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Foto: Ana Lourdes Herrera / Bellas Artes |
Luis Gutiérrez Ruvalcaba
En esta ocasión, el director de escena, Mauricio García
Lozano, enfocó su potencial creativo en el título que Da Ponte dio al libreto,
La scuola degli amanti. Don Alfonso y Despina fueron presentados como
profesores de un colegio al que asisten marionetas muy fáciles de manejar. El
maestro principal, Don Alfonso, fue como el que todos tuvimos alguna vez,
pedante y aburrido, en tanto que Despina fue la divertida, aunque un tanto
inepta, profesora a la que preferíamos. Los educandos fueron presentados como cuatro
alumnos iguales en todos los sentidos, si acaso diferenciados por su género.
Las parejas de enamorados no evolucionan hasta intercambiar sus intereses
eróticos, por supuesto empujados por las serpientes, Don Alfonso y Despina, que
envenenan la inocencia edénica con la que chicas y soldados inician la ópera.
Es como si la música sólo ambientara la ópera, y no describiera la evolución
psicológica de los jóvenes. El concepto, válido, de la escuela amorosa se quedó
corto al no llegar a la “graduación” de los estudiantes. La escenografía, muy
bien lograda por Jorge Ballina, es un aula en la que las paredes se modifican
conforme avanzan las escenas. De hecho, durante el segundo acto logra
representar la crisis al mostrar la inversión de los sentimientos de los
alumnos, mediante el cambio de arriba a abajo del aula, subiendo el techo al
suelo y colocando éste arriba. La expresión de esto es más clara en inglés pues
la escena es modificada lentamente hasta terminar “upside down” al final del
dueto entre Fiordiligi y Ferrando. En adición al escenario en sí, el aula se
enmarca en una especie de pizarrón en el que se muestra la acción como si
fueran lecciones cuyo objeto explícito en la presentación del director es
educar al público. El vestuario diseñado por Mario Marín presenta a las parejas
originales vestidas del mismo color durante toda la obra y la iluminación
diseñada por Víctor Zapatero es tan buena como siempre, destacando la de los
cuatro jóvenes durante el “È nel tuo, nel mio bicchiero” en el que ilumina a
los cantantes conforme se unen al canon. En mi opinión el concepto de la
producción es válido, aunque limitado pues anula las personalidades de los
“alumnos” y exagera las de los “profesores”.
Silvia Dalla Benetta encarnó a Fiordiligi. No puedo hablar
de sus cualidades histriónicas pues el concepto impide que las exhiba. Su rango
es suficiente, casi, para las exigencias del papel de Fiordiligi. Digo
suficiente pues sus notas bajas, la bajo el pentagrama en sus dos arias, llegan
a ser desagradables. Su agilidad es notable, pero carece de los trinos. Lo muy
atractivo de su actuación canora fueron su musicalidad y sus fantásticos messa
di voce, tan importantes en el papel. La joven mezzo Isabel Stüber tuvo una
destacada actuación como Dorabella y estoy seguro que la madurez que obtendrá
con la experiencia le permitirá lograr ser una buena cantante. Patricia Santos
fue una excelente Despina cantando con precisión y picardía todas sus
intervenciones.
La interpretación musical de los hombres fue también buena,
aunque hubiera sido mejor si Orlando Pineda, Ferrando, pudiese cantar, o
hubiese cantado, legato, lo que no debe faltar en la parte del personaje.
Armando Piña tubo una intervención precisa, demostrando una bella voz, aunque
sin controlar su dinámica. Jesús Suaste cantó bien el papel musicalmente poco
demandante de Don Alfonso –recordemos que la parte fue compuesta para Francesco
Bussani, cuya voz ya estaba en franco declive en 1790– a quien Mozart sólo
concede dos compases de lucimiento durante “Soave sia il vento”.
De las óperas de Mozart, ésta la que más números de
conjunto contiene. En muchas ocasiones los ensambles se oyeron “descuadrados”,
especialmente durante los tríos masculinos. Estoy seguro que dada la calidad de
los cantantes, estos números hubieran tenido un mejor resultado de haber sido
ensayados apropiadamente.
Este fue uno de los casos en los que el divertir al público
durante la obertura confunde el argumento, ya que Despina entra a corregir lo
que estaba escrito en un pizarrón colocado en el proscenio Così fan tutte, para
cambiar la última palabra por tutti, borrando la “e” y escribiendo una “i”. No
será sino hasta la décima escena cuando Don Alfonso la invite al claustro.
Pero, ¿a quién le importa esto?
En mi opinión, el coro tuvo dos problemas no atribuibles a
sus elementos; el primero fue presentarlo con muchos elementos, muchos más que
los usuales 12 o 16 cantantes, esto pudo ser una decisión del director huésped
Timothy G. Ruff Welch o del director concertador y el segundo fue su ubicación.
El coro del primer acto lo hicieron sentados en la sala entreverados con el
público, evitando el rol caricaturesco de quienes acompañarán a los soldados al
campo de batalla; cantan tras bambalinas durante la serenata, que es la escena
formal de la scuola degli amanti, en tanto que durante el inicio de la “boda”,
aparecen a los lados del escenario, cual si fueran curiosos llegando a ver la
ópera –algo así como los turistas que entraron a la sala durante la última
entrega de los Óscar; estas decisiones no agregaron, en mi opinión, un ápice de
significado a la ópera y sirvieron para que una gran parte del público
aplaudiera algo sin sentido. El desempeño del coro no fue malo, pero hubiera
sido mejor sin tantas ideas escénicas.
Lo más destacado de la noche, fue la labor de Ricardo
Magnus al clavecín. Mostró una variedad de adiciones a las notas del continuo,
entre las cuales pude apreciar el tema del primer movimiento de la sonata en la
K 330, lo que le dio una mayor propulsión a los recitativos. Ojalá Don Ricardo
regrese a “hacer” el continuo cuando sea necesario, de veras, ojalá. Srba Dnic tuvo un buen desempeño como concertador, aunque
en momentos sentí unos tiempos más lentos de los que creo son adecuados. Los
maestros que tocaron las maderas lo hicieron espléndidamente, no así los cornos
–tan importantes cuando la infidelidad es el tema principal– que en momentos
notables perdieron afinación. Los cortes fueron los usuales, el dueto de los soldados del
primer acto y la segunda aria de Ferrando “Ah lo veggio”; el corte de parte del
recitativo de Fiordiligi previo al del dueto con Ferrando fue, en mi opinión,
excesivo. En mi opinión, esta producción y la interpretación de esta
función fueron buenos, yo diría muy buenos comparados con el estándar de la
Compañía Nacional de Ópera durante los últimos tiempos. Ojalá hubiera sido más
ágil.