Ramón Jacques
La ópera de Los Ángeles inició una nueva temporada, lo
que ya es motivo suficiente para celebrar, con un título emblemático como lo es
Il Trovatore de G. Verdi. Se trató de una función repleta de altibajos
que parecieron no corresponder a la emotiva ocasión, el retorno de la ópera
escenificada con público a la ciudad, ni al prestigio que ha adquirido lo
teatro a través de su corta, pero prolífica historia, que hoy lo ubican como la
cuarta compañía en importancia en Norteamérica, detrás de los teatros de Nueva
York, Chicago y San Francisco. Los nombres de reconocidos cantantes, algo
tan habitual en este escenario, en esta ocasión brillaron por su ausencia,
aunque es justo considerar los imprevistos y las limitaciones migratorias y de
viajes, a las que hoy deben enfrentarse los teatros de este país, que además
son autosuficientes y deben gestionar responsablemente sus recursos; y si bien
los cantantes que se presentaron en función realizaron un desempeño loable,
quedó la sensación de que vocalmente faltó mucho más. El papel de Leonora
fue encomendado a la soprano Guanqun Yu, quien careció de convicción
escénica y pasión, si bien su voz posee las cualidades suficientes para abordar
adecuadamente el papel, su tenue proyección en ocasiones fue opacada por la
densa orquestación. El tenor estadounidense Limmie Pulliam mostró
un grato color de timbre y una placentera musicalidad, y si bien exhibió
constancia de sus buenas cualidades vocales y artísticas, habrá que tener en
cuenta el desarrollo y maduración de su carrera de cara al futuro. En el
papel de Azucena la mezzosoprano Raehann Bryce-Davis, cantó con
intensidad y enjundia vocal, con una voz amplia, profunda y oscura en su color,
además de que actuó con convicción e ímpetu. El experimentado barítono
búlgaro Vladimir Stoyanov, en su primera aparición local, cumplió de
manera destacada tanto en el aspecto vocal como en el escénico, dando vida a un
arrogante y enérgico Conde de Luna. El bajo Vladimir Stoyanov también
sobresalió en escena dando vida a Ferrando, sin importar el papel que
interprete, este artista siempre sabe siempre sacar lo mejor y relucir
vocalmente. El resto de los cantantes cumplieron correctamente con sus
papeles asignados y el coro, bajo la dirección de su titular Grant Gershon,
se desempeñó con uniformidad y cohesión. Mención aparte merece la
orquesta del teatro, que bajo la conducción de su titular James Conlon,
a quien en días pasados se le extendió su contrato hasta la temporada 24/25, ha
adquirido solidez en todas sus líneas, se nota la mano del director quien, con
aparente facilidad, sabe extraer los momentos más intensos de la orquestación y
ha convertido a estos músicos en protagonistas de cada función y obra que aquí
se ofrece. La parte escénica de la función, diseñada por Louis Désiré,
pareció ser el aspecto menos convincente de la función, si bien tuvo momentos
visualmente atractivos como el final donde se combinan efectos audiovisuales
con fuego real en escena, los conceptos abstractos y simbólicos, o las tarimas
que subían y bajaban al fondo del escenario, como las paredes que se
recorrían de un lado a otro del escenario, o la caseta o especie de
prisión en el centro del escenario dentro de la cual cantan Azucena y
Manrico resultaron poco entendibles y poco en línea la trama de la obra.
Hay momentos en los que es necesario innovar e introducir nuevas ideas
escénicas, pero el teatro en ocasiones parece no comprender que gran sector del
público aún es conservador. La dirección escénica de Francisco Negrín
tuvo su dosis de sobreactuación y colocó a los cantantes en situaciones o
movimientos que parecían incomodarlos en detrimento del canto y la proyección.
Lo bueno es que esto apenas comienza, y la balanceada temporada continuará con
el regreso de una ópera Wagneriana a este escenario, además de más Verdi,
Rossini, Bach, óperas contemporáneas, recitales; y lo que se está convirtiendo
en una cita anual, la presencia de The English Concert, interpretando en
versión concierto óperas de Handel, y que en esta ocasión eligió Alcina.