Foto: Patricio Melo / Teatro Municipal de Santiago
Joel Poblete
Luego de la reposición en septiembre del exitoso montaje de Turandot del ya fallecido régisseur y diseñador
argentino Roberto Oswald, que se ha presentado en diversas ocasiones en ese
escenario y otros teatros latinoamericanos -y en el que en esta ocasión la
soprano chilena Paulina González fue la figura más elogiada y aplaudida gracias
a su Liú-, la temporada lírica 2014 del Teatro Municipal de Santiago está
llegando a su fin con su último título, La
flauta mágica, de Mozart, que se está presentando desde el pasado 29 de
octubre.
Indudablemente una de las partituras más queridas y populares del repertorio
operístico universal, cada nueva presentación siempre concita atención y
expectativas en el medio musical. Y en su regreso al Municipal, donde no se
escenificaba desde 2007, significó un importante debut para la directora de
escena chilena Miryam Singer, una de las figuras más significativas del ámbito
lírico local, habitualmente elogiada y premiada por producciones que han
incluido los estrenos en Chile de piezas como el Orfeo de Monteverdi y Der Kaiser von Atlantis de Ullmann.
En rigor, no era la primera vez que Singer es parte de una producción de ópera
en ese lugar: primero destacó ahí como soprano en los años 80 y 90, y fue
precisamente ahí donde debutó como directora teatral, hace ya dos décadas en Così fan tutte, otro
título de Mozart, compositor que permite a la artista desarrollar sus mejores
herramientas, con ingenio y haciendo verdaderos milagros desafiando los
presupuestos reducidos. Pero este sí era su debut en la temporada lírica
oficial del Municipal, justo con una partitura con la que ha estado asociada
durante años, tanto en su etapa como cantante como también a través de
aplaudidos montajes que han incluido una gira por su país.
En sus puestas en escena Singer suele encargarse no sólo de la régie, sino
además de la escenografía y vestuario y de la supervisión de las imágenes
virtuales que elabora un equipo audiovisual encabezado por Erwin Scheel, y así
fue también en esta Flauta
mágica. En general es una producción tan juguetona y llamativa como
requiere este título, que funciona como cuento de hadas para toda la familia,
pero también como alegoría social, humanista e incluso religiosa y
política. Como es habitual en sus trabajos, la propuesta mezcla algunos
elementos físicos de escenografía -muy lograda la primera aparición de la Reina
de la Noche- con la proyección de imágenes que ilustren y acompañen lo que pasa
en escena. Este último aspecto, que tan bien ha funcionado en otras
producciones dirigidas por ella de La
flauta mágica, no convenció por completo en determinados segmentos (como
las criaturas que bailan al son de la flauta mágica, un instante habitualmente
adorable y efectivo que acá no tiene mucho impacto), aunque algunos momentos
estuvieron resueltos de manera eficaz, como la pirámide que se va desplegando
durante el aria de Sarastro "In diesen heil'gen hallen".
Lúdico y muy colorido, en lo escénico el montaje recicla algunas ideas ya
vistas en otras presentaciones dirigidas por Singer y mezcla estilos, épocas y
tendencias visuales, algo que no es grave al tratarse de una obra que permite
diversas lecturas en un marco fantástico que no tiene límites fijos totalmente
definidos, lo que a menudo se presta en otros escenarios para muchos desbordes
y excesos kitsch, aspecto que acá en general fue bien resuelto, salvo
ocasionales arranques que pueden no ser del gusto de toda la audiencia, o en el
poco lucido vestuario, quizás el elemento menos acertado de esta puesta en
escena, que al menos se ve beneficiada por el sólido aporte de Ramón López
desde la iluminación. En definitiva es una puesta en escena efectiva, en
especial para quienes nunca han visto esta ópera, pero no entusiasma o convence
si uno ya la conoce, quizás porque no transmite un sentido de unidad y fluidez
como concepto teatral o en sus elementos visuales.
El apartado musical fue en buena medida mucho más convincente y logrado que lo
escénico. En la versión del elenco internacional, el director titular de la
Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin Chudovsky, volvió a
demostrar su eclecticismo en ópera -el público santiaguino lo ha visto
dirigiendo títulos de Mussorgsky, Rossini, Verdi y Janáček- en una lectura no
demasiado inspirada o incisiva, pero de todos modos correcta y eficaz. Contó
con un buen reparto, en el que brilló especialmente la espléndida Pamina de la
ascendente soprano alemana Anett Fritsch, quien posee una hermosa voz, unida a
una buena técnica y presencia escénica, lo que le permitió destacar en su
conmovedor "Ach, ich fühl's" y en el cuarteto con los genios. También
estuvo bien el tenor Joel Prieto, de regreso en Chile luego de su Beppe en Pagliacci en 2010;
excelente cantante y adecuado actor, Prieto fue un excelente Tamino, muy bien
afiatado con sus colegas y de especial lucimiento en "Dies Bildnis ist
bezaubernd schön". El estadounidense Adam Cioffari, quien ya tuviera un
rol secundario en el Municipal el año pasado en el estreno latinoamericano de Billy Budd, fue ahora un
Papageno simpático y encantador como dicta la tradición. Y el bajo coreano
In-Sung Sim, quien cantara en el Municipal en el Attila de 2012, volvió a ser un convincente y
sonoro Sarastro en Chile, personaje que ya encarnara ese mismo año en el Teatro
del Lago de Frutillar, en el sur de ese país.
Aunque sólo aparece en escena en tres ocasiones durante la obra, es habitual
que el rol de la Reina de la Noche, patrimonio de las mejores sopranos de
coloratura, se convierta en el más aplaudido de la función, gracias a sus dos
demandantes arias. Lamentablemente, en su debut en Chile, aunque exhibió un material
vocal con potencial, la soprano estadounidense Jennifer O'Loughlin tuvo severos
problemas en ambos números musicales, si bien mejoró algo en las funciones
posteriores. Sin ser extraordinaria, y aunque
las comparaciones siempre son odiosas, no se puede dejar de reconocer que en el
segundo reparto, el llamado "elenco estelar", la brasileña Caroline
De Comi fue mucho más satisfactoria en el personaje, y aunque también tuvo
algún ocasional problema fue más efectiva en sus notas agudas y agilidades.
Dirigido por el chileno José Luis Domínguez en una lectura coherente y que
en más de un momento pareció más adecuada y vital que la del elenco principal,
este segundo reparto también tuvo como figura más sólida a la intérprete de
Pamina, en este caso la estupenda soprano chilena radicada en Alemania,
Catalina Bertucci, de bella voz y delicada y convincente en lo actoral, quien
cantó con sensibilidad y sutileza. Muy cerca estuvo también el divertido y
adorable Papageno del siempre notable barítono chileno Patricio Sabaté, quien
como era de suponer logró conquistar al público con su canto y
actuación, muy bien apoyado por la Papagena de la soprano Jessica
Rivas. Por su parte, como Tamino, el tenor chileno Exequiel Sánchez cuenta
con buenos medios vocales y actúa con convicción, pero aún debe trabajar más su
voz, en especial la emisión de las notas altas. Y encarnando a Sarastro, el
habitualmente excelente bajo-barítono chileno David Gáez tuvo un desempeño
menos brillante que en otras óperas: alcanzó las notas graves del rol, pero
pareció incómodo en más de un momento (además de acelerado en algunos pasajes),
la proyección y volumen de su voz fueron más irregulares que en otras ocasiones
y no consiguió transmitir por completo la nobleza y serenidad de su personaje.
Además de los artistas ya mencionados, tanto en el
elenco internacional como en el estelar se contó con el valioso aporte de
cantantes chilenos en los distintos roles secundarios, destacando especialmente
la soprano Andrea Betancur como una Papagena adorable y los tenores que
encarnaron a Monostatos -el personaje con el look más estrambótico de estas
funciones-, Gonzalo Araya y Rony Ancavil, además del orador y primer sacerdote
del experimentado Rodrigo Navarrete, y el
tenor Luis Rivas, de grato timbre y canto firme y seguro, quien fue una
bienvenida sorpresa vocal como el segundo sacerdote. El Coro del Teatro
Municipal, dirigido por el uruguayo Jorge Klastornik, se lució particularmente
en su sección masculina, en el bello "O Isis und Osiris".