Opera-Musica Foto: Die Feen - Wagner - Théâtre du Châtelet, Paris - 04/2009(c) Marie-Noëlle Robert.
Thursday, March 31, 2011
L´enfant et les sortilèges la obra de Maurice Ravel que se verá en los Teatros del Canal fue presentada en el Teatro Real de Madrid
Bach Sei Concerti Brandeburghesi BWV 1046-1051- Lingotto Torino
Monday, March 28, 2011
I Vespri Siciliani - Ovvero il coraggio della verità - Teatro Regio di Torino
Recital de Plácido Domingo en Buenos Aires
La primera parte -planeada originalmente para el Colón- concluyó con la obertura de la ópera La forza del destino de Verdi, con la dirección orquestal de Domingo. Antes de iniciarla expresó encontrase muy emocionado, indicó que no se veía el final del público y recordó su debut en esta ópera en el año 1972 en el Colón. Finalmente dijo que quería darse el gusto de dirigir la orquesta del Colón justo en la ópera de su debut y poder estar el año próximo para festejar. La segunda parte -planeada con un contenido más popular- se inició con el dúo del segundo acto de Rigoletto de Verdi. Nuevamente Plácido asumió la cuerda de barítono y fue padre de Virginia Tola quien encanó a Gilda con delicadeza y agudos brillantes. Otra vez el tenor tomó el micrófono para expresar que las columnas del Teatro Colón son su orquesta y el coro, que los argentinos debemos estar orgullosos del teatro que tenemos y finalmente formuló votos para que los trabajadores se pongan de acuerdo con el teatro y con el gobierno para que se pueda abrir el Colón en esta temporada 2011. Luego tomó nuevamente la batuta para dirigir la Marcha Triunfal de Aida de Verdi, con gran desempeño del Coro.
Ya volcados a la zarzuela se escuchó a Virginia Tola en la Canción de Paloma de El barberillo de Lavapiés, verdida en perfecto estilo, el Coro de románticos de Doña Francisquita, otra vez a Plácido Domingo con Madrileña bonita de La del Manojo de Rosas de Zorozabal donde el tenor dio muestras de su perfección en este repertorio y a Virginia con una cautivante versión de ‘I Could have Danced all Night’ de My Fair Lady de Frederick Loewe. Formalmente el recital concluyó con una electrizante versión ‘No puede ser’ de La tabernera del puerto de Sorozabal con Domingo vuelto a la cuerda tenoril que pareció rejuvenecer veinte o treinta años en el brillo e impacto de su voz. Los nueve bises trajeron boleros, opereta y tangos -cantados con el acompañamiento de cuatro bandoneones- para concluir con ambos cantantes y la orquesta con El día que me quieras de Gardel y Lepera. Primero fueron ambos cantantes y el dúo de La Viuda Alegre, Virginia Tola desgranó Contigo a la distancia y el tango A media Luz, mientras que Plácido Domingo arremetió con Júrame, Bésame mucho, el tango Volver -vertido con conmovedores acentos rioplatenses- y la popular Granada. Ambos artistas juntos cantaron los tangos Mi Buenos Aires querido -acompañado por bandoneones- y cerraron junto a la orquesta con El día que me quieras, casi tres horas después de haber comenzado el recital. Aunque hubo que lamentar la ausencia de traducciones de los textos, algunos cortes en las pantallas gigantes y una amplificación poco brillante, fue una noche memorable con uno de los pocos cantantes de ópera que, gracias a su carisma, logró traspasar el ámbito de los teatros líricos para ser verdaderamente popular.
Sunday, March 27, 2011
Los Conciertos de Brandemburgo de Bach intepretados por la Accademia Bizantina en Turín - Lingotto Musica
Ballet Béjart Lausanne en el Teatro Auditorio Ciudad de Alcobendas (Madrid). Cuaderno de bitácora pasado y presente
ÉRASE UNA VEZ (IL ÉTAIT UNE FOIS): un coreógrafo fuera de serie, proteico, único, Maurice Béjart, que creó en consonancia con otros taumaturgos y siempre en armonía con todas las vibraciones del universo. El maestro de maestros, que en realidad se llamaba Maurice Berger, tenía un padre especialista en filosofía oriental, lo que habría de influirle a lo largo de su vida personal y profesional. Bailarin de joven, concibió su primera coreografía en Estocolmo, en 1950, una versión del tan revisitado “Pájaro de Fuego” de Stravinsky. Experimenta con la música electroacústica de Henry y Schaeffer y en 1959 retoma Stravinsky en una versión de “La consagración de la primavera” que hizo historia. El Ballet del Siglo XX, una de sus primeras creaciones, verá la luz en Bruselas y ejercitará su magia hasta 1987, cuando el artista se traslada a Lausanne y funda el Ballet homónimo en Suiza. Partidario de democratizar la danza sin que amortiguara su peso específico ni su trascendencia, con él bailaron Maya Pliséskaya, Alicia Alonso, Paolo Bartoluzzi o Marcia Haydée e interactuaron genios tan dispares y heterodoxos como el cineasta Federico Fellini o el diseñador Versace. Experimentó con toda la energía de las diferentes civilizaciones en cuyas fuentes bebió y por cuyos territorios paseó a la vez, las zapatillas, los maillots y las alas. JORGE DONN: Pareja sin igual, el dúo Béjart-Jorge Donn hizo historia y traspasó las fronteras del mundo de la danza, hasta que la muerte se llevó al bailarín argentino en 1992. Relación potente, creadora, Donn se transfiguró en su más complementario alter ego, estrenó y bailó durante años las famosas coreografías que Béjart en ocasiones había imaginado sobre todo para él: el “Bolero” de Ravel, que el realizador Claude Lelouch trasladó a la pantalla en “Les uns et les autres”,” Bhakti” (1968), “Nijinski clown de Dios” (1971), “Lo que el amor me dice” (1974) y “Adagietto” (1981) entre otras. Sus danzas griegas encandilaron al público madrileño hace décadas en el Palacio de los Deportes, en un despliegue de talento e incandescencia que algunos no hemos olvidado todavía y que experimentamos en su día como un regalo único, una ocasión para la memoria y el recuerdo. Puro Eros. Nada de Tánatos. Nada de Tánatos. Nunca más… MAINTENANT (AHORA): La propuesta actualizada del Ballet Béjart Lausanne que se presenta en Alcobendas es otra cosa. Otra concepción del cuerpo y del movimiento. Mucha técnica y esfuerzo, pero falta el antiguo esplendor. Sin embargo, una velada más que digna, llena de expectativas. Con un público entregado a teatro lleno. El programa incluye un Paso a tres de Elton(John)/Berg, un Paso a dos de “Tristán e Isolda” de Wagner, el “Song of herself” con música de Franz Schubert y Dafnis Prieto y “Le chant du compagnon errant” de Mahler. Después de la pausa, el “Étude pour une dame aux camélias”, con música de Chopin y finalmente “L´oiseau de feu” de Stravinsky, todas coreografías de Maurice Béjart. La dirección del ballet en estos momentos, como desde la muerte del maestro está en manos de Gil Román, que lleva a cabo un trabajo encomiable. Su primer encuentro con el coreógrafo francés tuvo lugar en 1979, en el Ballet du XXè Siècle y a “la inteligencia de la palabra aliada a la pertinencia de la mirada hacen de Gil Román más que un intérprete de talento. El Béjart Ballet Lausanne, entró en el Libro Guinness por los 160 mil espectadores que vieron “1789…et nous” en París y los 50 mil que ovacionaron a la compañía en el ““Ballet por la vida” en México”. Nos alegramos de verdad y…nos morimos de nostalgia.
Rachel Barton Pine, violinista clásica y rockera: El regreso de una super estrella a Chile.
Johnny Teperman
Temporada 2011 del Ballet Nacional Chileno (Banch)
Saturday, March 26, 2011
Un Werther en el Teatro Real de Madrid que plasma con toda su crudeza la ley materna
La muerte puede contarse de diferentes maneras y también la desesperanza y la crueldad de la condición humana. Una prueba de ello fue la ópera anterior producida en el Real, “Les Huguenots”, de Meyerbeer, donde hay una lucha por la supervivencia y un éxtasis evidente que subraya la vida. No es el caso de Werther, una obra más germana que latina, donde el personaje desde la primera escena lleva incrustada la señal de la desaparición física y el desaliento. Werther es la plasmación de una batalla sabida desde siempre, jugada y perdida. Los cantantes principales de esta función, Giuseppe Filianoti y Sonia Ganassi, desempeñan una labor ajustada y equilibrada y fueron muy aplaudidos por un público aparentemente sin fisuras. Sin embargo, pequeña la voz del tenor, un poco falto de aliento su trabajo escénico (está un periodo de tiempo inenarrable muriéndose de pie, seguramente para facilitar la emisión) y superior en la performance Sophie Koch sobre la intérprete del segundo reparto. Primaveral y refrescante dentro de lo tenebroso del libreto la jovencita Sophie en la voz y el alma de Auxiliadora Toledano. Muy en su papel castrador sin titubeos ni remordimientos el Albert de Ángel Ódena. Bien el burgomaestre de Jean-Philippe Lafont. Y el ideal de cualquier crítico: poder asistir a las funciones de los dos diferentes casts. La orquesta fue dirigida con elegancia y soltura y el coro de niños realizó bien su trabajo, aunque se echaba de menos en la propia partitura más creatividad, ya que su melodía navideña se repite al principio de la ópera y al final. El montaje de Willy Decker y el vestuario, poco favorecedor en general, acompañan una obra depresiva y falta de optimismo, con unos colores fríos y una puerta móvil que se traslada con monotonía de un lado a otro del escenario durante toda la representación. El blanco de la nieve que cae al final refuerza la sensación de claustrofobia y frío que los decorados plasman en planos inclinados, objetos abandonados aquí y allá, como las cartas de Werther a Charlotte, estrujadas y manipuladas una y otra vez por varios personajes. Todo duro y seco, como la intransigencia de la protagonista a plegarse a los deseos de su corazón y de sus vísceras, en contra de la voluntad todopoderosa del mandato materno, encarnado en un retrato de la progenitora que gestiona toda la dinámica de la obra desde el comienzo hasta el apagón definitivo del acto cuarto. Un arquetipo romántico, agónico este Werther que ha perdido todas las batallas, errante y solitario, alma abandonada de toda salida existencial a pesar de su luz interior. Romanticismo sin concesiones y modelo para tantos fanáticos y aficionados del desastre amatorio y emocional. Una ocasión excelente para contrastarse en lo afectivo. Ideal para los enamorados del amor y todo el territorio del castigo y la transgresión a la rigidez y la ambigüedad de sus leyes y sus reglas.
Giulio Cesare di Haendel - Teatro Alighieri di Ravenna
Giosetta Guerra
A dire il vero intrighi e vendette, affetti e passioni non sarebbero stati comprensibili senza la conoscenza della storia e senza il supporto della musica, visto che in scena tempi e luoghi dell’azione non rispecchiavano quelli della vicenda, mancavano i sopratitoli e gli ambienti non erano proprio definiti. In palcoscenico lo scenografo Michele Ricciarini ha posto un muro con sagome egizie (la cui base ogni tanto si apriva), una passerella orizzontale sopra una pedana verde nella prima parte e un enorme braciere pieno di non so cosa nella seconda parte. Il regista Alessio Pizzech ha spostato la vicenda in periodo coloniale (lo si è capito dalle sahariane indossate dai guerrieri romani), contaminandolo con aree geografiche ed etnie diverse (lo si è capito dai costumi femminili e da certi mascheroni in tenuta tribale che giravano attorno ai protagonisti), ha vagheggiato ambienti simbolici con proiezioni incomprensibili, dello scontro tra Romani ed Egizi ha rappresentato il momento iniziale con una rumorosa caduta di libri (bella idea) e quello finale con una distesa di cadaveri fra i quali si aggirava Cleopatra con flebo su sedia a rotelle (idea discutibile), ha ben assemblato gestualità e carattere dei personaggi, sempre armati di fucile o di pistola. Alla fine il regista è stato contestato. Cristina Aceti ha ideato costumi molto belli, di fogge e stili differenti, eleganti e colorati per le donne e per l’eunuco, austeri e a tinta unita per gli uomini (prima beige poi neri), Marco Cazzola ha dato le luci (a volte poco). Il gioco è stato invece comprensibile per via musicale e la perfetta macchina drammatica creata da Georg Friederch Haendel (compositore) e Nicola Francesco Haym (librettista) ha trovato il suo motore nella lettura di Ottavio Dantone, raffinato e rigoroso interprete della musica barocca, maestro al cembalo e direttore dell’Accademia Bizantina di Ravenna, il cui suono è sempre duttile e variegato pur nella sua densità e compattezza, e in una compagnia di canto specializzata nella musica del ‘700 e nella prassi esecutiva barocca. Tutte le arie hanno un’introduzione ed una chiusura orchestrale, che esprimono la poetica degli affetti, alcune arie di tutti i personaggi, tranne quelle di Cesare, sono state tagliate, forse per accorciare l’opera, che in questa versione dura già tre ore piene. La superba scrittura vocale e i virtuosismi canori non sono stati un problema per le voci femminili e per i due bassi, qualche appunto si può fare per i tre controtenori. Il contralto Sonia Prina ha un corpo vocale di rilievo, di timbro scuro, adatto per i ruoli maschili, una voce duttile, che le permette di saltare agevolmente dagli affondi gravi agli slanci acuti vigorosi attraverso la fittissima sillabazione del canto virtuosistico, una grande tecnica per cui il canto di coloratura e i tempi rapidi delle arie di bravura non le creano alcun problema.
Nel ruolo en travesti di Giulio Cesare, primo imperatore dei Romani, ha affrontato con padronanza i fitti vocalizzi di come “Presti omai l'egizia terra” (I atto), arie cadenzate e trascinanti come “Va tacito e nascosto” (I atto) con morbidezze nella voce e in orchestra e lo splendido suono vellutato del corno, arie molto sbalzate come “Al lampo dell'armi” (II atto), aria di vendetta velocissima, fitta di vocalizzi nei vari registri e volatine degli archi, il suggestivo dialogo col violino (“Se in fiorito ameno prato” - II atto) con suoni pastosi e bruniti, le larghe frasi dell’aria di dolore “Dall’ondoso periglio” (III atto) dall’andamento lento, con l’orchestra che insiste su arcate tristi e ripetitive, che ha affrontato con suoni pieni e morbidi e un bel suono fisso con la messa di voce. Scenicamente la Prina mostra un piglio maschio e sicuro. Il mezzosoprano José Maria Lo Monaco nelle vesti di Cornelia, figura dolente cui sono riservate le arie di dolore per l’uccisione di suo marito Pompeo, dotata di colore scuro e agilità vocale, ha esibito un bel timbro denso nell’aria molto lenta del I atto “Priva son d’ogni conforto”, belle frasi lunghe e sostenute per la lamentatio davanti alla testa mozzata di Pompeo, sostenuta da dense arcate in orchestra. Maria Grazia Schiavo (Cleopatra, regina d’Egitto, in abiti scollati di foggia indiana) è un bel soprano timbrato dagli acuti robusti e scintillanti e abbastanza agile (“Non disperar, chi sa?”), ha piegato la voce a suadenti mezze voci, a sbalzi, vocalizzi, espansioni acute vigorose, con giusto dosaggio del fiato (lunga aria di dolore “Se pietà di me non senti” II atto, con struggente accompagnamento orchestrale lento), ha esibito una delicata linea di canto con attacchi in pianissimo e messa di voce e slanci acuti misurati, ha eseguito a fil di voce il delicato recitativo “E pur così in un giorno” (III atto), che sfocia nell’aria di dolore “Piangerò la sorte mia” intramezzata da infocati slanci di furore. Riccardo Novaro (Achilla innamorato di Cornelia, generale egizio consigliere di Tolomeo), dotato di bella voce di basso, ampia e ben gestita (“Tu sei il cor di questo core”), si è destreggiato egregiamente anche nelle arie fittamente vocalizzate, come “Dal fulgor di questa spada” (III atto), e fa la sua bella figura in scena. Anche Andrea Mastroni (Curio, tribuno di Roma) ha una bella presenza scenica ed una corposa voce di basso dal bel colore.
Alterna la prestazione del sopranista Paolo Lopez nel ruolo di Sesto, figlio di Pompeo e Cornelia, che ha voce molto chiara non sempre ben gestita, deve rifinire la tecnica di canto e regolare il fiato negli slanci acuti. Nell’aria agitata con brio anche in orchestra “Vani sono i lamenti…Svegliatevi nel core” (I atto), ha esibito bei suoni fissi acuti, ma fiati corti e gravi vuoti o di petto, ha cantato bene le pagine lente, poco variate che si dipanano nel registro medio (“Cara speme, questo core” - I atto) e il duetto con Cornelia dolente e spianato “Son nato/a a lagrimar” (I atto), una sorta di lunga nenia con accompagnamento orchestrale struggente, ha esibito voce agile ma slanci poco controllati nell’aria moderatamente agitata anche in orchestra “L’angue offeso mai riposa” (II atto), ha gestito meglio il canto e il volume alla fine del II atto (“Seguirò tanto con ignoto passo…L’aura che spira”), nonostante una piccola scivolata nel grave. Tolomeo, re d’Egitto, fratello di Cleopatra, prima col mantello nero poi a dorso nudo e con dei collant neri lucidi da ballerino e le mani lunghe sul posteriore di Cornelia (“Sì, spietata, il tuo rigore” II atto), è stato appannaggio del contraltista Filippo Mineccia, che ha un mezzo vocale di bel colore pieno e di certo spessore, una linea di canto buona dalla zona media all’acuta, guastata in basso da orrendi suoni gravi fatti di petto (fortunatamente solo nel primo atto “L’empio, sleale, indegno”), ha esibito ha una bella espansione in alto, ma gravi appena sfiorati nell’aria abbastanza spianata “Domerò la tua fierezza” (III atto). Nireno, confidente di Cleopatra, è stato interpretato dal controtenore Floriano D’Auria, vocalmente un po’ fiacco, scenicamente perfetto negli abiti sgargianti di tipo arabo e petto nudo piuttosto in carne. Complessivamente ci è piaciuta.
Zaide singspiel incompiuto in due atti di Mozart - Musica Angelica, Los Angeles
La Forza del Destino de Verdi en el Teatro Regio de Parma
Después del poco éxito obtenido en su estreno en San Petersburgo el 10 de noviembre de 1861 con texto de Piave, y del benévolo consenso que tuvo en su estreno italiano en la Scala de Milán el 27 de febrero de 1862, con el de Ghislanzoni, La Forza del Destino ha sido repuesta por los teatros de opera mas importantes del mundo. En el Regio de Parma, con la realización del ecléctico Stefano Poda, encargado de la dirección artística, escenografias, vestuarios, coreografía y luces, creó un excelso marco que aun el riguroso publico de Parma demostró haber disfrutado al final de su primera función. Seria ardua la tarea de encontrar definiciones que se adecuen y describan de manera adherente y exhaustiva la genialidad de esta puesta en escena, mientras que es fácil hablar de visiones, sugestiones y emociones que salen de lo profundo, a la vista de la oscura escena, que fue tan sombría como el acontecimiento narrado. Las únicas interrupciones fueron los rayos de luces que cortaron la escena casi como en la cultura a la que hace referencia la leyenda, la luz divida descendió para intervenir sobre la humanidad terrestre. Las escenografias contienen símbolos de la suntuosidad y de la gestualidad de la liturgia eclesiástica en su momento de mas alta expresión y representación, que se realizó a través de una perfecta unión entre la narración y la partitura, envolviendo al espectador al punto que mientras iba aumentando el encanto sobre la escena, se convirtió en parte activa y creativa para formar parte de un todo. La obertura se inició con un escenario vacío y humo sobre la orquesta que encontró las celebérrimas notas que se convirtieron después en leitmotiv de la opera verdiana. La orquesta inició en un modo tranquilo, para después tomar el vigor dramático y recibir a Donna Leonora, que fue interpretada por Dimitra Theodossiu -quien debutaba el papel- y que bien calzada en el papel, presentó buenos dotes vocales sobretodo en el fraseo, en los largos solos, en los pianisimos y en los filados, soportados por una convincente interpretación dramática. Giuseppe Verdi, pensó que para esta opera cada personaje tuviera un rol bien definido y representativo evidenciándolo y caracterizándolo sin rechazar la envolvente espectacularidad de las obras para voces y el papel del coro que contribuyo a crear un fresco, pintado con todas las alternativas que da la vida. El primer dueto entre Leonora y Don Alvaro, ‘Dividerci il fato non potrà ’ con correcto uso del fiato, por parte de ella, y la participativa y agradable vocalidad del tenor venezolano Aquiles Machado, recibieron un buen consenso dando inicio a una representación de gran peso (en la velada en cuestión se hizo una grabación para DVD). Respecto al logró total de la realización es absolutamente necesario rescatar la genial contribución de Poda, que a excepción de la parte musical, firmó la totalidad de espectáculo. Con materiales sencillos de polietileno logró crear una reluciente y al mismo tiempo, tenebrosa ambientación de fuerte impacto visual y emocional, también utilizando solo un breve espectro de colores, que iban del gris perla al negro.
Fue eficaz la ubicación en el tiempo de la narración, valorizada por luces y sombras refinadas e incisivas que manejadas con sapiencia, se convirtieron en elementos protagonistas, asi como los vestuarios de telas quemadas y rasgadas. La Orquesta del Teatro Regio de Parma, dirigida por Gianluigi Gelmetti, que aun sin excavar constantemente en las profundidades dramáticas de la opera, dirigió en constante sintonía con los cantantes, al grado de obtener un buen resultado, participativo e integrado por todos sus elementos de la orquesta integrada por muchos jóvenes, quienes siguiendo puntualmente los gestos del director, captaron las atmósferas intimistas que la partitura impone. Ziyan Afteh quien posee el justo físico para el papel del Marques de Calatrava resulto activo al limite de la potencia de un papel breve pero determinante. Cuando Leonora arriba a la taberna vestida de hombre no se encontró a los habituales ebrios brindando, si no una representación coreográfica que con bailarines en riguroso color negro se movían en una moderna danza, y al limite del ‘mimo’ infundiendo elegancia a la escena, junto a la presencia del coro, que dirigido por Martino Faggiani, estuvo a la altura de la meditativa y evocativa situación. Las diversas intervenciones del coro prevén algunas voces solistas, las cuales fueron representadas con calidad. Los peregrinos, no tan encapuchados, estuvieron cubiertos de negro, como en las antiguas y tradicionales procesiones españolas, y se movieron lentamente portando estandartes negros, casi transparentes, movidas por un débil viento. Mariana Pentcheva como la gitana Preziosilla, supo mantener bien la escena en el ‘Rataplán” del final del III acto, que resulto ser autentico con un color apasionado y variado. Las paredes del palacio de Calatrava del primer acto, fueron colocadas a escena abierta, para construir el convento representado por una grande cruz en vertical, apuntando hacia lo alto para simbolizar que la luz ‘superior’ puede partir y alcanzar todo sin restricción alguna. Fue aquí donde Donna Leonora y el Padre Guardiano cantaron el dueto ‘Più tranquilla l’alma sento’ en el que la conmovedora Theodossiou estuvo en equilibrada sintonía con Roberto Scandiuzzi que proyectaba temor reverencial, con bello y profundo timbre de calibrada entonación. Los rayos de luces aparecieron, dejando que las sombras en la caverna de ermitaños, fuera iluminada por verdaderas antorchas que se consumían en escena.
Friday, March 25, 2011
Bajo las aguas, Rusalka en Bellas Artes
Por lo demás, la escena dispuesta para contar la historia como un cuento infantil no logró recrear del todo lo que pretendía. Una serpentina telar difícilmente logró el efecto acuífero y durante la mayor parte del tiempo parecía más un canasto de mimbre teñido de azul y no el marco de un lago. La dirección escénica de Enrique Singer presentó con coherencia y lógica la trama y las acciones, aunque naufragó en las escenas largas que componen la obra, ya que la monotonía de movimientos y la falta de una expresión nacida más del interior de los personajes cayó en un estatismo colindante con la aburrición. Si por algo los pasajes más lucidores fueron aquellas citas sergiovelianas de las ondinas del Rin y no sin estorbosos cables y arneses y dobles visibles. El rol protagónico fue encomendado a la soprano sueca Elisabet Strid, quien se desempeñó como una gran Rusalka, con voz cálida, bella y resistente, de técnica notable. Actoralmente no demostró nada especial, pero se convirtió en una de las mejores importaciones de los últimos años considerando esa tendencia oficial y algo malinchista de traer tantos cantantes equis del extranjero a nuestros escenarios. El tenor eslovaco Ludovit Ludha interpretó el papel del Príncipe y cumplió, pero poco más. Con una voz sin demasiado cuerpo ante el color orquestal de esta partitura, con mayor énfasis en la colocación del sonido que en su belleza o en la ortodoxia de su emisión, no estuvo a la altura de su ninfa acuática. Con mejores cualidades y un canto de mayor envergadura participó el bajo ruso Alexander Teliga como el Espíritu de las aguas. Las voces nacionales de Lucía Salas, Nieves Navarro y Edurne Goyarzu (Ninfas del bosque); Celia Gómez (Princesa extranjera), Antonio Duque (Guardabosques), Sandra Malika (Cocinero), Néstor López (Cazador) y Belem Rodríguez (la bruja Jezibaba), complementaron el elenco con participaciones en general muy destacadas.
Thursday, March 24, 2011
Comunicato esito Concorso Città di Bologna!
Monday, March 21, 2011
Intervista con Stefano Poda: regista teatrale, scenografo, coreografo, costumista e light-designer italiano.
Sig Poda, anzi Architetto Poda, di norma quando si parla di architettura si suole pensare agli interni od agli esterni di un edificio, mentre nel suo caso ritengo sia più corretto parlare di spazi. Infatti, fin dal primo allestimento –Traviata- ad oggi si è sempre proposto in qualità di regista, scenografo, coreografo, costumista, leight designer, ovvero quale totale realizzatore dello spazio dell’opera, ad esclusione della parte musicale. In un’intervista alla televisione italiana, durante la recente rappresentazione di ‘Rigoletto’ a Padova, lei si è definito un artigiano, ma se mi permette una battuta, direi un ‘artigiano dal multiforme ingegno”
…In realtà non ho mai saputo differenziare una professione dall’altra. Per me tutto ha a che vedere con tutto. Come nella vita. Ascolto la musica e la vedo, ne sento i sentimenti. Pertanto non potrei mai chiedere ad altri di realizzare ciò che vedo o sento. Mi sono fatto e formato a “modo mio”, fuori e lontano dal sistema, per cui non saprei neppure dire fino a che punto arriva la regia, la scenografia o la luce o meno la coreografia. Non sono uno regista/scenografo e neppure uno scenografo/regista. Ascolto la musica e creco di darvi corpo. Sin da bambino ho cercato di raccogliere maniere, forme, mestiere e manualità per riuscirvi. Per questo mi sento un artigiano. Così mi succede in sartoria quando cerco la forma del costume, taglio le stoffe, oppure le dipingo, le brucio, le sfilaccio per renderle materiche o scultoriche. Prima pensavo che bastasse dominare la drammaturgia o saper disegnare, poi mi son reso conto che non era neppure l’inizio, che bisognava saper operare direttamente sulla materia, poi (e questo soprattutto in anni recenti) ho dovuto pure superare una certa sfida tecnologica come per le luci. Ma la vera sfida consiste nel riuscire a trasmettere una forma di visione ad altre persone che poi la trasmettano al pubblico, ossia ai cantanti, ai danzatori, ai tecnici, ai realizzatori. E’ un metodo che mi sono formato da solo e che viene da lontano, che ha attraversato molte esperienze, molti Paesi, tante culture. Ogni esperienza, ogni incontro ha generato un piccolo “click”, una piccola-grande scoperta, capitale sul momento, relativa nel tempo. I passi sono stati lenti. Piccole conquiste che unite insieme marcano un cammino, una piccola evoluzione che è stato per me anche Werdengang. Prima è stato l’aspetto visivo, estetico, che però era innato e involontario, poi quello interno, quello sull’energia, che oggi è frose quello che più mi interessa perché è anche quello più misterioso, più ricco, più attraesnte. Per esempio è stato molto, molto importante la scoperta del Butho, ossia della “non-danza”. L’opera è un genere a sé, un genere per il quale mai si è elaborata una vera formula di espressione. Vi si è applicata prima la maniera del teatro di prosa, poi del cinema, ora quella del teatro di regia (che è pura intelligenza e con l’intelligenza tutto è possibile). Eppure nell’opera non parla, ma si canta. Tutto viene spinto ad un grado di astrazione che non è quello della vita sveglia. La musica, alla maniera del sogno, libera le catena del corpo e della mente: porta all’inconscio. Non è problema di facile soluzione mettere in relazione il conscio e l’inconscio. Viene da pensare che in un’epoca molto distante o primitiva, senza il riflesso condizionato di contaminazioni culturali, sarebbe stato più facile, perché la creazione rituale ed artistica era senza discontinuità, la poesia era canto, il canto incantesimo, il movimento era danza. Sensazione e riflessione dovrebbero in questo caso creare una coscienza-spazio temporale, non necessariamente mentale, ma capace di superare la contrapposizione astrazione-figurazione secondo una dinamica tra fisico e psichico, movimento e immobilità, vicina, per intenderci, alla dimensione del Butoh, che ha a che fare più con la meditazione che con il teatrodanza e che fa ricerca con la dilatazione della dimensione spazio temporale, in cui sono i ricordi, la memoria delle esperienze vissute fin dalla nascita che lasciano un segno indelebile a suggerire movimenti che rivelano, come per empatia, segni o tracce del vissuto di coloro che ne vengano in contatto. L’interprete non dovrebbe allora mostrare solo una verità ma, se l’unica verità è quella propria, profonda, diventare un catalizzatore o un tramite attraverso il quale lo spettatore si riconosca anche nella sua intimità dimenticata. Questa concezione è evidentemente molto diversa da quella in cui il corpo dell’interprete o del danzatore esprime un’emozione o un’idea astratta. La cosa importante non è trasformarsi in qualcuno o qualcosa, ma la metamorfosi in sé, il fatto che ci si trasformi. Una musica può essere danzata rappresentando un’immagine o un movimento che diventerà un’immagine o un movimento “esterno”, banale e di scarso interesse; ma se, al contrario, si mette la bellezza dell’immagine e l’emozione della musica che evoca dentro il corpo morto in regressione emozionale, senza necessità pleonastica di movimento descrittivo, allora l’immagine vincolata alla musica sarà unica e vera. Solo così anche il movimento sarà interno. Ovviamente una cosa è luce, altra è pazienza. Serve un lungo percorso di lavoro, un cammino di ricerca umile ed ostinata, che è ancora tutto da fare e che non sarà mai definitivo.
Le ambientazioni, le atmosfere che propone paiono sempre ispirate alle funzioni religiose, come anche nella sua ultima realizzazione in Italia, ovvero ‘La Forza del destino’ al Teatro Regio di Parma. E’ affascinato dalla scenografia liturgica?
Tutto è iniziato con la liturgia, dalla fascinazione straordinaria del rito. Ero molto, molto piccolo, ma l’incenso, quelle stoffe sontuose e mistiche consunte dal tempo eppure eterne, quell’esercizio del mistero liberarono subito la mia fantasia e mi fecero riconoscere immediatamente il mondo da cui provenivo e che non era purtroppo lo stesso degli altri bambini. Solamente che da bambino non capivo bene se la mia vocazione fosse mistica o appena estetica… Era qualcosa di strano. Eppure tuto è partito di là. Io sono nato a Trento e al Duomo si conserva tutto l’intorno del Concilio. Là mi rifugiavo perché non riuscivo a giocare e comunicare con i coetanei. Molto più tardi ho fatto “click”. E grazie all’opera, poi, il cerchio si è compiuto. Grazie alla musica, che libera il pensiero e le forze dello spirito. L’opera, intesa come sommatoria di arti – e non come dissociazione egoistica di ognuna di esse – sviluppa in maniera detonante questa facoltà della musica perché permette di accogliere in un’unica, inesauribile dimensione molteplici pensieri (sia liberi che necessari, sia volontari sia inconsci) che la musica comprende e sostiene tutti insieme, permettendo a volte la completa esperienza dell’opera d’arte.
Vorrei tanto che i miei spettacoli fossero fuori del tempo, “antichi”. Vorrei che mantenessero validità a distanza di anni. Per questo cerco sempre di non lasciarmi irretire dalle novità tecnologiche o dagli entusiasmi. Ho orrore della modernità apparente: quella interna non si riconosce mai come tale. Non dimentico che la partitura è eterna e che non esistono allestimenti definitivi. Ogni nuovo allestimento deve essere coerente con il tempo e con la sensibilità a cui si rivolge. Per questo cerco sempre di mantenere una corenza con il mio tempo che è e resta post-contemporaneo. La forma classica (mi riferisco al concetto greco) è e resta il supporto, l’appiglio, la nostalgia, la certezza prima della sua caduta.
Ogni artista ha un personale modo di firmare le proprie opere. Nel suo caso - quale firma - credo si possa pensare agli appesi, ai pulviscoli dorati, ai corpi seminudi aggrovigliati, alle sfere ed ai tagli di luce che assurgono a protagonisti. Quali significati o simbologie affida a questi elementi?
I simboli, spogli di significazioni e spaesati dai loro riferimenti semantici o da ogni rinvio metaforico, sono offerti in una poetica libera ed aperta per cui l’immagine non abbia necessariamente in sé, ma riceva da chi la fruisca un significato etico o estetico. Lo spettatore deve essere spettatore di se stesso. La messa in scena può allora funzionare come una sorta di strumento ottico che gli permetta di scorgere ciò che, forse, da solo non avrebbe potuto vedere in se stesso. Se la realtà da esprimere risiede non nell’apparenza del soggetto ma ad una profondità cui tale apparenza conta ben poco, il riconoscimento entro di sé, da parte dello spettatore, è prova di verità e viceversa. L’essenzialità, l’unica opera vera, non c’è da inventarla, in quanto esiste già in ognuno di noi, ma c’è da scoprirla. Se la messa in scena è innanzitutto “messa in pratica” e consiste nel rendere visibile la musica che è spirito senza corpo, la delusione è inevitabile, come quando incontriamo una persona di cui ci ha affascinato prima la voce o come quando vediamo un film tratto da un libro amato. Sempre ci si aspetta qualcosa di diverso. Quel che noi sentiamo della vita non lo sentiamo sotto forma di idee e quindi la sua traduzione letteraria o figurativa, cioè intellettuale, rendendocene conto, lo spiega, lo analizza, ma non lo ricrea, come fa invece la musica, in cui sembra che i suoni prendano l’inflessione delle sensazioni.
Nonostante l’arte figurativa dal Novecento in avanti si sia proclamata astratta, la pittura del secolo XIX prima e poi il cinema (sintesi dei linguaggi codificati del secolo XX) ci hanno riempito lo sguardo con immagini formali, a volte banali, che hanno abituato il pubblico ad una imitazione-interpretazione convenzionale del mondo, impoverendone la fantasia creatrice e lo spirito di pura percezione. Questa contaminazione “narrativa”, per cui tutto viene detto, mostrato, descritto, spiegato, o al limite simbolizzato, ha soffocato lo sviluppo della conoscenza “interna” che è scoperta di sé. Così lo spettatore si aspetta anche sul palcoscenico una cronologia conchiusa di eventi, di habitat, magari un rimando sentimentale vero e tangibile, verificabile o riconducibile al conforto dei riferimenti convenzionali. Quel che noi chiamiamo “realtà” è un certo rapporto tra quelle sensazioni e i ricordi che ci circondano simultaneamente – rapporto che sopprime una qualsiasi visione cinematografica, la quale appunto per questo tanto più si allontana dal vero quanto più pretende di aderirvi. Ovviamente lo spettatore non chiede tutto questo al compositore: è cosciente del fatto che è compito dell’autore impostare i destini umani e gli eventi secondo norme che valgono in ambiti poetici universali ed extratemporali, convertendo gli stessi in metafora anziché farne delle riproduzioni. Lo spettatore sa che la meta dell’autore è la rappresentazione della verità interiore e non della realtà esteriore. È veramente strano come oggi, in epoca post-moderna (termine usato non in contrapposizione al moderno ma designando la posizione di una cultura che, attraverso la memoria computerizzata, può muoversi su un territorio dilatato, senza frontiere spaziali e temporali), un secolo dopo il discorso indiretto libero ed il flusso di coscienza di Joyce e Proust, che avrebbero dovuto segnare un punto di non ritorno, ci si dimostri invece ancora così ancorati a leggi aristoteliche e griglie cartesiane che costituiscono un “hic sunt leones” da non varcare se non per gioco o per surrealismo, che è comunque una forma dissimulata di iperrealismo. La problematica della messa in scena d’opera e la sua evoluzione sono d’esempio. Il pubblico d’opera assume, molto presto in gioventù, con patto tacito, un codice che poi non discuterà mai più per il resto della vita: assurdamente accetta a priori di non lasciarsi disturbare dall’apparente attentato alla logica comune rappresentato da un genere in cui non si parla, ma si canta ed in cui i tempi musicali non coincidono con quelli reali, arrivando a situazioni estreme come quelle topiche dell’agonia esageratamente dilatata di un protagonista; o come altre più complesse quando nei concertati più personaggi e coro contrappongono contemporaneamente concetti differenti o formule reiterate, tutto in maniera assolutamente inintelligibile, per di più rese con modalità non necessariamente astratte ma realistiche. Reagiscono, forse, solo i bambini con spudorata innocenza. Eppure per il genere operistico non è mai stata elaborata seriamente e compiutamente una formula di rappresentazione pura e specifica: gli è stata applicata prima la convenzione del teatro di prosa, poi quella del cinema, più recentemente quella della drammaturgia forzosa che astutamente rende spiegabile e “attuale” un contenuto che non ha bisogno d’essere né compreso né modernizzato e che per genesi è già “altro”, al di là di qualsiasi moda e tempo. Persino le trasposizioni d’epoca e gli adattamenti – moderni in apparenza ma antiquati nella sostanza –, ostinandosi in giustificazioni narrative, non considerando che il mistero della vita e dell’arte consistente proprio nella non-comprensione, riaffermano ancora lo stesso vizio di fondo. Eppure sono tollerati perché i cambi restano alla superficie senza sfondamento interdisciplinare. Il pubblico, educato fin dal liceo a studiare le materie come discipline avulse tra loro, mai intercomunicabili, finge di scandalizzarsi ma si sente a salvo e non si accorge che quello che non funziona è ben altro.
Riandando ancora alla versatile completezza del suo lavoro, come nasce ‘l’idea’ ? è il risultato di una costruzione derivante dall’ esperienza o una sorta di folgorazione che si configura in una subitanea soluzione complessiva?
Lo ripeto sempre perché è la veità e così funziono. Faccio come il ladro con la cassaforte: appoggio l’orecchio e aspetto il click. In altre parole il processo è quello di neutralizzazione dell’intelligenza. Acosolo e riascolto la musica fino a quando ne riesco a cavare fuori l’immagine e la sensazione che poco a poco emerge dalla coscienza. Riconosco che non è facile liberarsi sempre dal condizionamento culturale. Mi succede a volte come i nomi che sfuggono in un lapsus… se ne afferra il peso, il volume, ma non la dimensione totale. Poi, all’improvviso, qualdo meno ce lo aspettiamo, ecco che succede il prodigio. Il merito non è nostro. Tutto è già stato fatto e detto. La messa in scena – ossia il dar corpo alla musica, che di per sé non lo possiede – dovrebbe avere come meta un ideale parallelismo dell’effetto spirituale, nella finalità ultima di cogliere la ragione in cui risiede l’universalità dell’opera d’arte. La via dovrebbe essere quella di facilitare la purificazione dello sguardo dello spettatore, offrendogli la forza motivazionale ed anche la spinta creativa su cui egli stesso possa lavorare con libertà, riscattandosi dal condizionamento di un’interpretazione imposta. Ecco perché l’interpretazione dovrebbe essere assolutamente autonoma o almeno non un “carcere”: non solo per l’interprete, ma anche o innanzitutto per lo spettatore. Se in tutto il suo passato, l’arte è stata un modo d’esperienza individuale, in una società a cultura di massa computerizzata, sembrerebbe un vizio antiquato e “romantico” aggiudicare a qualcuno la rivelazione di qualche verità interpretativa.
Sono molto di più di un appassionato d’opera. Ho dedicato la mia vita all’opera perché solo nell’opera ho trovato un senso. Mozart è l’autore che più amo e che meglio mi riesce perché non c’è niente da “risolvere” ed è tutto perfezione. Ma anche Verdi lo amo molto. Adoro Falstaff che ho fatto già cinque volte. Ma il mio amore per l’opera è partito da Wagner. Eppure il titolo che più amo è forse uno sola ed è quello che rifaccio sempre in almeno una scena delle mie produzioni. Non lo faccio a proposito, mi scappa di mano… me ne rendo conto a distanza.. L’ho fatto e rifatto tante volte che a questo punto sarei pure imbarazzato nell’affrontarlo e ci terrei troppo. Spero che quel titolo non arrivi mai.
Signor Poda La ringrazio per la Sua cortesia con un sentito ‘in bocca al lupo’ per il suo lavoro, con un arrivederci nuovamente in Italia, a settembre, a Torino per la prima esecuzione assoluta di ‘Leggenda’ di Alessandro Solbiati dove tornerà a collaborare con il Maestro Gianandrea Noseda.