Foto: Scott Suchman
Ramón Jacques
Georg Friedrich Händel (1685-1759)
compuso su oratorio en lengua inglesa El
Mesías, HWV (Messiah) en 1741, que fue escuchado por primera vez en Dublín
el 13 de abril de 1742 y apenas un año después en Londres. A pesar de sus 284
años de existencia, es la obra de música antigua que se programa con regularidad
como parte del repertorio y las temporadas de las orquestas sinfónicas,
curiosamente no tanto por las agrupaciones especializadas en la ejecución de
música barroca quienes la ejecutan muy poco, especialmente en festivales. El texto de la obra fue realizado por Charles
Jennens (1700-1773) quien además de ser mecenas de las artes, fue un frecuente
colaborador de Handel en la elaboración de los libretos de diversos de sus
oratorios. Las fuentes que utilizó para
la realización del libreto provienen de la biblia del rey Jacobo (King James Bible) y del salterio de la
biblia Coverdale (Coverdale Salter) y aunque su contenido parecería más apto
para la época de la cuaresma, la ejecución del Mesías, especialmente por parte
de las orquestas sinfónicas estadounidenses, se ha convertido en una tradición de
las fechas decembrinas cercanas a la navidad.
Una de las orquestas más importantes del país por su alto nivel, pero que
sin embargo no cuenta con el reconocimiento que debería, es la National
Symphony Orchestra, cuya sede es la sala de conciertos del Kennedy Center de
Washington D.C. La ejecución de este
concierto dejo tan grata impresión y sensaciones que la considero como la mejor
versión que he escuchado del conocido oratorio de Handel. El éxito provino principalmente de haberle encargado la
conducción a la directora francesa Laurence
Equilbey, profunda conocedora del repertorio coral y del repertorio de
música antigua, por algo su coro Accentus es considerado uno de los mejores, al
igual que su orquesta Insula. Aquí Equilbey ofreció una versión distinta a lo
que normalmente se acostumbra escuchar con las orquestas sinfónicas, quienes
solo incorporan un par de instrumentos, y no buscan apegarse a encontrar un
sonido históricamente más informado. La
formación de Equilbey redujo la cantidad de músicos, particularmente los violines,
sobre el escenario, a la que incorporó un sólido y variado bajo continuo con
clavecín y órgano, sin faltar los metales, con la idea de crear una sensación
más íntima, dinámica y ligera al sonido que emanó de la orquesta. Se notó la dedicación y atención que la
directora prestó al coro: University of Maryland Concert Choir, cuyo director
es Jason Max Ferdinand; el coro
profesional que habitualmente acompaña a la orquesta; y cuyo detallado trabajo
lo colocó como un sobresaliente actor en cada una de sus vibrantes
intervenciones. No se puede dejar de
mencionar la emocionante ejecución que este coro regaló del famoso ¡Hallelujah! (Aleluya) que como todas las ocasiones
que se escucha en los conciertos de la obra en este país se hace con todo el
público de pie, algo que aquí pareció más como a una expresión o plegaria de
esperanza ante los retos que plantea esta vida, seguida de una tumultuosa
explosión de júbilo. Los gestos y movimientos de dirección de Equilbey
parecerían más apegados a los de un director coral, que en realidad lo es, pero
mosteó adhesión y profundo conocimiento de la obra, que tan solo en el mes de
diciembre dirigió una docena de veces por diversas latitudes, hizo que
encontrara el balance adecuado y preciso entre todas las fuerzas artísticas a
su cargo. Su énfasis y detallado enfoque
en la expresión del texto y la palabra cantada fue otra de las cualidades que
la directora marcó sobre esta ejecución, y los músicos entendieron y
respondieron de manera brillante y la tersura que se requiere de las cuerdas,
el bajo continuo, y de los metales como la trompeta, en el aria para el bajo “The trumpet shall sound” El
elenco de solistas tuvo un buen desempeño destacando a la soprano Robin Johannsen, reconocida
especialista en el canto barroco, quien cantó con dulzura, brillantez, buena
coloración y emisión, en cada una de sus intervenciones que contienen las arias
más handelianamente operísticas de
todo el oratorio, si se permite el calificativo, como: “Rejoice, greatly” y “I know that my Redeemer liveth” o el aria
“How beautiful are the feet” en su
versión original de 1741, rara vez escuchada que incluye la parte “Their sound gone out” El contratenor Christopher Lowrey, también con una carrera enfocada en el mundo de
la música antigua, mostró buenas cualidades vocales, su voz sonó fluida y muy
ornamentada, a pesar de cierta estridencia que se notó en las notas más agudas
de su registro. Adecuado también estuvo
el tenor Aaron Sheehan, muy adaptado
a las condiciones y al estilo de canto, con un timbre colorido, placentero y musical.
Finalmente, el barítono Jonathon Adams
delineó sus notas con cierta velocidad y un sonido cavernoso que por momentos
pareció cantar fuera de estilo y ritmo.
La National Symphony Orchestra, cuyo titular es actualmente el maestro Gianandrea Noseda, también director
musical de la Ópera de Zúrich, cuenta con una interesante agenda dentro de la
actual temporada, que la llevará de gira por diversos países de Europa con
presentaciones en importantes escenarios como el Teatro alla Scala de Milán, la
Philarmonie de Berlín, entre otros, además de la ejecución en su sede en
Washington DC de la ópera Otello de Verdi, en versión de concierto.