Tuesday, December 5, 2023

Manon Lescaut de Puccini en Triste

Foto: Fabio Parezan

Rossana Poletti

Manon Lescaut de Giacomo Puccini, en escena en el Teatro Verdi de Trieste, podría haberse interpretado como un concierto sinfónico, eliminando cantantes, coro, figurantes y conservando sólo la música. Críticos musicales autorizados afirman con razón que se trata de una obra "sinfónica". Lo cierto es que la trama se basa también en una historia, que el propio Puccini dibujó de manera diferente a su contemporáneo Massenet, y que esta historia está dada por el texto de las arias y por los cantantes que las interpretan, como por su expresividad. Y tal vez, cada tanto hubiera sido agradable escuchar a los cantantes sin tener que gritar para superar el estruendo de la orquesta dirigida por Gianna Fratta, porque Manon es una como mencioné es una ópera sinfónica. Nada que decir de la orquesta del teatro lirico triestino que estuvo espléndida, interpretando admirablemente la perfecta construcción musical del compositor de Torre del Lago, realzando el componente dramático del amor de Manon, que no admite elementos consoladores a la luz de un éxito pesimista de la joven. Puccini seguirá el modelo de esta primera ópera real en su posterior producción con leitmotivs repetidos y citas de sus obras anteriores. La puesta en escena de Trieste, una coproducción entre la Ópera de Montecarlo y el Teatro de Erfurt, se caracterizó por la modernidad. Entraban en escena jóvenes alegres e incluso un poco desprejuiciados, un personaje, el anciano, copiado de la imagen del estilista Karl Lagerfeld, fallecido en 2019, y que fuera director de las marcas Fendi y luego de Chanel. Cabello blanco, cola de caballo larga, traje negro diminuto, corbata larga y estrecha, gafas rigurosamente oscuras, así era el Geronte de Ravoir, interpretado por Matteo Peirone, quien no tiene el mismo físico, pero sigue fielmente el cliché. Los directores suelen buscar el cambio de época en la ópera para desarrollar su idea, pero ciertamente no es sencillo debido al lenguaje arcaico de la ópera que choca demasiado con la imagen en escena. En esta Manon, el director Guy Montavon, recurre sin piedad a lo grotesco, en la escena de las prostitutas subastadas y vendidas a un puñado de lunáticos, aunque esto también puede encajar. Lo que se hace difícil de entender es precisamente el final en el que los dos amantes, Manon y Des Grieux, son abandonados para morir de hambre en una tierra desolada. La historia es muy compleja en su origen, pero en cualquier caso los dos cantan ese abandono en la hora del fin de la protagonista. En esta puesta, en cambio, hay dos habitaciones divididas por vidrio. Manon está encerrada en una celda negra y sucia. En cambio, Renato des Grieux se encuentra en la sala contigua, bien iluminada, donde hay dos paquetes de agua embotellada. Manon le dice "la sed me devora" y le pide de nuevo examinar "el misterio del horizonte, y busca, busca una montaña o una masía". El hombre debe explorar si hay alguien en la tierra desolada, si es posible encontrar agua para saciar la sed de la mujer con fiebre. Está encerrado dentro de la habitación, golpea la puerta que no se abre y dice: "No encontré nada... el horizonte no me reveló nada... Miré a lo lejos en vano". El espectador mira, siente y ve algo completamente diferente. Puede que se le llame “licencia de director” pero a decir la verdad, esa licencia parece demasiado. Las escenografías de Hank Irwin Kittel son indudablemente estructuradas, se desarrollan en una plaza donde llega el carruaje que lleva a la joven Manon y a su hermano a París, donde en un quisco se reparten helados gratuitos Una multitud de jóvenes estudiantes se sienta a las mesas, todo es alegre, pero la música ya muestra signos de una desgracia inminente. En el segundo acto la sala es opulenta, se exponen grandes sofás, esculturas y pinturas modernas que hacen una bella muestra. Manon ha abandonado a Des Grieux, con quien se había fugado por amor, tras enterarse de que Geronte quería secuestrarla, y la encontramos precisamente en este último, coloreada, llena de oro, inmersa en un lujo suntuoso, después transformada en estatua viviente por el viejo pintor, también un poderoso tesorero del estado. Las paredes de la sala cambian de color, marcando un cambio de ritmo en la obra. Al querer volver a fugarse con Des Grieux, a Manon le gustaría quitarse todas las joyas. La codicia será su sentencia: capturada, y encarcelada termina siendo vendida junto a las prostitutas. En el último acto nos encontramos en América en esa tierra desolada, compuesta por las dos salas antes mencionadas. Lana Kos fue Manon Lescaut. Nacida en la bella ciudad barroca de Varaždin, cantada y mencionada en “La condesa Mariza” de Emmerich Kálmán, debutó muy joven a los diecisiete años. En Croacia es una diva, toca el piano, es políglota, lleva una vida rigurosa y posee ya una carrera que abarca más de veinte años sobre la espalda. Su voz es hermosa e imponente con la que atravesó el exigente papel de Manon, y fue aplaudida varias veces por el público. Por cierto, la huelga convocada por los teatros de ópera italianos para el estreno de las temporadas también tuvo lugar en Trieste, por lo que asistí a la segunda función, sin la pompa del debut, sin el himno nacional, sin lentejuelas ni joyas. Kos, cantó a la par de Roberto Aronica (un buen Renato des Grieux), quien soportó el ritmo apremiante y dramático del conmovedor final. Lescaut, hermano de Manon, fue Fernando Cisneros, perfecto en el papel del gascón. El cuarteto de papeles principales incluyó al ya mencionada Matteo Peirone, en el papel de Geronte, quien era también sargento de arqueros y comandante naval, y todos aquellos papeles que lo ven persiguiendo a la pobre Manon. También en el escenario estuvieron Paolo Antonio Nevi, Magdalena Urbanowicz, Nicola Pamio y Giuseppe Esposito.



 



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