Ramón Jacques
Desde
su creación en 1953 la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) conocida
también como Bilbao Ópera se ha erigido como una de las compañías operísticas
más importantes de España, ya que escenario ha sido pisado a lo largo de su
historia por los más destacados cantantes españoles e internacionales. Es importante señalar que apenas en el 2022,
con la opera Alzira, concluyó el proyecto llamado “Tutto Verdi” en el que a lo largo de más de 15 años realizó el
montaje de todas las óperas de Giuseppe Verdi (1813-1901) una ardua y original
tarea que pocos teatros en el mundo se han atrevido a realizar. Personalmente
tuve la oportunidad de presenciar, en marzo del 2009, una de las funciones de
la poco representada y muy exigente ópera Aroldo. Como inicio de su temporada 72, la
correspondientes al periodo 2023-2024 la compañía programo Roméo et Juliette ópera en un prólogo y cinco actos con música de
Charles Gouond (1818-1893) y libreto en francés de Jules Barbier y Michel Carré
que está basado en la obra homónima de Shakespeare. Aunque se trata de un título conocido, al
menos fuera de Francia donde es representada con regularidad, su presencia en
los escenarios internacionales continúa siendo muy limitada. La ópera ingresó por primera vez al
repertorio de la ABAO en septiembre del 1983, con el legendario Alfredo Kraus, y la última ocasión que
fue vista en este escenario fue en la temporada 2011 con José Bros y Patrizia Ciofi.
Las exigencias vocales de la obra requieren de una pareja de destacados
intérpretes principales, y para esta ocasión la ABAO ha logrado conjuntar a dos
reconocidos intérpretes de la actualidad como el tenor mexicano Javier Camarena y la soprano
estadounidense Nadine Sierra,
quienes ofrecieron una sobresaliente prestación vocal. Camarena debutó el papel
de Romeo, y mostró las cualidades para hacer frente a las exigencias, su voz es
clara, dúctil, con gustoso color en el timbre, y aunque ha adquirido cuerpo en
ciertos pasajes la hizo sentir algo pesada, pero es de reconocerse su grata
interpretación del aria, “Ah! Lève-toi
soleil!” Por su parte Nadie Sierra
se mostró a sus anchas con el virtuosismo vocal que le permite este personaje,
derrochando dominio vocal en la coloratura, la nitidez y el dramatismo en arias
como “Je veux vivre dans ce rêve” y especialmente en “Amour ranime mon courage” del Acto IV. Que en la función
precedente a la que asistí yo bisó en un hecho poco habitual en la historia de
este teatro. Del resto de los intérpretes del extenso elenco son dignos de
mención al personaje de Stéfano al que dio vida con jovialidad y lucimiento la
mezzosoprano catalana Anna Alàs i Jové,
y el barítono polaco Andrzej Filończyk
encarnando al ambicioso Mercutio con voz profunda. El bajo Marko Mimica dio vida al personaje de Frére Laurent. Consistencia y equilibrio dieron al
espectáculo los papeles menores totos interpretados por óptimos cantantes
españoles como: Alejandro del Cerro (Tybalt),
Itxaro Mentxaka (Gertrude), Gerardo López (Benvolio), Isaac Galán (Le Comte Pâris), José Manuel Diaz (Grégorio), y Fernando Latorre y Juan Laboreira como Le Comte Capulet y le y Le Duc de Vérone,
respectivamente. En la parte visual del
espectáculo se estrenó un nuevo montaje, coproducido con otro teatro español
como la Ópera de Oviedo, encomendado a la directora italiana Giorgia Guerra, quien propuso una idea
sencilla, estilizada y visualmente interesante, que consistió en rodear el
escenario de tres enormes muros sobre los que se realizaban video proyecciones
que creaban diferentes ambientes, algunos lúgubres, otros brillantes, realizados
por el Imaginarium Creative Studio,
y elegantes vestuarios de época de Fiammetta
Baldiserri. Sobre la escena no hubo elementos en escena salvo una mesa en
el último acto que significaba el lecho de muerte de Juliette, y una especie de
caseta que subía y bajaba como se necesitaba, quizas un punto discutible del
montaje, que representaba la morada de Juliette, donde se ubicaba su balcón
etc. Una idea firmada por Federica Parolini. La idea de rodear y
arropar el espectáculo dentro de tres muros, me recuerda a las ultimas puestas
que he visto del director de escena estadounidense Peter Sellars, quien ha
afirmado, que el espectáculo operístico debe centrarse en el canto, la música y
un detallado trabajo de actuación, y que el futuro del teatro requiere de prescindir
de elaboradas, estorbosas y en ocasiones innecesarias escenografías. El trabajo
de Guerra fue correcto, salvo ciertos momentos de sobreactuación de los
personajes en las escenas de batallas y muerte, y por momentos cargado
dramatismo. No se puede hablar de un montaje memorable, pero si correcto y
funcional. El Coro de la Ópera de Bilbao
se mostró muy activo en escena mostrando homogeneidad en sus intervenciones
vocales como participación en los momentos que tuvo que interactuar en escena
con el resto del elenco. La fortaleza
del espectáculo provino del foso de la mano del joven maestro italiano Lorenzo Passerini, quien, en su primera
aparición en este foso, ofreció una lectura intensa, emocional, supo llevar muy
bien en cada momento de la orquestación a los músicos de la orquesta logrando
momentos de conmovedora sencillez con imperceptibles y ligeros sonidos hasta,
los más dramáticos, estrepitosos e intensos a lo largo de toda la función. En
suma, fue un gran acierto del ABAO el poder conjuntar dos artistas de nivel
internacional en su escenario con un acompañamiento orquestal que no defraudo a
ninguno de los presentes.
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