Massimo Viazzo
Volvió al Teatro alla Scala el Rapto en el Serrallo (Die
Entführung aus dem Serail) en el histórico montaje de Giorgio Strehler con
escenografías y vestuarios de Luciano Damiani y la cuidada curada de Marco
Filibeck, en un espectáculo que nació en Salzburgo en 1965, y que fue repuesto
por última vez en Milán en el 2017 con la conducción de Zubin Mehta. El montaje luce un poco viejo, pero aún es
muy encantador (muy grata y bien lograda fue la reposición hecha por Laura
Galmarini) porque juega con el uso de sombras chinas con alas pintadas, algunos
gags afables, con los cantantes reducidos a simples siluetas en poses plásticas
cuando avanzan en el proscenio y se retiraban a plena luz hacia el fondo
blanco, envuelto en un tono pastel, como si se todo se tratara de teatro de
cámara. El espectáculo de Strehler, cuyo nombre está estrechamente ligado a la
historia del teatro milanés de 1947 a 1990 con 35 direcciones escénicas de 33
títulos diferentes hasta alcanzar un total de 480 funciones, conserva su
fascinación convenciendo todavía por el toque ligero y de elegancia con la que
se traza la historia amorosa del Singspiel, cuyo libreto se considera que nunca
ha estado a la altura de la música, ya que es además una historia de formación
con un bosquejo de crecimiento interior de los personajes para los cuales
Mozart escribió páginas generalmente arduas técnicamente, y entre cuyos
pliegues se inicia a entrever el inimitable talento dramático de sus obras
maestras futuras. En el podio debutó Thomas Guggeis, director principal de la
Ópera de Frankfurt, quien dirigió con despojo y aplomo, mostrando un buen paso
teatral y musicalidad. El joven director
alemán, puso en relieve la lucidez para conducir la rica partitura mozartiana
sin perder nunca de vista el escenario, y logrando encontrar una sonoridad
brillante y un ritmo incisivo, como también con liviandad y suavidad. El elenco elegido para esta producción estuvo
unido y homogéneo. Jessica Pratt personificó una Konstanze noble y refinada
mostrando sin embargo algunas indecisiones para afrontar las agilidades
pirotécnicas que esparce su parte; pero pudo ser también expresiva (como en
Traurigkeit en el segundo acto) cosa nada simple cuando se está lidiando con
una escritura vocal tan virtuosa. Daniel
Behle fue un Belmonte quizás demasiado educado, de un timbre indudablemente
viril y de buena proyección, no obstante, su indisposición, anunciada desde el
inicio de la función. Cantó con cierta actitud y seguridad. Por su parte, Peter
Rose trazó un Osmin simpático e impertinente, un poco desgarbado en su andar,
pero divertido en su actitud, todo con un timbre suave y una voz extrovertida
pero siempre atenta a la escritura mozartiana. La Blonde de Jasmin Delfs de
cualidad clara y ligera en el timbre gustó por la facilidad en la coloratura y
por la soltura mostrada en la escena; mientras que el Pedrillo de Michael
Laurenz convenció por solidez vocal, comunicación y valentía, como también por
la manera correcta en su definición de las frases musicales. Al final, el papel
actuado de Selim fue hecho de manera sobria por el notable director teatral y
lírico alemán Sven-Erich Bechtolf.
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