizo el estudio de la situación física de un número significativo de teatros en la República. Con base en ese estudio se puede determinar cuáles recintos son aptos para la anunciada difusión de las producciones que realice Bellas Artes. La lectura de tal importante estudio resulta fundamental. Muestra que el país tiene una notable infraestructura que nunca se ha utilizado adecuadamente: en prácticamente todos los Estados de la República existe por lo menos un teatro, y en muchos casos varios, que cumplen con las condiciones necesarias o tras una intervención podrían cumplir con las condiciones necesarias para realizar la anunciada difusión de las producciones hechas por Bellas Artes. La situación debe ser motivo de alegría. Es este estudio realizado en 2007 y no considerado cabalmente en su enorme importancia, el que se debió presentar a la opinión pública como trabajo previo para la realización del proyecto de renovación de la ópera en México. Pero, por lo que se vio en esa presentación, las personas en cuestión desconocen un trabajo de tal importancia a pesar de que ese estudio es parte fundamental del empeño de renovación anunciado.
Habiendo establecido la existencia de la situación de la infraestructura física, y sabiéndose, gracias a sus resultados, lo que aun debe mejorarse de los teatros para su óptimo funcionamiento como recinto operístico, se impone la necesidad de realizar estudios económicos, logísticos, organizativos correspondientes. Pero para ello hay que tener clara cuál será la meta. En la forma como se presentó el proyecto resulta ser una ocurrencia disparatada sin ningún concepto: nadie ha reflexionado cuáles óperas se van a montar, cómo justificar cultural e históricamente en el contexto de la cultura mexicana la necesidad de la representación de justo esas óperas, o con qué recursos humanos, técnicos, económicos, organizativos y logísticos se cuenta.
Los estudios imponen, antes que nada, y aunque suene extraño, delimitar cuál es la función en la sociedad que se le adjudicará a la ópera. Los resultados serán muy diferentes si se le sigue considerando, como se ha hecho hasta ahora en México, un espectáculo, aunque se le califique “sin límites”, o, bien, se cambian de modo profundo los parámetros culturales y se le considera equivalente en importancia y peso en la sociedad a una institución Universitaria. En tal caso, la meta y el desarrollo será completamente diferente que la perseguida si se le sigue considerando un “espectáculo”.
Como he dicho, no resulta productiva la crítica si no va acompañada por proposiciones concretas. Por ello me permito hacer algunas de ellas, aunque, por supuesto, tales obedecen a una idea particular del tema y, nuevamente, deberán presentarse en la forma concisa que este medio impone.
Para ello se impone que explique cuál es mi idea particular al respecto. Y para ello, creo, resulta singular recordar una anécdota por demás penosa, pero ilustrativa. Al realizarse la Exposición Internacional de 1889 en París, cierto país sudamericano –evitemos la pena de recordar cuál- anunció que presentaría en la capital francesa una pléyade de artistas plásticos, que habían pintado obras con la misma calidad que los pintores europeos. El anuncio generó expectación en un medio no sólo euro, sino, ante todo, galocentrista. Al inaugurarse el pabellón correspondiente los críticos encontraron una colección de pinturas de indudable altísima factura, pero que todas ellas eran copias de obras maestras europeas. Es decir: sí se comprobó que había pintores en esa nación sudamericana con alta técnica, pero, la realidad fue, que nada de eso tenía valor porque todas eran copias de lo hecho en Europa.
El caso es significativo e ilustra la mentalidad latinoamericana del siglo XIX que, al respecto de la ópera, sigue vigente en México: la reproducción e imitación se considera un logro. A partir de esta historia quiero marcar que presupongo, para una renovación de la ópera en México, superar la mentalidad provinciana decimonónica existente en todos los directores de la Compañía de ópera (y una buena parte del público mexicano) que considera la copia como un logro cultural.
El proyecto de renovación de la ópera en México debe conllevar en primerísimo lugar el cambio de paradigma cultural y poner en el centro de la atención la ópera compuesta por mexicanos. Y para ello, como he dicho, la situación actual es más que feliz: en la actualidad existe el grupo más numeroso e interesante de compositores de ópera de la tricentenaria historia del género en México. No aprovechar la situación histórica excepcional que vive la creación operística mexicana será un error de consecuencias terribles. No hay argumento válido para ignorar la enorme creatividad que se vive y realizar un agresivo programa de encargos, publicación, estrenos y grabaciones.
Por otra parte, la misma penosa historia de las copias presentadas en París en 1889 no sólo se reproduce en la idea que se ha tenido de la ópera en Bellas Artes, sino que Bellas Artes pretende imponerla al resto del país. Es decir: será un error no fomentar la creatividad propia de cada región del país. De tal forma, si desde el punto de vista económico y desde el punto de vista del intercambio cultural entre las regiones del país es de saludar la difusión en el resto del país de las producciones realizadas por Bellas Artes, resulta que, para lograr una profunda reforma de la ópera en México, es de absoluta prioridad, como primer paso, la constitución de compañías de Ópera en cada Estado de la República, las cuales realicen sus propias producciones desarrollando y fomentando su propia creatividad. Afortunadamente, en este sentido, existen bases significativas: son varias las regiones, desde Sinaloa hasta Mérida, en que, buscando independencia del muy enfermo centralismo cultural, se han constituido compañías de ópera sin apoyo o con un apoyo mínimo de Bellas Artes. Su existencia constituye una oportunidad importante para lograr la radical reforma operística tan necesaria. Para lograr tal reforma se deberán integrar esas compañías de ópera, apoyarlas y establecer una coordinación entre todas ellas.
Con todo lo expuesto queda claro que, para lograr una verdadera reforma de la ópera en México no se necesita iniciar de cero, como lo pretende la ocurrencia anunciada, sino que existen muy importantes situaciones, que se deben considerar y coordinar. La existencia de orquestas en todas las entidades, la existencia de un inmenso número de cantantes en todo el país, la existencia de un sorprendente número de compositores, la existencia de teatros con recursos e infraestructura técnica, y la existencia de algunas compañías de ópera locales constituyen una materia de extraordinaria importancia que debe ser utilizada de modo inteligente por medio de una organización y coordinación. En una palabra: la pretensión de aquéllo denominado como renovación de la ópera en México y presentado el 23 de abril es, tal como se presentó, claramente una ocurrencia de adolescentes que pretenden arreglar el mundo sin haber salido nunca de casa. Éstos desfacedores de entuertos hacen ostentación de una ignorancia escandalosa de la real situación del país, y la cual conllevará un desperdicio de recursos económicos que no redituará más que en cuestiones de oropel, pero no en una real reforma estructural.
Ahora bien, a partir de tal situación hago una proposición que resuma todas las ideas expuestas hasta ahora y las lleve a un plan práctico.
1. En cada Estado se deberá apoyar la compañía de ópera existente o constituir una compañía de ópera en el caso de que no exista tal para que hagan sus propias producciones. Esto es una absoluta prioridad y fundamento para lograr una real reforma de la situación de la ópera en México. Debo subrayar que para el caso ya existe una cantidad de trabajo significativo realizado puesto que, en muchas partes, además de la existencia de teatros, existen las orquestas y pequeñas / medianas compañías de ópera, algunas con cierto apoyo y otras independientes que han estado produciendo en los últimos años diversas obras. Lo que se impone es la creación de compañías en los lugares donde aun no existen. Importante será la fundación de un órgano para coordinar la programación conjunta de todas las compañías y evitar que se repitan los títulos. El sentido de ello es lograr la diversidad, ampliación de repertorio y que cada producción sea llevada, rentada o vendida a otros teatros del país.
2. Cada compañía cumplirá con un esquema de presentar por lo menos tres óperas durante todo un año (y no sólo cinco funciones para los amigos del director o del cantante).
a. Una de estas óperas deberá ser mexicana, ya sea un estreno absoluto o un rescate y la cual deberá ser grabada.
b. La segunda ópera, también producida por la compañía, será del repertorio internacional. Para ello, considero importante que se alterne entre una ópera europea y una de algún compositor latinoamericano. El completo desconocimiento en México de la rica e importante producción operística latinoamericana es otra asignatura más que pendiente.
c. La tercera ópera será la presentación de una producción realizada en algún otro Estado. Para ello se deberá desarrollar un modelo que permita a cada Compañía vender / rentar las producciones propias con el incentivo que los recursos generados sean para la Compañía propia.
Este modelo tiene varias ventajas:
1. Fomenta la ópera mexicana;
2. Crea un enorme mercado de trabajo para artistas de todas las disciplinas evitando que tengan que huir del país como “espaldas-mojadas” intelectuales;
3. Permite un intercambio de ideas estéticas y culturales entre las diferentes regiones del país;
4. Permite que la inversión en la producción de una ópera sea amortizada por muchas representaciones en el lugar de la producción y en los destinos en que se realice el intercambio, renta o venta de la producción. Además tal producción se podrá utilizar por muchos años en gira por diferentes teatros.
5. Se constituye una amplia red de producción e intercambio intelectual y artístico en todo el país.
6. Conlleva una importante y muy necesaria descentralización de la actividad cultural;
7. Conlleva el desarrollo cultural y educativo de todo el país y no sólo del centro.
Esto es una primera reflexión con propuestas concretas para lograr un cambio en la catastrófica situación de la ópera en México. Las ideas aquí propuestas se deben desarrollar y completarse.