Foto crédito es de Patricio Melo
Joel Poblete
Un nuevo hito para agregar al listado
de óperas del siglo XX que en las últimas décadas ha estado incorporando a su
repertorio el Teatro Municipal de Santiago fue La carrera de un
libertino (The Rake's Progress), de Igor Stravinsky, que más de
seis décadas después de su debut mundial tuvo al fin su debut en Chile como
tercer título de su temporada lírica, en seis funciones con dos repartos, entre
el 20 y 28 de julio.
La obra se sintió muy viva y vigente
aún en la actualidad gracias a su sentido teatral, que tan bien supo reflejar
la atractiva y lograda puesta en escena de un equipo argentino comandado por el
director teatral Marcelo Lombardero, e integrado por Diego Siliano a cargo de
la escenografía, Luciana Gutman en vestuario y José Luis Fiorruccio en iluminación.
Los mismos responsables de Rusalka, el otro estreno en Chile que en
mayo inauguró la temporada lírica del Municipal. Pero a diferencia de ese
montaje, que incluía distintos elementos mezclando aciertos con algunas ideas
que no convencían por completo, en La carrera de un libertino el
resultado fue muy estimulante y positivo.
Como director de escena, Lombardero ha
estado desarrollando un valioso aporte en el Municipal, desde su primer montaje
en ese escenario, La vuelta de tuerca de Britten, en 2006. Ha
sido el responsable de otros memorables estrenos del siglo XX en Chile, como El
castillo de Barba Azul (2008), Lady Macbeth de Mtsensk (2009),
Ariadna en Naxos (2011), y en 2013 el notable estreno latinoamericano
de Billy Budd. Su versión de La carrera de un libertino sigue
ambientándose en Londres pero ya no transcurre en el siglo XVIII sino en algún
momento del siglo XX, o hasta se la podría ubicar en la actualidad; pero en
este caso la modificación funciona a la perfección, porque en esta historia hay
muchos elementos que se pueden hacer reconocibles en la realidad cotidiana
incluso hoy, en 2015, una época de innegable y desatado hedonismo y
consumismo.
Así, en la propuesta de Lombardero
-quien ya había abordado esta obra en 2009 en el Teatro Avenida de Buenos
Aires- en algunos momentos se usan teléfonos móviles y entre otras ideas ya no
vemos en la primera escena la casa de los Trulove, sino un campo de golf; el
burdel de la segunda escena ya es derechamente un sensual lupanar donde jóvenes
ensayan eróticos movimientos (la coreografía es de la chilena Edymar Acevedo),
bailan en el caño y hasta una de ellas hace un topless; en otros momentos, una
joven consume cocaína mientras el protagonista ve la revista Playboy o en otro
instante lee el Daily Mirror, y llega a un exclusivo lugar en un lujoso
automóvil mientras se ven manifestantes que protestan por la crisis económica.
Incluso hay guiños a los grabados homónimos del británico William Hogarth que
inspiraron a Stravinsky para crear esta pieza, que acá aparecen junto a
carteles de información del metro londinense, como anuncio publicitario de una
exposición en la prestigiosa Tate Modern. El lúdico espectáculo entretiene, es
fluido y dinámico, hace reír pero también conmueve cuando es necesario, y a
pesar de los cambios, es coherente con los temas que desarrolla la obra
original y lo que indica su moraleja en el final. Otro gran mérito para la
trayectoria en Chile de Lombardero y su equipo.
Y en el apartado musical los logros
también fueron contundentes en ambos repartos. Hace dos años en el ya
mencionado estreno local de Billy Budd fue uno de los pilares
del notable resultado, y en su regreso a Chile volvió a ser fundamental el
maestro británico David Syrus, quien desde hace cuatro décadas es Head of Music
de la Royal Opera House de Londres: al frente de la Filarmónica de Santiago,
dirigió una lectura matizada y atenta a todos los detalles, juegos estilísticos
y contrastes rítmicos y sonoros que desarrolla Stravinsky en su partitura;
además de funcionar muy bien como complemento de la propuesta teatral, nunca
descuidó a las voces. Excelente y oportuna fue además la contribución desde el
clavecín del pianista chileno Jorge Hevia.
Por su parte, los integrantes del Coro
del Teatro Municipal dirigido por el maestro uruguayo Jorge Klastornik, que
suelen destacar especialmente no sólo en lo musical, sino además en aquellas
oportunidades en que también pueden desarrollar habilidades escénicas, se
lucieron de manera notoria como actores y cantantes, particularmente en la
divertida escena de la subasta y en el conmovedor desenlace en el manicomio,
donde interpretan a unos expresivos orates.
El elenco internacional demostró un
excelente nivel general, destacando especialmente la pareja encarnada por el protagonista,
el licencioso Tom Rakewell, y su fiel y sufrida amada Anne Trulove,
interpretados por dos artistas que cantaban por primera vez en Chile. Como el
primero, el histriónico tenor estadounidense Jonathan Boyd exhibió un sólido
dominio como cantante y actor, siendo tan pronto simpático e ingenuo como
despreciable, oportunista y conmovedor; seguro en sus notas agudas como en el
resto del registro, su voz es dúctil, posee buena técnica y tiene un buen
manejo del volumen, así como de los adornos y agilidades que en algunos
momentos tiene su parte. Debutando en el rol, Anne fue la soprano australiana
Anita Watson, quien fue muy creíble como la virtuosa e inocente joven, y lució
una bella voz, cantando con seguridad, sensibilidad y delicadeza, conmoviendo
en el final con la dulzura de su tierna canción de cuna "Gently, little
boat", y sobre todo resolviendo muy bien uno de los momentos más hermosos
y atractivos de la partitura, pero también uno de los más exigentes: su gran
escena solista en el primer acto, "No Word from Tom", incluyendo la
luminosa sección rápida con que finaliza, "I Go to Him".
Encarnando al mefistofélico Nick
Shadow, otro debutante en Chile, el bajo-barítono estadounidense Wayne Tigges,
convenció más como actor que como cantante, ya que su voz, no particularmente
atractiva, es demasiado clara para el rol, aunque el artista se adapta bien a
sus requerimientos estilísticos y fue adecuadamente sarcástico en sus
intervenciones, y preciso en sus desplazamientos al entrar y salir a escena. La
mezzosoprano británica Emma Carrington también actuó por primera vez en el
Municipal, encarnando al que quizás es el rol más llamativo de la obra: Baba la
Turca, una excéntrica mujer barbuda. En la versión de Lombardero, se prescindió
de la barba pero de todos modos el look del personaje siguió siendo muy
especial, ya que parecía un travesti al que la artista interpretó con
desbordado y divertido desplante escénico, a lo que contribuyó su esbelta y
alta figura, mientras en lo vocal mostró buenas notas graves pero un volumen
irregular.
Otra mezzosoprano, la chilena Evelyn
Ramírez (quien en el segundo reparto, el llamado elenco estelar, fue también
una destacada Baba la Turca con diversos detalles de acertada comicidad),
cantó bien y fue muy convincente y sensual como Mother Goose, quien en este
montaje pareció ser una verdadera dominatrix. En otros roles también
contribuyeron el bajo-barítono argentino Hernán Iturralde, de sonoro y cálido
canto como Trulove, el padre de Anne; el tenor chileno Pedro Espinoza, en un
jocoso y bien cantado Sellem, encargado de la subasta; y en su breve
intervención en la última escena como guardián del manicomio, el barítono
chileno Pablo Oyanedel.
El elenco estelar también se mostró a
la altura de las circunstancias. El director residente de la Filarmónica de
Santiago, el chileno José Luis Domínguez, ofreció una lectura vivaz y sensible,
siempre atento tanto al foso orquestal y los numerosos detalles de la partitura
de Stravinsky, como además plegándose a lo escénico y a los cantantes. Y aquí
también destacó especialmente la pareja protagónica. Como Tom Rakewell, el
tenor argentino Santiago Bürgi mostró una voz lírica muy adecuada a este rol, y
en lo actoral convenció plenamente en el proceso de su personaje; y la soprano
chilena Catalina Bertucci, quien ya demostró excelentes condiciones como
cantante mozartiana en el Municipal -en Don Giovanni en 2012 y
el año pasado en La flauta mágica-, fue una notable Anne,
reflejando muy bien su candor y virginal pureza en escena y luciendo su hermosa
voz, cantando con sutileza y dulzura, sorteando sin mayores apremios su bella y
exigente escena solista del primer acto. Por su parte, con su habitual
desplante y seguridad escénica y un canto seguro y potente, el bajo-barítono
cubano-chileno Homero Pérez-Miranda se mostró divertido y adecuadamente
sarcástico en el personaje de Nick Shadow.