Ramón Jacques
Adriana
Mater, ópera en dos actos y siete cuadros con libreto en lengua francesa, es la
segunda obra lírica de la compositora finlandesa Kaija Saariaho, cuyo libreto fue escrito por su colaborador, el
escritor y periodista franco-libanés Amin
Maalouf. La obra, que fue estrenada
en la Ópera de Paris (el 3 de abril del 2006 en el teatro Bastille) y que fue
coproducción con la Ópera Nacional de Finlandia, nació gracias a la insistencia
y persuasión que Gerard Mortier, entonces director del teatro francés, logró
sobre la propia K. Saariaho quien había expresado que después de L’Amour de loin, no tenía mayor interés
ni inspiración para dedicarse a componer más óperas. Después del estreno de
Adriana en Helsinki, ciudad natal de la compositora, y en el Reino Unido en el
2008, el verano de ese mismo año la ópera tuvo sus primeras representaciones
estadounidenses en la Ópera de Santa Fe, no fue después programada por algún teatro
importante. A pesar de que Saariaho cuenta con un amplio y rico catálogo de
composiciones orquestales, vocales, además de óperas y oratorios, en general su
trabajo permanece en una especie de injusto limbo, ya que tampoco recibe la
difusión y reconocimiento que merece. Por ello, la reposición de su ópera
Adriana Mater, ejecutada por San Francisco Symphony, dirigida por dos promotores
de su obra como el director de orquesta Esa
Pekka-Salonen y el de escena Peter
Sellars (el mismo que se encargó del montaje del estreno de Adriana Mater
en Paris) era una oportunidad única, histórica e imperdible. Se percibía un
cierto halo de misterio y sorpresa cuando se anunció que su ópera había sido
elegida para ser escuchada, en la sala de conciertos Davies Symphony Hall de San
Francisco, al igual casi que el anuncio de la la Ópera de San Francisco, tan
solo unos días antes de las funciones de Adriana Mater, que como parte de su
próxima temporada, en el mes de junio del 2024, realizará el estreno
estadounidense de la ópera Innocence,
proyecto que se estrenó en Aix-en-Provence, Francia en el 2021. Es difícil
imaginar que el estado de salud de la compositora le hubiera permitido estar
presente en alguna de las representaciones de sus dos óperas en San Francisco,
y desafortunadamente se supo que el día 2 de junio, apenas seis días antes de
la función de estreno en San Francisco de Adriana Mater, falleció en su casa en
Paris. Con cierta contrariedad y
desilusión, me sorprendió que la orquesta no haya emitido un comunicado haciendo
eco de la noticia, y que lo mencionara días después en un email entre noticias
generales y el calendario de eventos futuros.
A la función a la que asistí, únicamente se insertó en el programa de
mano una hoja blanca que decía “In
Memoriam Kaija Saariaho (1952-2023)” e indicaba que la orquesta dedicaba
los conciertos en honor a su vida y trabajo, y contenia dos breves y escuetos
párrafos firmados por Esa Pekka-Salonen
y por Peter Sellars, redactados de
manera fría e impersonal, probablemente por algún publirrelacionista y ni durante
la representación no se mencionó nada. Pienso que, tratándose de una importante
e influyente compositora de principios del siglo XXI, conocida a nivel mundial
por sus composiciones, y méritos, como el de haber sido la primera compositora en
escenificar una ópera suya en el Metropolitan de Nueva York en casi cien años,
y considerando que la obra a ejecutar por la orquesta esa semana era suya, sorprende
que el triste acontecimiento pasara prácticamente desapercibido. En lo que
respecta a la obra, Saariaho ofreció más que una interesante ópera, una
profunda exploración sobre lo que es el amor maternal, inspirándose para ello
en las memorias personales de su primer embarazo. La trama transcurre en un
país ficticio de la actualidad que atraviesa por una guerra civil, donde la
joven Adriana queda embarazada después de ser violada por un militar llamado
Tsargo; pero ella decide tener al hijo a pesar de la insistencia de su hermana
Refka, por impedirlo. Todo esto transcurre en el primer acto. En el segundo
acto, donde han transcurrido 17 años, Adriana ve a su hijo Yonas crecer con la
inquietud y la duda si se convertirá en un hombre violento como su padre o será
una persona considerada y amable como ella. Es una historia que se centra en
las relaciones humanas, sobretodo familiar y el significado de la maternidad,
al margen del contexto bélico y político en el que se desarrolla, que fue la
aportación de Maloouf al libreto dada su experiencia como corresponsal y
periodista de guerra. Me gusta la visión
que Peter Sellars ha dado a sus recientes puestas en escena, frecuentemente en
salas de concierto dada su cercanía laboral con la LA Philharmonic, donde en
diciembre dirigió Tristán e Isolda; y con la San Francisco Symphony, donde dirigió
Oedipus Rex de Stravinski y ahora Adriana Mater. Sellars ha mencionado que,
para transmitir, la parte escénica el centro del espectáculo debe ser la música,
el canto, y la actuación,sin elaborados montajes y pocos elementos, que el
mismo ha descrito como una manera de
“dramatizar conciertos” y que esa debería ser la tendencia futura en los
teatros. Esta vez, colocó cuatro
pequeñas tarimas cuadras, dos al frente del escenario, y dos en un nivel superior
en la parte trasera derecha de la orquesta, creando un espacio propio para cada
uno de los 4 personajes. Lamentablemente, las tarimas complicaron la manera
como tuvo que colocarse la orquesta y el desplazamiento de los artistas cuando
descendían entre los músicos desde las tarimas superiores. El director de
orquesta fue colocado por un lado del escenario dirigiendo de manera diagonal,
dificultando la visión sobre el de algunos músicos y los solistas en
movimiento. Más allá de la logística, el enfoque de Sellars fue inapropiado, apuntando
hacia la dirección equivocada: el la de la guerra y la violencia, en vez del
tema central que es la maternidad y las relaciones familiares. Los protagonistas
son en realidad: Adriana y su hermana Refka, y en menor nivel Yonas. Al
ubicarse cada y cantar cada uno desde su propio espacio los cantantes carecían
de cercanía y pocas veces coincidían sobre la misma tarima. Hubo sobreactuación y muestras de violencia, de
parte de Yonas, y Tsango, por el constante uso de armas automáticas y
sobreactuación, en el primer acto por Tsango, para forzar una violación, que al
final no es vista en escena, y en el segundo acto por Yonas que en su furia y
desesperación busca asesinar a su padre, que con el paso del tiempo se había
convertido en un anciano, invalido, ciego que dormía en la calle. Los vestuarios de Camille Assaf, al situarse la escena en la actualidad no tuvieron nada
especial y consistieron en jeans, botas y sudaderas oscuras para los hombres y
sencillos y coloridos vestidos para las mujeres. La iluminación de James F. Ingalls, habitual colaborador
de Sellars, no aportó a la escena. Como un detalle adicional a mencionar, en el
austero montaje, no se sabe con qué propósito, si el de mostrar que se estaba
en el presente, modernidad o de provocar, Sellars es conocido por ello, los
personajes cantaban sus partes leyendo sus partituras en un iPad. Esto causó constantes
distracciones en los artistas que miraban constantemente a la tableta, y entre
el público que no entendía el sentido. Lo que es un hecho es que aquí la música
y el cantó superaron, un fallido y prescindible montaje, de una ópera a la que,
en mi opinión, se le hubiera sacado mayor provecho en versión de concierto. Orquestalmente,
la partitura es suntuosa, con muchos giros dramáticos y suaves o tiernos, en
una escritura moderna, por momentos necesariamente atonal e intensa, con ritmos
polifónicos, que demuestran en la compositora un entendimiento del instante,
emotivo y sentimental por el que atravesarían los personajes. Saariho, comentó que
para poder componer una segunda opera debía alejarse de ese mundo íntimo y
aislado con el que compuso L’Amour de
loin y abrirse a música de hechos que incidieran, en manera positiva o
negativa, a lo que sucedía en el mundo, mencionando incluso los hechos del 11
de septiembre del 2001, e incluso abrirse a aceptar colaboraciones e
influencias de otros compositores y estilos músicales. Saariajo incorporó a
esta partitura rangos vocales distintos a los que ya había trabajado anteriormente
como la voz del tenor, o el de una mezzosoprano profunda para la protagonista
de Adriana, Esa Pekka-Salonen,
dirigió con seguridad y evidente apego a la pieza, demostrando conocimiento de
sus partes, de sus matices, con un grupo de músicos que respondió con
explosividad, entusiasmo y gozo, consientes que la partitura que tenían frente
a ellos representaba una ocasion única.
La pieza requiere de un coro de voces femeninas, y miembros del San
Francisco Symphony Chorus, dirigidas por Jenny
Wong, y colocadas en las butacas en la parte superior izquierda de la
orquesta, por la suavidad y sutileza de su canto, parecían ninfas que
transmitían un mensaje de esperanza, creando un balance entre la intensidad y
la sensatez. El personaje de Adriana se benefició de la presencia de la
espectacular mezzosoprano Fleur Barron,
sobresaliente interprete con una voz oscura, apta para la parte, de colorida y especial
brillantez en su timbre, con la que fue
capaz de hacerle justicia a la melancólica y dramática orquestación compuesta
para su personaje, que es rica a nivel harmónico. Dotada de bella apariencia y
presencia escénica mostró un involucramiento emotivo con el papel sobre el
escenario, como pocas veces he visto yo.
En el papel de la hermana Refka, la soprano francesa Axelle Fanyo mostró expresividad
idiomática, y facilidad para cantar con ligera textura harmónica y amplio rango
vocal que supo proyectar entre líneas instrumentales graves y agudas. Su desempeño
actoral fue además creible. Por su
parte, el tenor Christopher Purves,
personificó bien a Tsargo, actuando, como se mencionó, con superflua agresividad, pero cantando bien
su parte que es musicalmente rítmica, y requería un color grisáceo en el
timbre, que, por momentos fue opacado por la intensidad de los contrabajos. No
sé por qué los momentos de tensión o dramatismo, que indicados los libretos son
entendidos por algunos artistas como sinónimo de innecesaria brusquedad, violencia,
sobreactuación y destemplada fuerza vocal, como ocurrió con el tenor Nicholas Phan, quien personificó al
personaje del joven Yonas. Insisto que era innecesario porque era evidente que
la música que acompaña su papel era energética y ligera, iluminada por las trompetas,
como si la intención de la compositora fuera la de aligerar el segundo acto con
este personaje. Phan, posee buenos medios vocales, pero en su papel se quedó
corto en la relación e interacción con su madre Adriana. Al final, la nutrida
presencia del público en estas funciones resultó ser el mejor homenaje al
trabajo de la compositora.
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