Fotos: Ópera de Bellas Artes
José Noé Mercado
«El tiempo es muy sabio y responde preguntas.
Y a mí no me asusta cargar con la duda»
Nueva vida
La Doble P
Poco ha cambiado en la Ópera de Bellas Artes (OBA) desde los años 90 del siglo pasado, cuando se fijó el promedio de títulos y funciones anuales que ofrece al público. La habitación compartida de su sede con otros grupos artísticos y actividades impide, de facto, que su oferta se incremente, capte más público para sus butacas o dé cabida a todos los artistas y creativos líricos que no sólo desean, sino que acaso merecerían estar en sus temporadas. El presupuesto oficial, aumentado o disminuido a lo largo de los años dependiendo de las agendas y prioridades gubernamentales, tampoco ha sido un factor real para modificar su esquema de financiamiento ni su media de calidad, y los directivos al frente de lo que en sí es la Compañía Nacional de Ópera, dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes, van y vienen con la misma inercia institucional. Sirva el preámbulo anterior para consignar un punto y seguido, ya que desde el pasado 1 de noviembre y como continuación del modelo que rige a la institución más allá de cualquier discurso nutrido de posverdad, las riendas artísticas de la OBA fueron tomadas por la soprano en activo María Katzarava, en sustitución de Alonso Escalante Mendiola. Hasta esa fecha, la cantante mexicana de orígenes georgianos venía desempeñándose como directora del Estudio de la Ópera de Bellas Artes (EOBA), que se fundara en 2014, bajo la gestión del tenor Ramón Vargas al frente de la OBA, quien la dejara en 2015, luego de tres años de labor en el sexenio priista del entonces presidente Enrique Peña Nieto. En el escenario, el comienzo de la nueva etapa de la Ópera de Bellas Artes llegó el pasado 5 de diciembre con el estreno de una producción de L’elisir d’amore (1832) de Gaetano Donizetti (1797-1848), que también ofrecerá funciones los días 7, 10 y 14 del mes, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. La puesta en escena correspondió a Luis Martín Solís y Erika Torres, con un trazo claro y tradicional, que aprovechó la escenografía de Jesús Hernández y el vestuario de Sara Salomón —ambos recursos en tonalidades ocres, marrones y crepusculares—, para desarrollar la simpática candidez de la historia de esta ópera que cuenta con libreto de Felice Romani (1788-1865), que se basa, como consigna el programa de mano, “en el libreto Le philtre (1831) de Eugène Scribe (1791-1861) para la ópera homónima de Daniel-Francois Auber (1782-1871), basado a su vez en Il filtro, de Silvio Malaperta”. Con trigales o pacas de paja, alguna hostería, cierta escalinata desde el fondo trazando una callejuela, así como el uso del ciclorama con imágenes de paisaje sobrias y en tonalidades armónicas (cálida iluminación de Rafael Mendoza), el montaje dio un marco grato y creíble para el desenvolvimiento de las acciones y brindó profundidad y sentido al espacio escénico. Antes de iniciar la función de estreno, el sonido local anunció que el tenor Diego Silva (Nemorino) y el bajo Noé Colín (Dulcamara) se encontraban enfermos, pero que “asumirían su responsabilidad” y aún así cantarían. El público sabría así que, por lo visto, la OBA opera sin covers que entren al quite de ser necesario. Silva lució incómodo desde su aparición. Ya en “Quanto è bella, quanto è cara” su emisión perdió firmeza en la parte aguda y condicionó su canto y el estilo belcantista durante la noche, pues recurrió a frases cortas y abiertas, al falsete o al marcaje de las notas, en lugar de cantar con plena voz y suficiente legato. Colmilludo cantante y consciente de no estar en condiciones óptimas, Colín ni siquiera se expuso a emitir notas altas o a darle volumen a su canto, ofreciendo un Dulcamara hipercompensado en lo actoral, susurrante y a ratos entrecortado, a ocho años de que interpretara el rol en este mismo escenario. “Qué cátedra de profesionalismo dieron hoy los maestros Noé Colín Arvizu y Diego Silva. Bravi”, expresó en su red social un corista, luego de la función. Desde luego, cada quién puede sacar conclusiones propias. No obstante, este L’elisir d’amore contó con las destacadas interpretaciones de la joven soprano venezolana Génesis Moreno como Adina y del barítono chihuahuense Juan Carlos Heredia como el sargento Belcore. Si bien la cantante avecindada en México es (igual que Damaris Lezama, quien abordó el rol de Gianetta) integrante del Estudio de la Ópera de Bellas Artes, lo que supone estar aún en etapa formativa, su abordaje fue emotivo y entregado, con matices y reguladores que colorearon con intención sus frases, incluso en los sobreagudos. Su voz corre con filo, brillo y volumen y aunque en algunos momentos de ímpetu requeriría cubrir más el sonido para evitar estridencias y así refinar su emisión, dejó la impresión de que es una cantante con un amplio margen para crecer sus cualidades tanto como su carrera. Heredia, por su parte, deleitó con la soltura y fanfarronería que delinearon su actuación para dar vida a Belcore. Con equilibro entre su canto, bailes y vis cómica, sin duda fue el intérprete que más pareció gozar en el escenario. Su bronceada voz lució sólida y segura y eso se transmitió al público entusiasta que asistió al teatro, sin llenarlo. Al frente del Coro (preparado por Alfredo Domínguez) y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, el director neoyorkino Arthur Fagen logró una lectura musical solvente y seria, con tiempos firmes y una imagen sonora en estilo belcantista. Competente y atento, cuidó lo más posible a los cantantes, trató de contener la enjundia del coro, que sobre todo en los concertantes pasaron por encima de los cantantes indispuestos, y permitió el lucimiento de quienes estuvieron en condiciones de desplegar sus interpretaciones, que por lo dicho no fueron todos. El tiempo es muy sabio y responderá si los cambios llegaron a la Ópera de Bellas Artes para bien o para seguir igual; para mejorar o no las condiciones y resultados existentes hasta el último día de octubre de 2023.
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