José Noé Mercado
Hablar de música contemporánea en el mudo clásico es peculiar, pues se trata de una etiqueta amplia no solo en términos de sonoridades y geografías, sino también de años; épocas que pueden remontar a los ya lejanos albores del siglo XX. Un filtro válido, por su trascendencia y solidez, para aproximarse al repertorio y a los autores que ondean esa bandera de lo contemporáneo puede ser la llamada Segunda Escuela de Viena, pionera y revolucionaria en el desafío de las formas y las texturas de la tradición musical precedente. En esa vertiente, y con el título Foco Viena 1900, el pasado 3 de noviembre se presentó en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario un concierto que incluyó música de los compositores Alban Berg (1885-1935), Arnold Schoenberg (1874-1951) y Anton von Webern (1883-1945), con la participación de la soprano alemana Sarah Maria Sun y el Ensamble Música UNAM (Iván Pérez, violín; Anna Arnal, viola; Luz del Carmen Águila, violonchelo; Betsaida Romero, flauta y piccolo; Fernando Domínguez, clarinete y clarinete bajo; Gonzalo Gutiérrez, piano), bajo la dirección musical de Christian Gohmer. Para abrir el programa se interpretó la Sonata para piano, Op. 1 (1907-1908) de Alban Berg, seguida de las Seis pequeñas piezas para piano, Op. 19 (1911) de Arnold Schoenberg y las Cuatro piezas para violín y piano, Op. 7 (1910) de Anton von Webern. Ya en la interpretación de estas piezas se pudo apreciar las premisas y características de los compositores y sus búsquedas sonoras, como un estilo que forjaría escuela. La brevedad casi disruptiva, la atonalidad, la búsqueda y exploración de texturas y combinaciones rítmicas, así como la disolución de las viejas formas clásicas se convierten en un norte al que apuntan la creatividad y las atmósferas. Antes del intermedio también se ofrecieron Tres pequeñas piezas para violonchelo y piano, Op. 11 (1914) de Von Webern y Cuatro piezas para clarinete y piano, Op. 5 (1913) de Berg, que propiciaron el clímax del concierto, pues luego de la pausa se interpretó como obra principal Pierrot Lunaire, Op. 21 (1912) de Schoenberg. Los 21 incisos de esta obra basada en poemas de Albert Giraud, estructurados en tres partes, permitió a la soprano Sarah Maria Sun dar relieve a los contrastes, claroscuros e incluso contradicciones, del inquietante, oscuro y enigmático mundo de Pierrot, héroe y bufón, nostálgico, malévolo y paródico. Mucho más. Esta incursión lírica interactúa, como lo consiguió la intérprete, en distintos niveles de ritmos, atmósferas, texturas y recursos técnicos, con el atípico ensamble instrumental (clarinete, flauta, piano, cuerdas; si bien originalmente fue concebido solo para voz y piano y suele variarse la dotación). Esa inquietud expresiva de Schoenberg resume en buena medida la necesidad de seguir nuevos caminos que reformularan la música clásica. Sarah Maria Sun, que cuenta con más de dos mil obras en su repertorio (piezas que van desde el siglo XVI hasta el XXI, 400 de ellas estrenos mundiales), apareció en el escenario con un conjunto de chaleco y pantalón en color negro, peinado con coletas, lo que abonó en la esencia sobria y taciturna y a la vez burlesca, precedente del cabaret y el clown, de este Pierrot Lunaire. La remarcada gesticulación y, sobre todo, el avezado uso de la soprano del sprechgesang y el sprechstimme, esa frontera lírica donde se mezcla el habla cantada con el canto hablado, dejó en claro que el belcanto y sus florituras ya no estaban en el radar de Schoenberg y que la intérprete alemana fue capaz de convocar herramientas expresivas adecuadas y estilísticas en esta presentación, en la que utilizó micrófono de diadema. Justo la teatralidad de la obra requiere optimizar el volumen y por tanto el entendimiento de las palabras. Musicalmente, el acompañamiento que brindó Christian Gohmer fue seguro y lucidor en tanto que articuló la maquinaria sonora, que encuentra mayor esplendor en su compuesto técnico que en el despliegue melódico o en el lirismo entrecortado. Su experiencia en el repertorio contemporáneo salió a flote y lo hizo también su entendimiento de la voz, instrumento que no es ni contemporáneo ni clásico en su expresividad, sino atemporal, más allá de su uso y disposición.
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