Ramón Jacques
Parsifal, la enigmática
última ópera compuesta por Richard Wagner, a la que el mismo llamó Bühnenweihfestspiel
(Fiesta de inauguración del teatro) fue vista por primera ocasión en
Bayreuth, Alemania el 26 de julio de1882. A los Estados Unidos llegó por
primera vez al Metropolitan Opera de Nueva York, el 24 de diciembre de 1903, y aunque
no se escuchó formalmente, en el escenario de la Ópera de San Francisco llegó hasta 1950, existen
registros históricos de que, en la ciudad de la bahía, ya se había escuchado el 1 en abril de 1885, en versión de concierto,
tan solo unos años después de su estreno
absoluto. Posteriormente, la obra volvió de nuevo aquí en abril de 1905, y en marzo de
1914, como parte de las giras que realizaron a esta ciudad: el Metropolitan y
la Ópera de Chicago, respectivamente. A
lo largo de la larga historia de esta compañía solo ha sido programada en seis
ocasiones, siendo la última en el año 2000, lo que significa que no es un
título que forme parte de su repertorio habitual. Sin embargo, esta nueva
producción forma parte del proyecto, que comenzó hace varias temporadas, propuesto
por la directora musical, la maestra Eun Sun Kim, quien busca explorar y
conducir una obra de Verdi y una de Wagner cada temporada. De hecho, en los días
previos a la reposición de Parsifal, se anunció la realización del ciclo del
Anillo de los Nibelungos, que ella misma dirigirá, con puesta y dirección
escénica de Francesca Zambello, de
una ópera por año, a partir del 2026, hasta concluir con el ciclo completo en
el verano del 2028. A Parsifal se le ha considerado como una obra extraña,
seria, ya que es considerada como una profunda declaración de cristianismo, e
incluso un hiperbólico pseudo espectáculo con pretensiones ocultas o budistas,
lo cierto es que por su música y su orquestación la hacen una obra de musicalmente
seductora. La trama fue tomada de medios medievales, principalmente del poema épico
Parzival de Wolfram von Eschenbach, y muestra la continua fascinación de
Wagner con las leyendas del grial, el vaso místico que según cuenta la
tradición fue utilizado por Jesucristo en la última cena. En lo que respecta al
trabajo del director escénico Matthew Ozawa, en colaboración con los
vistosos diseños escenográficos de Robert Innes Hopkins, los vestuarios
de Jessica Jahn, algunos tradicionales y otros con influencias tomadas
de diversos ritos y religiones (orientales), la iluminación de Yuki Nakase
Link, y las llamativas coreografías de danza contemporánea de Rena
Butler; se quiso realizar, lo que el propio Ozawa describió como ”un ritual
teatral’ en el que a través de la obra y de su música, buscan transmitir un
mensaje de sanación, empatía y compasión,
que van de acuerdo con la época actual en
la que se está viviendo una crisis de desconexión y carencia de valores; pero
más allá de querer darle una estructura hilada a cada acto y apegarse
estrictamente al libreto, Ozawa, busco ofrecer escenas de impacto visual para
el espectador. Como la primera escena,
que se realiza en un bosque tupido de árboles, donde al tenue amanecer con las
primeras luces del día, aparece una orden de caballeros que custodian al santo
grial, y que son levantados en el aire donde quedan suspendidos, hasta desaparecer
hacia lo alto del escenario, allí es donde comienza la historia. En cada acto se representan distintos rituales
con sus vestuarios, en donde Ozawa sorteó hábilmente la parte escénica de la
historia, alejándose de cierta dramaturgia estática y el que por momentos puede
ser un indescifrable marco religioso, que toca temas como el pecado la,
redención y la pureza, con una puesta que busca apelar a los sentidos del
espectador, el visual y el auditivo. La historia se basa en el joven inocente
que vaga por el dominio de los caballeros, quien, a través de la compasión,
podría sanar a Amfortas, líder de los caballeros, que cometió un pecado y sufre
de una herida que no sanara. Un sólido y
buen elenco se pudo compaginar, para esta producción, dando buenos resultados
en esta, la función de estreno. El bajo
coreano Kwangchul Youn, como Gurnemaz, prestó su voz grave y profunda,
por momentos de manera fastuosa, al papel del sabio caballero Gurnemaz. Por su parte, Brandon Jovanovich, personificó
a un cándido Parsifal, que supo desarrollar e involucrase en su trabajo actoral
hasta convertirse en un personaje compasivo y bondadoso. Su voz es amplia, y supo cantar con tenacidad,
buenos medios vocales, expresividad y un color diamantino. Al escuchar a Jovanovich, se demuestra que
vocalmente ha encontrado un nicho que se adapta a sus actuales condiciones
vocales, a pesar de un récord poco de envidiable de cancelaciones de último
minuto en tiempos recientes, especialmente en papeles exigentes, y alguno que
otro percance en esta función, que lo hicieron abordar el resto de la función
con cierta cautela. En su debut local, la mezzosoprano alemana Tanja Ariane
Baumgartner, le dio esa cualidad misteriosa del papel de Kundry, recreando
escénicamente un personaje orgulloso, pero a la vez impactante desde la parte
vocal, por el color y el brillo que le imprime a su homogénea y vigorosa voz,
demostrando que son terrenos que conoce bien. El barítono local Brian Mulligan
personificó el papel de Amfortas, con una buena y correcta actuación y canto,
sin descollar particularmente en el escenario. Por su parte el bajo-barítono
alemán Falk Struckmann, fue un malévolo Klingsor, por voz y condición,
alternándose con Kundry en ese juego o dualidad entre el bien y el mal en la ópera. Su vestuario y
caracterización, un tanto cargada, aunque eficaz, pareció pertenecer más a un
personaje del Anillo; pero sin dudas, quedo constancia de su experiencia y
dominio de este repertorio. A propósito,
el reino sombrío de Klingsor que incluye un jardín mágico habitado por bellas doncellas,
que intentan, seducir a Parsifal, aquí contó con la presencia de bailarinas. El resto de los cantantes cumplió cada uno en su
parte, de manera satisfactoria, para sacar adelante un título exigente como
este. La maestra coreana Eun Sun Kim,
quien cumplió en esta velada su función número cien, conduciendo a la orquesta
de la que es su titular desde el 2021, ofreció una lectura como en otras obras
de Wagner, que le he visto dirigir de
manera íntima, detallada, pausada, incluso profunda, aportando la finura
característica la orquestación de este título, sin sobrecargar el sonido que
emana de la orquesta, y mostrando atención y cuidado hacia las voces. Por su
parte, el coro de la ópera, dirigido por el maestro John Keene, recorrió
la obra regalando momentos de brillantez y lucimiento.




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