Foto: Patricio Melo.
Joel Poblete
Como los últimos títulos de ópera
presentados mientras aún es su director general Andrés Rodríguez (quien a fines
de este año dejará su cargo tras más de tres décadas de histórica gestión, para
ser sucedido por el francés Frédéric Chambert, actual director del Capitole de
Toulouse), el más tradicional y famoso "programa doble" regresó al
Teatro Municipal de Santiago, donde no habían vuelto a presentarse juntas desde
hace ya 25 años: la última vez fue en 1990, y si bien en 2010 abrieron la
temporada lírica, las funciones debieron realizarse en otro escenario, a raíz
de los daños causados en el Municipal por el terremoto de ese año en Chile. En
esa ocasión, la producción estuvo a cargo del director teatral italiano Fabio
Sparvoli, contando con escenografía de su compatriota Giorgio Ricchelli,
quienes convencieron mucho más en Pagliacci que en Cavalleria:
en esta última la escenografía era pesada y funcional y la dirección escénica,
que ambientaba la obra en los años 40 del siglo XX, no permitía disfrutar de la
belleza del preludio orquestal por culpa de distractores movimientos de los
campesinos, y no solucionó de manera satisfactoria la procesión de Pascua.
Quedó la impresión de que los resultados se habían visto afectados por el
cambio de escenario a un recinto más pequeño y reducido, idea que se acentuó
cuando Pagliacci estuvo mucho mejor, con una sencilla
escenografía más adecuada a las dimensiones de la escena, y una dirección
teatral más dinámica, detallista y estimulante, con momentos muy logrados, como
en la representación de la commedia del segundo acto.
Curiosamente, ahora que Cavalleria y Pagliacci estuvieron
vuelta en el Municipal con funciones entre el 29 de octubre y el 8 de
noviembre, como cierre de su temporada lírica 2015 y en la misma producción de
Sparvoli y Ricchelli, la impresión de la puesta en escena fue prácticamente la
misma en ambas obras, por lo que al parecer su efectividad no dependía en definitiva
del tamaño del escenario. Se reiteraron las falencias y debilidades de la
primera (en particular la plana escenografía de Cavalleria),
mientras la segunda consiguió convencer más a los espectadores por sus
resultados generales. Ambos artistas italianos han presentado excelentes
espectáculos en previas incursiones en el teatro santiaguino, como su brillante
y divertido Barbero de Sevilla en 2008 -que volvió a presentarse en
2013-, pero en conjunto su propuesta para Cavalleria rusticana y Pagliacci es
decepcionante y de escaso vuelo.
La iluminación estuvo a cargo del
prestigioso director y diseñador teatral chileno Ramón López, quien
habitualmente destaca por su sutileza, pero en esta ocasión, tal vez por
directa indicación de Sparvoli, las luces ofrecieron cambios muy bruscos y
acentuados, por momentos exagerados y a veces en una misma escena,
particularmente en Cavalleria. Al menos el vestuario del chileno
Germán Droghetti fue muy acertado.
La Orquesta Filarmónica de Santiago
estuvo dirigida una vez más por su titular, el maestro ruso Konstantin
Chudovsky, muy presente en la temporada lírica de este año, al dirigir el
estreno en Chile de Rusalka, y regresar para Madama
Butterfly e I due Foscari. En las dos primeras lamentamos
su tendencia a tapar a los cantantes con el sonido orquestal, pero en la última
había desarrollado un mejor equilibrio entre las voces y el foso;
desafortunadamente en Cavalleria otra vez la masa sonora
tendió a cubrir a los intérpretes, y a menudo se hicieron notorios desajustes e
imprecisiones de ritmo entre éstos y la agrupación, aunque de todos modos
el lirismo y la pasión de la partitura estuvieron presentes, y la Filarmónica
ofreció una buena versión del inmortal "Intermezzo". Mucho mejor fue
el resultado musical en Pagliacci, donde se manejaron más
adecuadamente los matices y contrastes orquestales.
En Cavalleria tampoco
ayudó mucho que los dos protagonistas, interpretados por cantantes debutantes
en Chile, estuvieran notoriamente por debajo de lo esperado en este
título. Por look, encarnando a Santuzza la soprano rumana Cellia Costea en
verdad parecía una sufrida mujer siciliana, pero su actuación fue distante y en
lo vocal, si bien exhibió un volumen generoso, su afinación fue imprecisa, o al
menos la emisión de algunas notas no pareció adecuarse a la partitura. El tenor
ruso-armenio Khachatur Badalyan, quien en un principio cantó una buena
"Siciliana" fuera de escena, no estuvo a la misma altura el resto de
la ópera: tiene buena presencia escénica y una voz de grato timbre, pero muy
reducida en volumen y algo justa en las notas agudas, por momentos su canto
también pareció limitado en el fiato, y como actor tuvo un desempeño rígido y
discreto, que no consiguió la esperada emoción en la efusiva despedida de su
madre.
Pero el resto del elenco funcionó
mucho mejor. Al igual que en las funciones de 2010, cuando debutara en
Chile, el barítono ruso Roman Burdenko interpretó los principales personajes
para su registro de ambas óperas, y nuevamente el resultado fue muy
positivo: en esta primera obra fue un recio y adecuado Alfio, pero fue en Pagliacci donde
en verdad se lució, como el payaso Tonio, de acertada actuación y canto, buena
proyección vocal y seguridad en sus atenoradas notas agudas; su excelente
interpretación del bello y conmovedor "Prólogo", cantado delante del
telón del escenario y presentando a los protagonistas de la obra, fue muy
aplaudida por los espectadores. Y quienes también cantaron muy bien en Cavalleria fueron
las intérpretes chilenas de dos roles secundarios, pero importantes en la
trama: la mezzosoprano Gloria Rojas como una coqueta Lola, y la contralto
Claudia Lepe como una Mamma Lucia de sonoro y rotundo canto y creíble
caracterización teatral.
Afortunadamente, la velada logró
encontrar un equilibrio en su segunda parte, ya que los elementos en Pagliacci se
combinaron mucho mejor, convenciendo y entusiasmando al público. Acá sí hubo
emoción y adecuada intensidad dramática, y lo teatral fue más fluido y
efectivo, a lo que ayudó especialmente el buen desempeño de los cantantes
principales, partiendo por el tenor argentino Gustavo Porta, quien debutó en el
Municipal encarnando a un creíblemente dolido y humano Canio, de lograda
actuación, canto apasionado y bien manejado, buenas notas altas y emisión
segura, que como era de esperar tuvo un gran momento en su célebre "Vesti
la giubba". A su lado, la soprano chilena Paulina González fue una vivaz
Nedda, de canto dúctil y bien proyectado y un desenvuelto despliegue escénico,
además de brillar en el hermoso dúo junto a su amante Silvio, encarnado con
convicción juvenil por el barítono ruso Alexey Lavrov, de atractiva voz, buen
volumen y proyección. Y además del ya mencionado Burdenko, el resto de la compañía
de payasos contó con un simpático y bien cantado Beppe a cargo del tenor vasco
Mikeldi Atxalandabaso.
En el segundo reparto, el llamado
elenco estelar, el nivel de los cantantes fue mucho más parejo y
satisfactorio entre ambos títulos, lo que incidió en una Cavalleria más
efectiva e incluso emotiva. Un buen aporte en lo musical fue la batuta del
maestro chileno José Luis Domínguez, director residente de la Filarmónica de
Santiago, quien condujo a la agrupación con acertadas cuotas de pasión e intensidad
dramática, en especial en arrebatadoras versiones de los conmovedores
"Intermezzos" de ambas óperas. Por momentos parecía que el volumen
orquestal era demasiado arrollador, pero Domínguez logró mantener los
equilibrios, sin descuidar a los cantantes ni tampoco las sutilezas y múltiples
detalles de las partituras. Y en ambos elencos, a su ya buena actuación
en Cavalleria, el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge
Klastornik, unió un espléndido desempeño vocal enPagliacci, mucho más
logrado además en lo teatral, convenciendo plenamente como alegres y
entusiastas campesinos, muy bien acompañados en el escenario por un eficaz
grupo de artistas circenses que realizaron vistosas acrobacias.
Pero fueron los solistas quienes
despertaron un mayor y más sostenido entusiasmo en el público. De partida, en
este reparto dos cantantes asumieron el desafío de interpretar roles en ambas
óperas: el tenor chileno José Azócar y el barítono argentino Fabián Veloz, los
mismos que ya se lucieron el año pasado compartiendo escena con sus
interpretaciones en el elenco estelar del Otello de
Verdi.
Con su habitual lucimiento vocal, el
tenor cumplió muy bien, en particular como un Turiddu de impulsivo canto: si
bien su "Viva il vino spumeggiante" fue más justo y discreto de lo
esperado, destacó en la "Siciliana", en el dúo con Santuzza y muy
especialmente en su despedida de su madre, de entrega mucho más conmovedora que
su decepcionante colega en el elenco internacional; como Canio en
"Pagliacci" (rol que ya había cantado en las temporadas 2003 y 2010
del Municipal), quizás cierto cansancio luego de cantar la ópera anterior
hizo que estuviera menos brillante, pero de todos modos su oficio en el rol y
el siempre contundente material vocal le permitieron conformar una convincente
actuación. Pero quien en verdad estuvo formidable fue Veloz, quien tal vez
ofreció los desempeños más completos de este segundo reparto: si el año pasado
ya había llamado la atención con su Iago enOtello, ahora confirmó sus
sólidos recursos vocales y actorales con su interpretación en ambas óperas, en
especial en su memorable y despechado Tonio, con un "Prólogo" que le
permitió lucir cómodamente su atractivo y sonoro timbre de barítono y sus
espléndidas notas agudas.
Y las protagonistas femeninas de este
elenco también tenían mucho que ofrecer. Santuzza en Cavalleria fue
la mezzosoprano brasileña Ana Lúcia Benedetti, quien debutó en el Municipal e
interpretaba por primera vez el personaje; creíble en escena, cuenta con una
voz de impresionante caudal sonoro, que reluce especialmente en las notas
altas, y aunque aún debe manejarla mejor cuidando y perfeccionando algunos
detalles, así como trabajar más la zona media, de todos modos es una cantante
prometedora que ofreció una muy buena caracterización de su atormentado rol. Y
en Pagliacci, Nedda fue la soprano española Carmen Solís, quien
también cantaba por primera vez la parte y volvía al Municipal pocos meses
después de debutar en ese escenario causando una excelente impresión y
recibiendo merecidos aplausos con su lograda Madama Butterfly en el elenco
estelar; en esta segunda incursión en el teatro, reafirmó que es una cantante
expresiva y sensible, de atractiva voz muy bien administrada, así como una
actriz instintiva. Junto a ella, el barítono chileno Patricio Sabaté fue un muy
logrado Silvio, papel que ya abordara en 2010; y por su parte, el tenor chileno
Sergio Jarlaz fue un Beppe vivaz, seguro y de agradable timbre.